Ucrania y la asonada de los magnates

Abel Pérez Zamorano


Ucrania y la asonada de los magnates

La Crónica de Chihuahua
Abril de 2014, 00:01 am

(El autor es un chihuahuense nacido en Témoris, Doctor en Desarrollo Económico por la London School of Economics, miembro del Sistema Nacional de Investigadores y profesor-investigador en la División de Ciencias Económico-Administrativas de la Universidad Autónoma Chapingo)

Los medios de prensa occidentales pretenden convencer de que con el derrocamiento de Víktor Yanukóvich, presidente legal y democráticamente elegido por los ucranianos, “el pueblo” ha hecho una revolución para liberarse de la dictadura pro rusa y ahora mira hacia Europa en busca de libertad. En realidad no hay tal cosa. Simple y llanamente ocurrió un golpe de Estado, apoyado y legitimado por una formidable cobertura mundial de prensa, y ejecutado mediante manifestaciones violentas, con grupos armados que construían barricadas en el centro de Kiev, violando toda legalidad. Los opositores llamaron a las armas, y, en sus protestas, el 19 de enero prendieron fuego a camiones de la policía y arrojaron explosivos. El 20 de febrero, las manifestaciones violentas dejaron un saldo de 17 muertos; durante toda esta confrontación, la suma total fue de 40 muertos, diez de ellos policías. Yanukóvich denunció que sus adversarios pretendían alcanzar el poder con barricadas y explosivos, cuando no pudieron obtenerlo en las urnas. Fue un golpe de Estado, no militar, ciertamente, pero con grupos violentos y arropado política y mediáticamente por manifestaciones.

Pero esos grupos no representan al pueblo. Están formados por ultranacionalistas de extrema derecha, algunos incluso de confesa filiación nazi. A estos sectores pertenecen Bratstvo (Hermandad) y Svoboda (Libertad), cuyo líder es hoy primer ministro adjunto en el flamante gobierno, y seguidores suyos son otros ministros, como los de educación y defensa. El Partido Nacionalsocialista de Ucrania es liderado por el nuevo Secretario del Consejo Nacional de Seguridad y Defensa (Fuente: Thierry Meyssan, Red Voltaire). Tanta es la influencia de estos grupos que en Europa se ha acuñado la expresión de “la primavera nazi en Ucrania”.

En cuanto a su composición de clase, a la cabeza del movimiento fue la aristocracia, cuyo personaje más conspicuo es Yulia Timoshenko, primera ministra ucraniana en 2005, después de encabezar la Revolución Naranja en 2004; de nuevo ocupó el mismo cargo entre 2007 y 2010, año éste en que fue candidata a la presidencia en unas elecciones que perdió, en buena lid, precisamente frente a Víktor Yanukóvich, el hoy depuesto presidente. Dueña con su familia del monopolio de los combustibles, es la mujer más rica de Ucrania y ha sido destacada por la revista Forbes entre las cien mujeres más poderosas del mundo. El periódico británico The Guardian (26 de noviembre de 2004) la denominó “la mujer de los once mil millones de dólares”, y según algunas estimaciones, controla una quinta parte del PIB ucraniano. Junto con su familia fundó la Corporación de Gasolinas Ucranianas, monopolio del combustible, convertido luego en el corporativo “Sistemas Unidos de Energía de Ucrania” (YESU), y desde 1996 el mayor importador de gas; de ahí que a Timoshenko se le llame “la princesa del gas”. En cuanto a su ideología, ella misma ha declarado a Margareth Thatcher como su modelo; finalmente, no olvidemos que la liberación de Timoshenko fue condición de Europa para firmar el fallido acuerdo con Ucrania el año pasado. Con todo esto, resulta realmente grotesco que algunos medios la califiquen como “la Juana de Arco” ucraniana, cuando en realidad lucha por agrandar sus multimillonarios negocios. Pero a su lado va toda la oligarquía. En estos días, el gobierno ha designado como gobernadores en las 18 provincias a muchos connotados empresarios: en Donietsk y Dniepropetrovsk, por ejemplo, ocupan el cargo dos magnates reconocidos por la revista Forbes entre los multimillonarios del mundo.

