Viven en cuevas, y para los rarámuris, eso es cotidiano

**Son las Barrancas del Cobre, donde cientos de rarámuris viven en cuevas, porque ahí nacieron y ahí quieren seguir.


Viven en cuevas, y para los rarámuris, eso es cotidiano

La Crónica de Chihuahua
Mayo de 2014, 19:38 pm

El Universal

Urique, Chih.- Los turistas que visitan Chihuahua pagan importantes sumas de dinero por ver unas horas lo que para Samuel y su familia es cotidiano; muchos llegan de lugares distantes, de otros países, con el objetivo de conocer la zona que para esta comunidad indígena ha sido su casa, la de sus abuelos y de los padres de éstos.

Son las Barrancas del Cobre, donde cientos de rarámuris viven en cuevas, porque ahí nacieron y ahí quieren seguir.

Llegar a la casa de Samuel implica una caminata de al menos dos horas entre veredas, rocas y desfiladeros, tras salir de lo alto de una barranca donde se ubican algunos hoteles de lujo, en el poblado de Areponapuchi, en el municipio de Urique.

La de él es una de las viviendas más cercanas al complejo turístico; otras se encuentran a seis o siete horas de camino, porque aquí las distancias se miden en tiempo, no en kilómetros.

Convertirse en atractivo turístico no representa ninguna ganancia para la comunidad, salvo cuando ellos se contratan como guías para visitar la zona, actividad por la que cobran entre 30 y 300 pesos por persona, según la distancia.

Otra forma de ver las cuevas es a través de un viaje en teleférico, con un costo de 250 pesos, o en tirolesas, 600 pesos por persona.

Además, los hoteles de la región no bajan de 2 mil 800 pesos por noche; algunos cobran en dólares, 400 por día, y a ello hay que sumar el costo del pasaje, que varía según la nación o estado del país del que provengan, más el precio del tren para llegar a Urique.

Las dos caras de Urique

La cueva de Samuel ha sido cubierta con paredes de madera y lodo para protegerla del frío, que en invierno llega fácilmente a los 15 grados bajo cero.

En total son tres familias que viven a media barranca, en un caserío que tiene al frente la vista hacia la majestuosidad de la naturaleza, pero al interior se vive la pobreza más recalcitrante.

Al igual que todos los indígenas rarámuris —quienes viven así no piensan en lo material y nunca han sido dueños de nada— Samuel y sus hijos valoran más la tranquilidad de crecer desde niños en contacto con los animales, el cielo, el viento y sus seres queridos.

Los contrastes en Urique son extremos. Esta región es la segunda productora de oro de México, y una de las principales de América —sólo después de Perú—, pero también viven cientos de indígenas que sobreviven recolectando frutos y cazando pequeños animales salvajes.

De acuerdo con reportes de la Cámara Minera de México (Camimex), en la zona se producen miles de onzas de oro, lo que se convierte en millones dólares en el mercado internacional.

Tan sólo la mina “El Sauzal”, de la empresa canadiense Gold Corp, extrae cerca de 100 mil onzas cada año; en la actualidad, cada onza está cotizada en unos mil 300 dólares.

En contraste, el Instituto Nacional de Estadística y Geografía y la Secretaría de Desarrollo Social en la Medición Multidimensional de la Pobreza, destacan que en el municipio de Urique 86.8 por ciento de la población vive en pobreza y, de ellos, el 43.1 por ciento en pobreza extrema.

Además, uno de cada tres habitantes carece de acceso a la alimentación y 92 por ciento no tienen seguridad social.

Rechazan reubicación

El Gobierno de Chihuahua emprendió desde 2011 un programa para dotar de vivienda a unas 15 mil familias tarahumaras, mediante entrega de material y pago por la autoconstrucción, a fin de que los hogares los edificaran sus propios residentes.

El programa incluía reubicar en zonas accesibles a quienes lo solicitaran, pero prácticamente todos los beneficiarios prefirieron construirlas a unos metros de sus cuevas, en lugares inaccesibles.

Incluso, familias como la de Samuel optaron por usar el material para “ampliar” su cueva, en lugar de hacer una casa nueva.

La explicación de su negativa es que en la barranca tienen todo lo que necesitan. “Hay que pensar como tarahumara, no como mestizo”, dice Osvaldo Ruiz, guía de turistas de la región.

“Ellos se dedican a la artesanía que elaboran con palmilla, semillas, granos y piedras que colectan en la barranca; en la superficie no van a encontrar nada de eso; si vienen a lo ´plano´ no tendrían con qué trabajar”, añadió.

Los tarahumaras se casan muy jóvenes; las mujeres a los 14 o 15 años y los hombres a los 16 o 17. “Primero se juntan y se van a vivir a una cueva; un año o dos después, cuando tienen al primer niño y ven si quieren seguir como pareja, construyen una casa de adobe o le ponen paredes a la cueva. Eso sí, siempre a unos 200 metros de la casa más cercana, no les gusta vivir a corta distancia de otras familias”, señala Ruiz.

Así es la vida de Samuel y los suyos, a unos metros de hoteles con abundantes comidas, agua caliente, jacuzzi y alberca techada, o las minas con tecnología de primer mundo y ganancias millonarias, mientras ellos comen tortillas con frijoles, usan agua de la montaña y caminan horas para ir a vender pulseras o aretes por 15 y 20 pesos.