Un cuarto de siglo después, no hemos aprendido nada del Sábado Negro

**“Qué tiene, al cabo nunca va a volver a llover”, decían los habitantes de colonias asentadas en pleno cajón del arroyo La Cantera o en los márgenes del de La Manteca.


Un cuarto de siglo después, no hemos aprendido nada del Sábado Negro

La Crónica de Chihuahua
Septiembre de 2015, 14:52 pm

Por: Alejandro Salmón Aguilera

Hace 25 años, un fenómeno natural puso al descubierto una cadena de errores que cometió la sociedad chihuahuense cuando expandió su ciudad hacia el norte desde la década de los años 50as.

Todas esas colonias que habían fundado líderes identificados por el PRI, o por lo menos la mayoría de ellas, se habían asentado en lugares por donde pasaba el agua cuando llegaba una avenida fuerte de lluvias.

“Qué tiene, al cabo nunca va a volver a llover”, decían los habitantes de colonias asentadas en pleno cajón del arroyo La Cantera o en los márgenes del de La Manteca. “Nunca ha pasado nada”, respondían los líderes que promovieron invasiones en arroyos que nacían en la parte alta del noroeste de la ciudad y que bajaban con toda furia hasta desembocar en el río Sacramento.

Nunca había pasado nada, hasta que llegó la tarde-noche del sábado 22 de septiembre de 1990, el día más lluvioso que haya registrado hasta la fecha el Servicio Meteorológico del Estado en la ciudad de Chihuahua.

La historia de lo que pasó aquella noche la deben recordar quienes estaban en cargos públicos; quienes dirigían organismos empresariales y clubes de servicio—los cuales, justo es reconocérselos, salieron presurosos a ayudar a los damnificados—y sobre todo los afectados por aquellas lluvias.

“La lluvia nos acaba de dar una lección de urbanismo”, dijo en la tarde del domingo 23 de septiembre el entonces presidente de la Cámara Nacional de Comercio, Patricio Martínez García. No se equivocaba: una avenida medianamente fuerte, si se toma en cuenta el historial geológico e hidrológico del estado, demostró que la ciudad había crecido de la peor manera y que había mandado a miles de personas a vivir en terreno ajeno, es decir, en lugares que tenían dueño: los ríos y los arroyos.

La lección no sirvió y la ciudad salió reprobada, pues por aquellos días se había autorizado la construcción del fraccionamiento Paseos de Chihuahua, el cual se inundó en el año 1995 cuando el presón de Los Patos se desbordó. Lo de menos es que un retén rústico de agua hubiera rebosado; lo grave es que la colonia de marras estaba justo sobre el desagüe de ese presón.

El episodio de Paseos de Chihuahua fue el ejemplo más inmediato, pero por desgracia, no fue ni el único ni el último después de la tromba de 1990. La ciudad ha continuado su crecimiento hacia lugares poco apropiados, como laderas de cerros, por donde pasa el agua de lluvias con toda la fuerza que le da la gravedad y las calles pavimentadas que no trasminan. Ahí están decenas de colonias inundadas en los años subsiguientes, acaso no con las devastadoras consecuencias del Sábado Negro, pero inundadas al fin. Ahí siguen las avenidas Universidad, Tecnológico, Antonio de Montes, José Fuentes Mares, por citar algunas, que se convierten en torrenciales ríos en cuanto cae una ligera lluvia.

La naturaleza nos reprobó aquella noche y no nos ha pasado de grado 25 años después. La lluvia va a volver a caer en forma torrencial, no sabemos cuándo, pero todo indica que cualquier día de estos hará una destrucción devastadora similar o peor a la de aquel “Sábado negro”, porque a su paso se encontrará lo mismo colonias precaristas que fraccionamientos residenciales.

Aunque no lo crean, ese desastre urbanístico sostenido es uno de los precios de la impunidad: en aquel 1990 nadie pagó nada por haber permitido y hasta promovido el asentamiento en ríos y arroyos. Hoy en día, nadie está sujeto a juicio por autorizar fraccionamientos en zonas de riesgo. Ya vendrá el agua a cobrar justicia. Lo peor es que tampoco girará órdenes de aprehensión contra los causantes de que su cauce esté lleno de viviendas.