Rusia, un pueblo que aprende de su historia

Abel Pérez Zamorano


Rusia, un pueblo que aprende de su historia

La Crónica de Chihuahua
Diciembre de 2015, 11:00 am

(El autor es un chihuahuense nacido en Témoris, Doctor en Desarrollo Económico por la London School of Economics, miembro del Sistema Nacional de Investigadores y profesor-investigador en la División de Ciencias Económico-administrativas de la Universidad Autónoma Chapingo.)

Rusia, el país más extenso, con más de 17 millones de kilómetros cuadrados, muestra una gran capacidad de progreso, basado a la vez en sus inmensas riquezas naturales y una invaluable experiencia social y política, pues ha experimentado, en poco menos de un siglo, quizá más que cualquier otra nación de nuestro tiempo, diferentes sistemas económicos: de país semifeudal, en 1917 llegó al socialismo en su versión soviética, que aunque con graves dificultades de carácter histórico atribuibles a su aún incipiente desarrollo capitalista, y serios errores de conducción, tuvo el mérito de ser el primer intento prolongado de búsqueda de una ruta de progreso en beneficio de los más desvalidos. La URSS duró hasta 1991, y después de una existencia heroica, finalmente cayó, víctima de sus propias contradicciones económicas y políticas; como señaló Vladimir Putin en febrero de 2004: la caída de la URSS fue una “tragedia nacional de una magnitud enorme que no benefició a sus habitantes”. Dirigida luego por Boris Yeltsin, Rusia experimentó, desde 1991 hasta concluir la década, un período de capitalismo feroz, de bárbaro neoliberalismo, que ocasionó un terrible deterioro en el nivel de vida. Como en la mitología griega, las sirenas, de canto irresistiblemente bello, atraían a los hombres, y teniéndolos al alcance los destrozaban; en este caso fue la promesa de abundancia, libertad y felicidad en la economía de mercado, que, ciertamente, escaseaban ya en las postrimerías de la Unión Soviética. Al iniciar el presente siglo, en el año 2000, tomó el poder Vladimir Putin e inició la reconstrucción del país, aplicando un nuevo modelo de desarrollo, nacionalista y popular, que, ciertamente, hasta donde puede verse, algo toma del soviético, pero deshaciéndose de sus lastres, como el dogmatismo, la corrupción y la burocracia, así como la rigidez doctrinaria refractaria a toda forma de capitalismo e inversión privada, propenso a la autarquía.

Al colapsar la URSS sobrevendría una experiencia aún más difícil. Con Yeltsin, y bajo la tutela de los Estados Unidos, el FMI y el Banco Mundial, se impusieron a Rusia enormes y leoninos créditos, supuestamente para la reconstrucción y el desarrollo, pero que sometieron al país y sirvieron para saquear su disminuida riqueza; vino el total desmantelamiento del aparato económico y una privatización depredadora en provecho de una oligarquía surgida a la sombra del nuevo poder, representada por personajes de triste memoria que encarnaron una época marcada por la rapiña, la apropiación de las empresas del Estado y los empréstitos recibidos, trasladados luego a bancos extranjeros, pero que debieron ser pagados por el Estado ruso. El FMI recomendó la consabida receta: privatizar prácticamente todo, quitando al Estado las herramientas para influir de modo efectivo en la economía, un plan de austeridad, reducción del gasto público y liberalización comercial, entre otras medidas similares.

Pero el pueblo ruso había vivido ya, con errores y todo, una historia donde él gobernaba y la propiedad era social, aunque al final aquello hubiera fallado, y esa experiencia positiva, viva y reciente, le permitió entender pronto, en un parpadeo en términos históricos, que como satélite de Estados Unidos, renunciando a su soberanía, entregando sus riquezas a la banca extranjera, al FMI y a un puñado de plutócratas, seguiría hundiéndose en la pobreza. Así que corrigió el rumbo y decidió retomar su propio camino, con un modelo nuevo que sintetizara sus experiencias. Así se entiende que en el año 2000 llevara al poder a Vladimir Putin, el líder de toda Rusia desde entonces, y quien ha logrado la proeza de poner de nuevo en pie al país, mejorando, como puede verse, la devastada economía y recuperando el bienestar social.

Después de la ruinosa privatización, entre 1998 y 1999 la producción petrolera había caído casi a la mitad, mas a partir del 2000 el gobierno retomó el control de las empresas estratégicas que habían sido virtualmente regaladas a los oligarcas, y entre las que destacan las del sector energético, Rosnef en petróleo y Gazprom en gas. Son corporativos estratégicos, considerando que Rusia posee las reservas de gas natural más grandes, aporta una cuarta parte de las exportaciones mundiales y provee a Europa el 40 por ciento de su consumo y en petróleo, el 25 por ciento; en este energético es el segundo exportador mundial, después de Arabia Saudita. En la industria bélica también es segundo, atrás de Estados Unidos; tan sólo en los últimos cinco años incrementó sus ventas de armamento pesado en 37 por ciento (BBC Mundo). Y sus riquezas potenciales son inmensas: la tercera reserva más grande de carbón mineral en el mundo (casi la quinta parte); primer lugar en reservas de Hierro, Níquel y diamantes, segundo en oro y tercero en Uranio. Posee además el 22 por ciento de la superficie de bosques del planeta, casi la cuarta parte.

En la nueva Rusia la economía registra tendencias positivas. A finales de la era Yeltsin, en 1999, la deuda externa representaba el 98.9 por ciento del Producto Interno Bruto, y para 2014, apenas el 17.8, porcentaje muy bajo para los estándares mundiales (Estados Unidos debe el 106 por ciento). Entre 2004 y 2014, el PIB per cápita se multiplicó por 2.8, casi el triple. En 2014, Rusia ocupaba el sitio diez por su PIB entre los 196 países registrados; en 1990 fue, en números redondos, de 570 mil millones de dólares (2.5 por ciento del total mundial); diez años después, 259 mil millones (0.7 por ciento del mundial), y para 2013, arriba de los dos billones (2.8 por ciento del mundial), un poco arriba del porcentaje heredado de la URSS. Finalmente, habla de la solidez económica rusa el que las sanciones impuestas por Europa y Estados Unidos, han afectado más a éstos que a Rusia. En materia social, y en estrecha correlación con la consolidación económica, en 1990 el Índice de Desarrollo Humano era de 0.729 (sitio 36 mundial); al terminar la década, había caído a 0.717 (lugar 54 mundial). Para 2014 es de 0.798, sitio 50. En 1990, la esperanza de vida al nacer era de 68.9 años; para el 2000 cayó a 65.3, pero en 2013 alcanzó los 71: casi cinco años más en una década. Tan sólo las muertes ocasionadas por consumo de alcohol aumentaron en 60 por ciento durante los noventa.

Así pues, Rusia está reconstruyendo su antigua fuerza económica, y aunque todavía de manera incipiente, muestra ya una mejora sensible en sus niveles de bienestar social. Asimismo hay signos positivos en el desempeño de la economía, lo que da al país un considerable margen de soberanía política y presencia en el escenario mundial. Y todo esto ha dado al presidente Putin un altísimo nivel de respaldo social y respeto en el mundo. Sería de esperarse que el nuevo modelo de país que hoy se construye supere los errores del pasado y logre enrumbar a ese heroico pueblo por la ruta del progreso, esta vez estable y exitoso. En conclusión, su historia de un siglo de cambios es importante, no sólo por su aporte a la paz mundial y al necesario equilibrio entre potencias, sino por la experiencia que deja a toda la humanidad doliente, empobrecida y necesitada de alternativas reales de desarrollo.