Travieso infante de Atocha, separado de la madre

**Es la historia del Santo Niño. Del Cristito que se separó de la Virgen en un momento dado...


Travieso infante de Atocha, separado de la madre

La Crónica de Chihuahua
Abril de 2012, 10:35 am

Texto original de Jesús Vargas Valdez, adaptado por Froilán Meza Rivera

Plateros, Zacatecas.- Ésta es una historia sobrenatural, mas no oscura. Luminosa, como la fe de muchas personas, y como su ansia por mejorar y por tener una vida mejor.

Es la historia del Santo Niño. Del Cristito que se separó de la madre en un momento dado...

Hay misterios en torno al Niño. Campea la incógnita hasta lo absurdo. El niñito del nicho en la cantera rosa del altar mayor en Plateros, la escultura que se ve, que se toca aunque ya ahora sea en la réplica que los sacerdotes ofrecen a los visitantes para salvaguardar la imagen original, representa a un infante de un año de edad sentado en un sillón que reemplaza las manos maternas.

El de la imagen es un niño asombrerado, entre charro y mosquetero, vestido de blanco, que lleva una canastilla en la mano izquierda y un báculo rematado por un mexicanísimoo guaje que sustituye la concha del clásico peregrino.

¿Cómo fue que la imagenología de este párvulo se trastocó en la de un niño de diez años vestido de azul con esclavina, con cuello de encajes, cuyos atributos de peregrino fueron aumentados con espigas? Tal vez para mayor comodidad mudaron de mano: ¿qué pasa en el alma del peregrino cuando llega a Plateros y no advierte la dualidad en la representación de ambas figuras? ¿Será éste el mayor milagro del Sano Niño de Atocha, aunque aseveren los sacerdotes que no existe contrasentido?

En el siglo Diecinueve, con el auge de la litografía, la industria estampera inunda parroquias, templos y hogares rezanderos, y es indudablemente en esta época cuando se crea y representa la figura más célebre del Niño Azul de Atocha.

Como todo niño, el Santo Niño de Atocha participa de lo humano; es travieso, juguetón, no exento de picardía y de burla.

Ese carácter infantil se manifiesta en apariciones milagrosas por minas, cárceles, por rancherías y por pueblos. Los profusos novenarios, impresos con licencia o sin ella, traen a cuento hechos, episodios quiméricos de antaño y del presente, que se resuelven por intercesión directa o mediación del santito al rezar la vieja e ingenua, pero siempre eficaz, plegaria que en pocas palabras refiere el dilatado universo de las dolencias humanas.

Casi a extramuros de Fresnillo, en el estado de Zacatecas, zona minera de oro, plata, cobre y zinc, de agreste paisaje rocoso y tierra roja, de árboles chaparros poco resistentes al sol ardiente o a las ráfagas de ventisca, y en una hondonada, está Plateros. Aquí se adora al Santo Niño de Atocha.

El Niño es parte destacada del santoral mexicano, a pesar de que hay quien diga que es pariente del madrileño, pero ciertamente nadie como el Niño mexicano ha alcanzado tanta popularidad, tanta devoción.
El Santo Niño de Atocha se venera en todo el país; su imagen, sus oraciones y sus milagros están esparcidos; su devoción resuena parecida a la de la Guadalupana; su gloria llega hasta Centroamérica y a esa zona un tanto híbrida de la frontera con los Estados Unidos, y a California, a Chicago, y Nueva York.

Apenas se sabe de la historia de ese niño de Plateros llamado Manuel, cuya presencia aparece en el siglo Diecisiete para instalarse definitivamente en el alma pueblerina, en el deambular de los peregrinos, en la pasión de los retablos que se coleccionan en el santuario por cientos y cientos.

Los propios padres josefinos confesaban dudas y carencias de datos. ¿Quién trajo la imagen de Nuestra Señora de Atocha al lugar? ¿En qué momento se alejó al Niño de los brazos de Nuestra Señora y comenzó éste su tarea de producir maravillas? Parece ser que los días 25 de diciembre, aniversario de su nacimiento, los padres separaban a la madre del hijo para que campesinos, mineros, obreros y obreras lo besaran, lo acariciaran. La duda prosigue: ¿cuándo se determinó desunirlos? ¿Cuándo se construyó su nicho en el centro mismo del retablo principal? Esos son los momentos en que la fe, la necesidad de la fe, establece una ruptura, una apropiación de la historia por parte del pueblo.