Como era esperable, gobiernos y políticos de occidente manifestaron de inmediato su apoyo al nuevo gobierno. En realidad no fueron ajenos desde antes a la conspiración. John McCain, senador norteamericano y ex candidato presidencial, en un abierto acto injerencista, se reunió en Ucrania en diciembre con los líderes opositores. La OTAN ha manifestado su total apoyo al nuevo gobierno. John Kerry, Secretario de Estado de Estados Unidos, y Catherine Ashton, responsable de relaciones exteriores de la Unión Europea, visitaron ya Ucrania en apoyo al nuevo gobierno. Estados Unidos amenaza con no asistir a la cumbre del G8 en Sochi, en junio próximo, con expulsar a Rusia y congelar activos de sus empresas en Estados Unidos. Sorprende verdaderamente cómo, después de tener las manos metidas hasta los codos en los asuntos internos de Ucrania, y de instigar las manifestaciones contra el gobierno legal, ahora los líderes de Europa y Estados Unidos se escandalicen y protesten por las acciones de defensa de Rusia. Pero esa solidaridad no es casual. Ucrania es muy importante para ellos: es el país más extenso de Europa y sexto en población; tres de los cuatro principales gasoductos de Rusia cruzan su territorio y transportan el 80 por ciento del gas ruso que llega a los países del oeste, y que representa el 40 por ciento del consumo total europeo. Ucrania es, además, el principal productor de Manganeso, y proveedor de Estados Unidos. Pero sobre todo, goza de una ubicación geopolítica estratégica entre Rusia y la Unión Europea (colinda con Rumania, Polonia, Eslovaquia y Hungría), con lo que su control por Estados Unidos hace sumamente vulnerable a Rusia.

Para entender la relación de Ucrania con Rusia, recordemos que históricamente han constituido una unidad: racial e idiomáticamente ambos son pueblos eslavos y profesan la misma religión, la ortodoxa; en algunas provincias orientales, hasta un 80 por ciento de la población habla ruso (la segunda lengua oficial en Ucrania); los rusos son la mayoría étnica más numerosa, como en los centros industriales de Donetsk (38 por ciento) y Járkov (25.6). En lo económico, Rusia es el principal socio comercial de Ucrania y le provee de más de la mitad del gas. En este contexto, y en lo concerniente específicamente a Crimea (la antigua Táuride de los griegos), frente a la ofensiva del nuevo gobierno ucraniano, el presidente ruso Vladimir Putin ha reivindicado la presencia e intereses nacionales de su país, y recibió la autorización unánime del Senado para movilizar tropas. Esta región está especialmente ligada a Rusia: 58 por ciento de su población habla ruso (los ucranianos constituyen sólo el 24 por ciento); formó parte del imperio de los zares desde 1783, y ya en la Unión Soviética, fue transferida en 1954 a Ucrania con el estatus de república autónoma, con potestad para elegir su propio parlamento; como hecho significativo, y aunque parezca sorprendente, esta semana más de tres mil soldados ucranianos acuartelados en Crimea han jurado lealtad a Rusia. En el puerto de Sebastopol se halla la base naval rusa sede de la flota del mar Negro, clave para la seguridad y la normal operación de los gasoductos que cruzan por la región, como el South Stream, que pasará a un costado de Crimea y abastecerá de gas natural a todo el sur de Europa. Y, entre paréntesis, con sus dos grandes gasoductos Rusia ha ganado el mercado europeo del gas, lo cual explica también la beligerancia norteamericana.

Sobre el futuro inmediato, en elemental apego a la democracia, es prudente la posición de Vladimir Putin al plantear que el pueblo ucraniano elija democráticamente a sus gobernantes en elecciones libres. Crimea, por su parte, elegirá esta semana a un nuevo gobierno como república autónoma, y el parlamento local aprobó un referéndum para el 25 de mayo, para reformar el estatuto de autonomía sobre nuevas bases. En síntesis, en Ucrania recuperó el poder la clase adinerada, apoyada por grupos de extrema derecha apadrinados por Europa y Estados Unidos, violando los principios democráticos y exhibiendo la hipocresía de los gobernantes occidentales, que sin empacho alguno hacen causa común con el fascismo al que dicen rechazar, pero que hoy conviene a sus intereses.