Un modelo económico que agrede al medio ambiente

** "... la destrucción de los recursos naturales es consecuencia del modelo económico cuyo objetivo es la maximización de ganancias".


Un modelo económico que agrede al medio ambiente

La Crónica de Chihuahua
Abril de 2016, 16:25 pm

(El autor es un chihuahuense nacido en Témoris, Doctor en Desarrollo Económico por la London School of Economics, miembro del Sistema Nacional de Investigadores y profesor-investigador en la División de Ciencias Económico-administrativas de la Universidad Autónoma Chapingo.)

Por Abel Pérez Zamorano

Las cuentas nacionales, al medir la riqueza creada mediante indicadores como el PIB, soslayan la destrucción de recursos naturales y daños a la salud humana en que se incurre. Se nos dice, por ejemplo, que una economía crece, pongamos, al 3, al 4 por ciento, mas se oculta que para lograrlo fueron destruidas miles de hectáreas de bosque, se contaminaron cuerpos de agua y se provocaron enfermedades en miles de personas, cuyas curaciones sencillamente no aparecen en las cuentas. De esta forma se tiene una visión unilateral y distorsionada del desempeño económico, y se oculta que, en la búsqueda de la máxima ganancia en el menor plazo, el capital actúa como el gran depredador ambiental, algo que hace de dos formas: primero, de manera directa, las empresas extraen, sin freno alguno, recursos para materias primas, o en industrias como la minera y la petrolera; pero no sólo en las extractivas: en general, recurren a las llamadas externalidades negativas, trasladando sus costos a la sociedad para aumentar las utilidades; por ese medio, las enfermedades de millones de personas y la destrucción y agotamiento de recursos naturales generan ganancias. La segunda forma de daño, indirecta, es empobreciendo a masas crecientes de población, llevándolas a situación de hambre, extrema necesidad y desesperación, que las empuja a atentar contra el medio ambiente para sobrevivir.

Así, una gran demanda por parte de personas y países ricos, y altos precios de animales y plantas, convierten a éstos en codiciadas mercancías, y su caza, captura y tráfico pasan a ser un medio de sobrevivencia para pobres y desempleados, que consiguen ilegalmente lo que el modelo económico les niega por la vía legal. Por ejemplo, la caza furtiva de elefantes en África. Organizaciones especializadas estiman que tan sólo en 2012 fueron cazados 15 mil elefantes (Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestre); entre los años 2000 y 2013 el tráfico de marfil aumentó en 20 por ciento. Según información de El País, en Kenia se ha disparado la caza furtiva de esos animales. En los últimos dos años y medio se ha cazado un número mayor que en los once anteriores, y es que el precio del marfil se ha duplicado desde 2007. “Con los precios locales actuales, el marfil de los elefantes más grandes cazados furtivamente en Samburu equivale a un año y medio de salario de los guardas del parque o a 15 años de ingresos de trabajadores no cualificados (Cursivas mías, APZ). En los últimos tiempos se han casi triplicado las capturas de marfil ilegal en Kenia o procedentes de ese país africano…” (El País, 17 de agosto de 2011 con información de Nature). Aquí en México está a punto de extinguirse la vaquita marina, cetáceo endémico del Golfo de California, en riesgo asociado con la pesca de la totoaba, pez cuyo “buche” alcanza en China precios superiores al millón de pesos, lo cual está causando su extinción.

El agua escasea y se contamina. Según la Conagua, el 70 por ciento de nuestros ríos presentan algún grado de contaminación; y el recurso se agota: en 1975 había 32 acuíferos sobreexplotados y para 2010 sumaban 105 (INEGI); buena parte del agua es extraída por grandes industrias, como las refresqueras, que abaten los mantos. Los suelos están empobreciéndose: el 45.2 por ciento registra algún nivel de degradación (SAGARPA 2002). Según el Observatorio Global de los Bosques (GFW, Global Forest Watch), entre 2000 y 2012, México sufrió una pérdida neta de 1 millón 840,000 hectáreas de bosque, superficie equivalente al estado de Hidalgo (ElEconomista.com, 21 de abril de 2015). Un caso escandaloso de daño ambiental ocurre en Tula-Tepeji, Hidalgo, región considerada en 1995 por la ONU como ¡la más contaminada del mundo! Al respecto, la diputada Paula Olmos reportó en 2011 ante la Cámara de Diputados: “Datos proporcionados por el Consejo Consultivo Ciudadano de Tula, indican que la planta termoeléctrica Francisco Pérez Ríos emite anualmente seis millones 129 mil 92 toneladas de bióxido de carbono, mientras la refinería Miguel Hidalgo despide cada año 3 mil 312 toneladas de bióxido de carbono, 7.2 toneladas de níquel y 134 kilogramos de plomo. Asimismo, se detalla que las petroquímicas emiten cada año al aire de Hidalgo 44 mil 400 toneladas de bióxido de carbono, 455 kilogramos de cianuro, la misma cantidad de níquel y 113 kilos de plomo. Las cementeras que se encuentran en la zona despiden anualmente más de 1 millón 361 mil 854 toneladas de dióxido de carbono y más de 18 de benceno, así como 460 mil kilogramos de plomo y 140 mil kilos de mercurio. Diversos estudios han comprobado que tan sólo la refinería y la termoeléctrica Francisco Pérez Ríos emiten 33 veces más dióxido de azufre que todo el Valle de México […] La refinería Miguel Hidalgo, de acuerdo con los ambientalistas, es la empresa más contaminante en todo el país.” (Gaceta Parlamentaria Número 3201-VII, 15 de febrero de 2011). Según otras fuentes, entre las diez ciudades más contaminadas de Latinoamérica, las tres primeras son mexicanas: Monterrey, Guadalajara y Ciudad de México (PNUMA, abril de 2015). Como consecuencia, la clase trabajadora paga con epidemias la ganancia acrecida de las empresas. En América Latina, México ocupa el segundo lugar en muertes por contaminación (Clean Air Institute, con datos de la OMS).

Resumiendo, la destrucción de los recursos naturales es consecuencia del modelo económico cuyo objetivo es la maximización de ganancias, y que representa una amenaza creciente para la sobrevivencia misma de la especie humana. Revertir el deterioro ambiental, frenar la extinción de especies y reducir la morbilidad asociada a la polución, será posible sólo regulando la desenfrenada acción de las corporaciones empresariales, algo a lo que, dicho sea de paso, no parecen estar dispuestos los partidos y grupos que enarbolan la bandera “ambientalista”; en segundo lugar, para recuperar un ambiente limpio es menester asegurar empleo para todos, y bien pagado, para que la pobreza y el hambre no empujen a nadie a atentar contra la madre naturaleza. Asimismo, debe orientarse una mayor proporción del gasto público a la recuperación de bosques, suelos, aire y cuerpos de agua. Pero para lograr todo eso necesitamos un modelo de producción y distribución cuyo propósito central sea la felicidad de todos los seres humanos, que incluye el disfrute de un mundo limpio y amable. Pero un gobierno incondicional del gran capital, integrado por los mismos que contaminan y agotan los recursos naturales, nunca revertirá esta situación, ni frenará a las transnacionales que envenenan el aire que respiramos y nuestros ríos y lagos. Esta tarea sólo puede ser obra de un gobierno popular, único interesado en poner orden y capaz de hacerlo.