Realidad aterradora y políticos insensatos

¡Feliz día del niño!


Realidad aterradora y políticos insensatos

La Crónica de Chihuahua
Mayo de 2014, 10:35 am

Por Omar Carreón Abud

Según los datos que publica el Consejo Nacional de Evaluación de la Política Social (CONEVAL), en su estudio “Pobreza y derechos sociales de niñas, niños y adolescentes en México 2010-2012”, el 53.8 por ciento de los niños y jóvenes de cero a 17 años de edad, son pobres y, tres de cada diez, pasan hambre. Esto constituye una sociedad, un modelo económico fracasado sin atenuantes ni aclaraciones que tiene en estas condiciones a más de la mitad de quienes -según acedos discursos de iniciación de cursos escolares- son el orgulloso futuro de la patria. Y la información no la aporta ningún crítico en campaña electoral empeñado en denostar a los gobernantes en turno, ni un amargado que no quiere ver los logros inmensos que nos rodean, la información la genera en un organismo público descentralizado de la Administración Pública Federal, o sea, simple y sencillamente, son datos oficiales.

Dejemos a un lado el estremecimiento, la compasión y la acendrada solidaridad que todavía, afortunadamente para el género humano, explican y guían la vida de mucha gente, no nos detengamos a pensar que varios de esos muchachitos pudieran ser nuestros hijos, tengamos en cuenta que entrarle por ese lado puede resultar no sólo chocante para algunos, sino insuficiente para convencer y transformar. Veamos, pues, en los términos más fríos y prácticos posibles, qué es lo que está sucediendo mientras los señores del gran poder apuestan a que la economía no crezca al 3 por ciento, sino al 3.5 por ciento y, mientras se llevan a la cárcel a algunos de los que infringen la ley y nos dicen que ya casi llegamos a la paz y a la armonía sociales y que ahí nos vamos a quedar irremediablemente.

Mientras eso sucede –nos recuerda el CONEVAL- crecen a nuestro alrededor quienes en unos cuantos años llegarán a ser adultos y se sumarán a los que ya ahora sobreviven en la pobreza y en la inconformidad. Según se deduce de los datos citados, será gente que pasó su infancia deseando un vaso de leche con un pan antes de ir a la escuela –que no es gran cosa- y deseando ir a una buena escuela, y calzando unos zapatos o tenis que no estuvieran rotos ni viejos y queriendo haber asistido alguna vez a un doctor o a un dentista que le curara las caries o le enderezara los dientes, o haber ido al cine con su papá y su mamá o, cuando menos, tener al papá de regreso en casa ya que está quién sabe dónde y… para qué seguir, tendremos a no dudarlo, una inmensa masa de mexicanos, una generación entera que no tiene nada que agradecerle y sí mucho que reclamarle al sistema en el que vivió y creció, generación que no ha disfrutado nunca de nada de lo bello y agradable de la vida, ni de lo indispensable; tendremos una generación que durante sus mejores años -esos en los que todo se graba y por más que se esfuerza uno, no se olvida- ha estado literalmente bombardeada de anuncios de consumo, de posesión y de disfrute sin absolutamente ninguna probabilidad de hacerlos reales. Tendremos, en resumidas cuentas, una generación a la que le ha faltado todo y a la cual, ante sus atónitos ojos, se han hecho desfilar durante años, como el demonio que llevó a Jesús a la más alta montaña para despertarle la ambición y la concupiscencia, las más variadas mercancías, diversiones y distracciones, que produce el mundo moderno.

Pero el riesgo no es futuro. La generación adulta que existe entre nosotros, la de 30 o 40 años, así creció ya, y actúa en consecuencia. La delincuencia, el crimen organizado, fenómenos que las instancias oficiales nunca han explicado a cabalidad a la población, porque sería como descubrir la enfermedad terminal que azota a su modelo de sociedad, son ya, como hechos sociales, absolutamente contundentes, innegables y devastadores, son una consecuencia directa de los niños que hace unos años estaban hambrientos, enfermos, sin educación de calidad (o de ninguna) y deseándolo todo.

No distingo ninguna intención de transformar el modelo económico que está destruyendo al país (si poco más de la mitad de los niños mexicanos en pobreza, no es destruir al país ¿qué es?), sí veo en cambio, sí padezco junto con mis compañeros antorchistas de Oaxaca y del Estado de México y de Hidalgo y de Michoacán y otros más, la acción de políticos cortoplacistas (después de mí que venga el diluvio), arrogantes e insensatos que hacen todo lo posible por agredir, ignorar, cometer excesos y abusos, en una palabra, provocar a la ya muy enfadada mayoría de los mexicanos que les paga –por adelantado- sus suculentas quincenas, viáticos, compensaciones y lo que falte y se invente. Si veo que buena parte de la clase política ha perdido (¿para siempre?) la inteligencia, la sensibilidad y el tacto de sus épocas de ascenso y ahora gobierna como si el statu quo fuera eterno.
Tales son los casos, ya paradigmáticos en Michoacán, de Raúl Prieto Gómez, perredista, todavía Presidente Municipal de Charo, que no lo es por la admiración, por el cariño, vaya, ni siquiera por el respeto o el temor, que pudiera infundir en sus gobernados, quienes, hartos de soportarlo, como un solo hombre, exigen su renuncia inmediata y, el caso del priista, Salvador Peña Ramírez, Presidente Municipal de Cd. Hidalgo, quien, en plena luz del día, manda golpear a sus gobernados por policías que no llenarían ni el más barco de los exámenes de confianza y reúne a una fuerza armada, abierta y escandalosamente ilegal, con elementos importados de cinco municipios, también para reprimir a los hidalguenses que sólo exigen su derecho a trabajar en paz. Así están las cosas (y peor, hay que reconocerlo), en la clase política michoacana.

Pudiera no resultar muy difícil explicar la existencia y la persistencia en las esferas de la política de dos sujetos como los brevemente aludidos, se trataría sólo de una parte de aquellos que miran a los puestos públicos como el que mira el premio mayor de la lotería y que cuando lo llegan a atener en sus manos, lo gastan sin freno ni medida. Lo que ya no resulta tan fácilmente comprensible, es que existiendo todavía políticos inteligentes, sensibles y muy experimentados que pudieran poner siquiera algunos límites mínimos a los desbordes de estos sujetos en aras del bien público y la gobernabilidad tan necesaria en el estado, esos políticos se comporten como si algo de su autoridad, de su prestigio o de sus intereses, se fuera a dañar si intervienen a favor de la razón y la legalidad. Mientras todo esto escribía, llegó a mi teléfono celular un anuncio comercial ilustrado con una caricatura que decía: ¡Feliz día del niño!