Solo fantasmas rondan a Chernóbil, 25 años después de la tragedia

Colombiana que estuvo en la zona de la tragedia, cuenta lo que se vive y se siente en el lugar.


Solo fantasmas rondan a Chernóbil, 25 años después de la tragedia

La Crónica de Chihuahua
Abril de 2011, 08:42 am

Ucrania. Algunos hombres del equipo de rodaje visitaron los bancos de esperma de Islandia guardando una posibilidad para el futuro antes de iniciar nuestro viaje hacia Chernóbil. Otros ni siquiera tuvieron los cojones de arrancar, a pesar de haber estado en toda la etapa de preproducción. Todos sabíamos el riesgo que corríamos, pero así, con este incierto panorama, empezamos nuestro periplo hacia la zona donde hace 25 años, el 26 de abril de 1986, ocurrió el desastre nuclear más grande de la historia.

Lo que ocurrió en Ucrania había estado en una especie de letargo hasta que llegó el tsunami que dañó la planta nuclear de Fukushima. Nuestro equipo llegó a Chernóbil el 9 de marzo y dos días después, Japón y el mundo se estremecieron por la fuerza de la naturaleza.

Para hablar de Chernóbil es necesario hablar de Prípiat, la ciudad fantasma, que fue el lugar más cercano a la central nuclear donde pudimos llegar. Esta zona, que había sido construida especialmente para la gente que trabajaba en la planta, es hoy una ciudad inhabitable. El lugar está abandonado, desértico, el silencio es agobiante y la imaginación del visitante solo se dedica a recrear los momentos que se vivieron en cada rincón de esta fantasmagórica ciudad, que hoy parece suspendida en el tiempo.

Las palabras son cortas para describir lo que se experimenta al estar allá, al igual que pierden validez todos esos datos previos de búsquedas por Internet sobre el tema. La única y real información queda grabada en la mente de cada uno de los que la visitan, y que al pararse frente a la masa de edificaciones que conforman esta ciudad muerta, logran entender la magnitud de lo que pasó hace 25 años.

La razón por la cual tres colombianos llegamos allá fue Seven Years of Winter, un cortometraje del director alemán Marcus Schwenzel, en el que se muestra la vulnerabilidad de un niño expuesto por su hermano mayor a la radiactividad de Chernóbil para que busque objetos que se puedan vender en el mercado negro. Esto no solo es ficción, en la realidad sucede aunque parezca descabellado.

Luego de estar viajando cerca de una hora y media desde Kiev, llegamos al primer centro de control. Debimos ponernos unos trajes amarillos especiales, que si bien no iban a evitar que recibiéramos radiactividad, al menos nos hacían creer que contábamos con cierto nivel de protección. Pasamos nuestros pasaportes y, tras una rutina de control, nos fuimos a las oficinas, ubicadas en el pueblo de Chernóbil, que está localizado antes de llegar a Prípiat y a la planta del desastre. Ahí firmamos un documento que aseguraba que estábamos ingresando bajo nuestro propio riesgo.

En el camino veíamos bosques, entre los cuales a veces había casas abandonadas, y tuberías a lo largo y ancho de las calles. Después entendimos que elevar las tuberías del suelo era la única forma de lograr darles agua a quienes habitan el pueblo, ya que la contaminación nuclear se depositaba en el suelo y por esta razón los tubos debían estar separados de la tierra.

Ahí vimos a algunos de sus habitantes, ancianos que decidieron volver a sus casas, a pesar de la prohibición. A ellos, las autoridades les hace un chequeo médico una vez al mes para saber de su condición. También hay personas que viajan de distintos lugares para trabajar en Chernóbil durante diferentes periodos, viviendo en edificios que solían estar abandonados, pero que hoy son una especie de hostales especiales para trabajadores de la zona. Ellos se dedican a cuidar del lugar o a controlar los gases que aún se generan dentro del reactor 4, que fue el que estalló en la tragedia del 86.

Uno de sus habitantes en la actualidad es Maxim, un Ucraniano que vive 15 días al mes en el pueblo y otros 15 en su casa, a cuatro horas de ahí. Él fue nuestro guía.

Ya con todo listo dejamos el pueblo de Chernóbil y nos dirigimos finalmente hacia Prípiat, tan solo separada por un poco más de 3 kilómetros de la planta.

Maxim llevaba consigo un medidor de radiactividad, que varias veces pitó al superar los niveles normales de radiación en lugares cercanos a la naturaleza, donde había moho o cosas oxidadas, puntos donde la radiación tendía a ser mayor. Lo más recomendable era caminar por las áreas pavimentadas y evitar el contacto directo con objetos que estuvieran en el lugar. Cuando por fin arribamos a Prípiat, todas las imágenes que por meses había visto constantemente sobre el lugar tomaron vida frente a mis ojos.

El silencio de las calles contrastaba con los ruidos que el viento causaba. Era inevitable imaginarse la gente caminando por la ciudad, como si esta volviese a tener vida. Al entrar a los edificios la intriga aumentaba, el crujir de los vidrios y baldosas quebradas que uno pisaba al caminar, el frío de los espacios y la belleza de las paredes cuya pintura ya estaba cuarteada por los años, hacían que uno quisiera entrar a los apartamentos abandonados y poder descubrir lo que detrás de cada puerta se escondía.

Cuartos vacíos con ventanas, en su mayoría, sin vidrios; ropa, cuadros, juguetes, zapatos, libros, fotos, sillas, tarros y mil y un objetos hacían cada espacio único. El lugar se convertía en una verdadera historia de terror, creíamos escuchar voces, sentíamos gente que no estaba, veíamos sombras pasar y todo, al final, era una jugada de nuestra imaginación, de los mundos que esta intentaba recrear.

El tiempo se pasa lento en Chernóbil, el frío jamás se quita, el hambre y las ganas de orinar están continuamente presentes, pero nadie se atrevió a hacerlo por el miedo a exponer los genitales a la radiación. Fue un día entero reteniendo líquidos. Con todo esto pasando, nuestra única responsabilidad era lograr que el rodaje fluyera y que se consiguieran todas las tomas requeridas en tiempo récord, para que así el cortometraje saliera lo mejor posible. Sin embargo, hay momentos en los que no solo está dentro de uno el miedo a quedarse solo en un cuarto, a oír cosas, a caerse, a contaminarse, sino que crece un increíble sentimiento de impotencia y tristeza al ver cómo un accidente humano sepultó esta zona por cientos de años. Es un lugar muerto en vida y se destruyó un ecosistema, lo que hizo que personas padecieran numerosas enfermedades. Aun así, en pleno 2011, en cierta forma, la humanidad todavía desconoce lo que se vive en Prípiat y en Chernóbil.

Cortometraje de la tragedia

En el equipo participaron tres colombianos

Eduardo Ramírez, director de fotografía, Juan Garcés y Beatriz Leal viajaron por cerca de 20 días a Ucrania para hacer parte del equipo técnico de un proyecto que sería un reto para todos, no solo por tener que recrear situaciones terribles que sucedieron ahí por muchos años, sino por tener que rodar directamente en el lugar donde sucedió la peor tragedia nuclear del mundo.

Los colombianos conocieron al director alemán Marcus Schwenzel y él los invitó a participar en el cortometraje en Ucrania, sobre el aniversario de Chernóbil.

Beatriz, Juan Manuel y Eduardo viajaron desde Bogotá rumbo a París y Ucrania.

Durante un día entero estuvieron en Prípiat, grabando el documental ’Seven Years of Winter’, que recrea la historia de la vulnerabilidad de un niño y la radiación en ese lugar.