Río Conchos: de temido caudal a escuálido arroyo

**En tiempos de la Colonia, las caravanas de carretones eran pasadas en grandes balsas de un lado a otro de la corriente.


Río Conchos: de temido caudal a escuálido arroyo

La Crónica de Chihuahua
Enero de 2012, 09:51 am

Por Froilán Meza Rivera

Chihuahua.- El Conchos, reducido en la actualidad a un escuálido arroyo por obra de la prolongada sequía y que sólo lleva aguas de importancia cuando llueve, tuvo sus tiempos en que era un temido caudal.

Los historiadores refieren que caravanas intrépidas que seguían el antiguo camino a Santa Fe, procedentes de la capital del Virreinato de la Nueva España, cruzaban éste nuestro principal río interior, en pesadas y poco gobernables balsas impulsadas por un grupo de expertos nadadores indígenas.

Una gruesa (doce docenas) de nadadores se ganaban el pan pasando caravanas y se dice que algunos de estos individuos se sumaban a las bandas de asaltantes en los tramos siguientes del camino.

La ruta referida era el llamado Camino Real de Tierra Adentro, el viejo camino a Santa Fe (hoy en el estadounidense estado de Nuevo México), ciudad que se nombraba en un principio San Gabriel del Yunque, y que era prácticamente el último enclave español hacia el norte, ya al pie de las Montañas Rocallosas.

El viaje era toda una pesadilla porque, a lo largo de sus 750 leguas (poco más de 3 mil kilómetros de los de ahora), una cantidad considerable de aquéllos quienes se aventuraban a recorrer la ruta, caían muertos a causa de los ataques de los indios naturales o de los salteadores de caminos.
Los viajantes estaban obligados a reportar a su llegada los decesos acaecidos por la llamada “epidemia del camino”, como se conocía a “la flecha del bárbaro y la lanza del nómada”.

De acuerdo a Ignacio Brambila Bravo, en una crónica que publicó la revista “México Desconocido”, los ríos que cruzaban el camino “eran una de las peripecias más atemorizantes en la ruta.

Para pasarlos, crecidos, o no, se embarcaba a las mulas atadas de las patas delanteras en precarias balsas que empujaban varias docenas de indígenas”.

“Imagínese, por ejemplo -continúa-, el caudaloso río Conchos en épocas de lluvias, cruzado en pesadas y poco gobernables balsas impulsadas por un montón de muchachos buenos para la nadada.

Más de una balsa se iría a pique o sería arrastrada por la corriente río abajo para ruina de los propietarios y, tal vez, beneficio extra de los nadadores... después, cuando recuperaban su balsa y las mercancías de los viajeros”.

Se trata de la misma ruta que siglos después siguió la Carretera Panamericana en los tramos entre Santa Fe y la Ciudad de México.

En su trazo fundamental, ésta es la misma carretera 45 que termina hoy en el Paso del Río Grande (o Paso del Norte), la actual Ciudad Juárez.

El camino se trazó hace siglos y sigue funcionando casi como en su trazo original, pero con la diferencia de que hoy está pavimentado y tiene señalización.

Como una prueba de que los ingenieros del periodo colonial tenían buen ojo, el mismo trazo del camino a Santa Fe lo conservó no sólo la Panamericana, sino el mismísimo Ferrocarril, cuya ruta se conserva desde el porfiriato hasta hoy en día, prácticamente inalterada.

Los peligros para los viajeros comenzaban al salir de la Ciudad de México: “Saliendo de la Ciudad Capital del Virreinato, se daba contra los naturales de las llanuras, los llamados guachichiles, salteadores impíos que depredan al buen cristiano”.

A los guachichiles seguían los ataques de los tobosos (“buenos lanceros ávidos de acción”), que no dejaban pasar una sola caravana sin que pagase peaje.

Saliendo de los tobosos se entraba en territorio de los zacatecos, hábiles arqueros que, “con su certero tino apache”, hacían estragos en las caravanas.

Por el rumbo de Durango, atacaban los xixime, quienes “temibles, se acercaban al camino... para no dejar títere con cabeza”.

Y por último, montados en sus ponis, los apaches venían a dar la puntilla a los atribulados caravaneros.

Aquella primitiva “carretera Panamericana” llegó a contar sus distancias por muertos en el viaje.
Se aseguraba que eran “dos cristianos por cada legua del camino”, sólo multiplíquese por las 750 leguas hasta Santa Fe.

“Camino de historia tan larga como la distancia que cubrió o cubre aún; bien buscado, hallado, recorrido y saltado, se abre ahora ya sin (casi) asaltos y bordeado de interesantísimas poblaciones y ciudades, que junto con el paisaje y el buen trato del paisanaje, invita a recorrerlo de abajo a arriba”.

Y termina el autor del relato: “Total, ¿qué son cuatro o cinco días en coche, si los colonizadores tardaban medio año en llegar de lado a lado?”