Salarios “competitivos” y pueblo hambriento

Por Abel Pérez Zamorano para La Crónica de Chihuahua


Salarios “competitivos” y pueblo hambriento

La Crónica de Chihuahua
Enero de 2012, 09:30 am

(El autor es investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales CEMEES)

Los salarios de los trabajadores mexicanos figuran entre los más bajos del mundo. Así lo indica el reporte de la Oficina de Estadísticas (BLS) del Departamento del Trabajo de los Estados Unidos, titulado International comparisons of hourly compensation costs in manufacturing, 2010. Usa una muestra de países desarrollados y en desarrollo, 34 para ser exactos; obviamente, no están todos, pero es altamente representativa y elocuente, y enlista en orden descendente las remuneraciones por hora que perciben los trabajadores, en el sector indicado, y que quedan así: Noruega 57.5 dólares por hora, Suiza 53.2, Bélgica 50.7, Dinamarca 45.4; en el sitio 14 viene Estados Unidos, con 34.7, en el 16 Japón con 31.9; entre países con historias económicas más similares a la nuestra están: Corea, con 16.6 dólares por hora, Argentina 12.6 y Brasil 10. Y hasta el sitio 33 de la lista, casi al final, está México, con 6.2 dólares por hora en el sector industrial mencionado, sólo arriba de Filipinas, que ocupa el último lugar, con 1.9; en pocas palabras, los trabajadores mexicanos son casi los peor pagados (y lo afirma el propio gobierno de los Estados Unidos, a cuya economía estamos subordinados).

Es más, podríamos decir que la situación general es mucho peor, si consideramos a los 3.5 millones que perciben un salario mínimo o menos de dos, o a los millones de trabajadores del campo, mal pagados, o a los informales.

Pero todo en esta vida tiene su teorización, y nuestros economistas, oficiales y oficiosos, obsecuente y solícitamente se apresuran a argumentar que subir los salarios genera inflación, conque mejor así la dejamos, y, siendo consecuentes, habría que bajarlos aún más, para conjurar esa terrible amenaza; o sea, si entiendo bien, para controlar la inflación hay que matar de hambre a los obreros. Como quien dice, quemar la casa para calentarla. Pero hay en este razonamiento una notoria contradicción: varios de los países con salarios muy superiores a los nuestros tienen menos inflación que la nuestra (4.4 por ciento en 2010). Según el Banco Mundial, la tasa por país en ese año fue la siguiente: Suiza 0.1 por ciento, Suecia 1.2, Alemania 0.6, Estados Unidos 0.8, Japón -2.2 (deflación). En suma, no es cierto que subir salarios implica, fatalmente y sin remedio posible, más inflación. Quienes así razonan, con una serie de argucias seudocientíficas, realmente buscan justificar que los empresarios se lleven la tajada del león en la riqueza creada, dejando al pueblo únicamente los despojos.

La causa de este criminal nivel de salarios es otra. Es nuestro capitalismo primitivo y depredador, que no busca competir mediante el fomento de la productividad, sino exprimiendo a los trabajadores hasta la última gota de plusvalía, abatiendo los costos laborales, pero no mediante la elevación de la capacidad productiva, sino reduciendo arbitrariamente el salario, obviamente, con la connivencia de un aparato sindical charrificado. Es el nuestro un modelo basado en la inversión extranjera, con una producción orientada a las exportaciones, no al mercado interno, y con salarios bajos para atraer a los capitales, la famosa Inversión Extranjera Directa; a esto se llama “competitividad”, eufemismo que encubre una feroz explotación. El gobierno busca que las transnacionales vean “atractivo” invertir aquí, ofreciéndoles utilidades muy superiores a las que pueden obtener en otros países que tienen mayores costos laborales. En la base de esto está el hecho de que si el salario disminuye, por necesidad la plusvalía aumenta, y viceversa, de lo cual tienen plena conciencia empresarios y gobierno. Por ello vienen las maquiladoras, sobre todo a la franja fronteriza del norte; por ello están las ensambladoras de carros, de maquinaria agrícola y de la industria aeronáutica, de la que tanto se ufana el actual gobierno. Ganan los empresarios, sí; la economía es competitiva, atrae inversiones y exporta mucho, pero a un altísimo costo social: la miseria espantosa de la inmensa mayoría, y toda su secuela de ignorancia, hambre y enfermedad. Pero el modelo se está ahorcando sólo, víctima de sus propias contradicciones. Con salarios cada vez más bajos se deprime el mercado interno: cada vez menos mexicanos podrán adquirir las mercancías producidas aquí; tampoco se genera ahorro interno, lo que nos hace más dependientes de los capitales extranjeros. En fin, el desempleo de millones (uno de los más altos del mundo, pero descaradamente maquillado en las estadísticas oficiales), la violencia desatada y una inseguridad creciente, que también dispara los costos; todas esas circunstancias conducen hacia la crisis del modelo económico.

La alternativa es un régimen competitivo, sí, y en alto grado para triunfar en los mercados mundiales, pero sobre otras bases, orientado por una estrategia que conjugue una alta eficiencia económica con un profundo sentido de equidad social. Debe ser capaz de distribuir la enorme riqueza creada, dejando a los trabajadores una porción significativamente mayor, y éstos, al saberse beneficiados por su trabajo, se verán estimulados para realizarlo con más entusiasmo y calidad. Implica como condición fundamental el fortalecimiento del mercado interno, para garantizar demanda a nuestros propios productos, y eso se consigue elevando salarios; asimismo, debe generarse ahorro interno, casi imposible en las actuales condiciones de miseria. Nuestra competitividad debe basarse en altos niveles de salud, pues, un pueblo sano será más productivo, y el nuestro hoy, hundido en su pobreza, está enfermo, del cuerpo y de la mente. Que sea un modelo firmemente basado en una economía del conocimiento, no como ahora, con un patético atraso educativo, y donde apenas se dedica el 0.4 por ciento del PIB a ciencia y tecnología. Insisto: un pueblo educado es más productivo. Debe incluir, también, la modernización de la infraestructura de comunicaciones y transportes.

En fin, si tenemos un pueblo feliz y satisfecho, trabajando contento, habremos creado las condiciones para reducir los pavorosos niveles de violencia e inseguridad que vivimos: el hambre ya no empujará a la gente a delinquir. Esto es lo que México necesita, y hay que empezar ya, antes de que sea demasiado tarde.

aperezz@taurus.chapingo.mx