Su nombre es malandro

**En las historias del bajo mundo, los malhechores no siempre son tan malos como parecen, ni los buenos son tan buenos como aparentan.


Su nombre es malandro

La Crónica de Chihuahua
Noviembre de 2011, 16:44 pm

Como un secreto a voces, se transmite por las calles de los barrios bajos del centro de Chihuahua, la existencia de organizados lupanares regenteados por poderosos capos de las mafias de lenones en otros sectores de la capital. A esos lugares clandestinos no tienen acceso, por supuesto, los borrachines que arrastran sus miserias por las chorreadas banquetas de la zona de tolerancia, pero un día de estos nos mostrarán el camino, prometen.

Las promesas se ven interrumpidas por una revisión policiaca que irrumpió sorpresivamente en el barrio, inhibió los ánimos y dispersó a los posibles informantes.

En las historias del bajo mundo, los malhechores no siempre son tan malos como parecen, ni los buenos son tan buenos como aparentan. “El Pérez”, quien perdió casi dos años de su vida por defender a cuchillo pelado la honra de una muchacha que ni conocía, hiriendo gravemente al agresor que a él en lo particular nunca le hizo nada, “El Pérez”, quien salió de su confinamiento convertido en alcohólico y drogadicto, es sólo un ejemplo de lo que se puede ver en el submundo de la Zona de Tolerancia.

Y mientras los “malos” y los “buenos” se confunden en las calles, la mañana está entre soleada y nublada -“lagañosa”, según el peluquero de la Décima- y cada quien está en lo suyo.

El amontonamiento de ocho “malandros” en la esquina de las calles Décima y Trías, fue altamente tentador para los integrantes del grupo especial, quienes cayeron de sorpresa y procedieron este jueves a las 10:30 de la mañana, a revisar a cada uno de aquellos sospechosos con la seguridad de que encontrarían algo. Sin embargo, la miseria de estos peregrinos semimendigos de las calles, no les alcanzó esta vez para comprar nada más fuerte que el aguardiente envasado en las panzoncitas botellas de plástico.

“¡A ver, arrímense todos para acá, pónganse contra la camioneta!” Obedientes y entrenados, los “malandros” abren las piernas y se empinan contra la carrocería de la pick up, al tiempo que abogan por el reportero: “A este carnalito no lo toquen, que nos está entrevistando”.

Una revisión rápida de las ropas de los “catarrines” no produjo el descubrimiento de más enervantes que la botellita de amarillo aguardiente y una media cajetilla de Marlboro rojos, por lo que los “preventivos” se retiraron satisfechos. “Vámonos, éstos son puros wainos”, ordenó el jefe de la célula mixta de combate a drogadicción y “picaderos”.

Y algunos en la banda se lamentaron de no haber podido ir a comer comida calientita a los separos: “Se nos sebó el pollito, ese”.

“Chále-ese, quéee ooonda, si vieras qué méndigos se portan a veces los chotas con nosotros, que hasta gozan y agarran pose de muy c... cuando nos ch... las botellas y le tiran el alcohol delante de uno pa’ que sufra uno, mejor deberían llevarnos a los albergues”, dice el chaparrito moreno.

En una plática más seria y centrada, los “malandros” (con ese preciso término se reconocen a ellos mismos y no les ofende que así se les nombre) coincidieron en que en esta parte del centro de la ciudad no es común ver o saber que se lleven o secuestren muchachas: “Nel, carnal, qué onda, pus si aquí pasaran esas cosas, uno se daría cuenta en calor... nel, aquí sólo rifan las chicas del talón y sus padrotes, pero bandas así de cabronas, pues no”.

 Pero sí hay casas en donde tienen encerradas a las morritas y vas con cita, pero son lugares caros.

 Sí es cierto, sí hay de esas casas de citas, si quieres, un día de estos te llevo y te enseño una de esas.

Estos amigos aseveran que “todo mundo” sabe dónde están, que “todo mundo”, incluida la policía, saben quién las regentea y qué autoridades protegen su funcionamiento.

“Quién quita y ahí encuentres una de esas cuatro morritas desaparecidas que andas buscando”, dijo el más alto, un hombretón feo con ganas, borrachín perdido e irredento, aparente escoria social cuyo trato amable y atento ya lo quisiera más de un jefe policiaco y más de un funcionario público.