Que el Chuyito no sea un adicto como nosotros...

**Crónica de la vida errática de una pareja de cholos en el Cerro de la Cruz.


Que el Chuyito no sea un adicto como nosotros...

La Crónica de Chihuahua
Octubre de 2012, 14:48 pm

Por Froilán Meza Rivera

Colonia Cerro de la Cruz. Chihuahua, Chih.- Su voz vibró en tonos de tristeza cuando se trató del futuro de su pequeño hijo:

 No, Bety, yo no quiero que el Chuyito sea un adicto como nosotros, yo quiero que estudie y se aliviane, que sea ingeniero, doctor o lo que él quiera, no hay cuento, pero que no sea igual que yo.

Jesús (El Chuy, de 22 años) y Beatriz (La Bety, de 21) forman un matrimonio que desde hace cuatro años inició una errática vida en común marcada por la droga: Los dos consumen mariguana de manera regular y todo lo que hacen se ha encaminado a la satisfacción imperiosa de la ansiedad por fumar esa hierba. La pareja vive en la colonia Cerro de la Cruz, donde sobrevive dentro de un cuartito miserable de techo de lámina y cartones dentro del cual no han podido nunca evitar que se cuelen frías corrientes de aire.

Chuyín, como le nombran con cariño, es un robusto niño moreno de tres años que se ha fortalecido en un ambiente en el que otros niños de diferente condición social ya hubieran perecido de horrorosas infecciones. Entre el cochambre de la pared de enfrente de la estufa y sobre el mugroso piso de tierra que es un gigantesco cultivo de bacterias, el niño da traspiés en su todavía inseguro caminar. A pesar de que su abuela materna se encarga de su cuidado, en tanto que La Bety regresa de la maquiladora donde trabaja el primer turno, Chuyín se mantiene lleno de tierra y se le secan y cristalizan los mocos verdizos entre la nariz y el labio superior. Sus ojos vivos e inteligentes te miran con una madurez precoz que te impresiona, y la inspección inicial que hace de ti se interrumpe cuando el Chuyín se distrae mordisqueando una tortilla dura con frijoles. Chorreando por los extremos de la tortilla al suéter y hasta la pancita parcialmente descubierta, los frijoles forman una nueva plasta que se suma a las otras manchas que desde la mañana ha ido coleccionando sobre su ropa el Chuyín.

Por la noche, cuando Chuy regresa de peregrinar junto con la banda y llega a cenar con La Bety y el Chuyín, esta es la hora en que afloran todos los rasgos más profundamente humanos de la pareja de cholos.

Es entonces cuando se conciben con ardor sincero todos los buenos proyectos bien intencionados, mismos que la miseria se encarga de desbaratar puntualmente cada mañana.

El Cerro de la Cruz es una comunidad urbana que se ha deteriorado con los años conforme la modernidad se abre paso entre las contradicciones del desarrollo: Si por un lado la industria ligera ofrece en la ciudad empleos relativamente bien pagados, por el otro, una gran masa de jóvenes con apenas una precaria educación elemental o de plano sin ninguna preparación se encuentra excluida de la actividad productiva, presa de las drogas e inmersa en un submundo de actividades delictivas y de actividades que rozan la ilegalidad.

Este aspecto del Cerro de la Cruz es un aspecto más del otro Chihuahua, del Chihuahua desconocido.

“Aventar”, en la jerga de los drogadictos, significa vender droga. Al Chuy le dio hace un tiempo por “aventar” mariguana, que en cantidades de 350 gramos le surtía un tipo con uniforme de policía y que sacaba los paquetes de una aparentemente inofensiva mochila deportiva.

Chuy, el cholo, aceptó el negocio que le propuso un día su amigo Víctor Hugo, mientras en una cruda ambos se pasaban unos burritos de picadillo y chiles rellenos con unas cocas afuera del Oxxo de la Melchor Guaspe, en los límites de las colonias Dale y Rosario. A partir de ese día del mes de julio de 1999, El Chuy recibió regularmente la visita del uniformado, quien cada 72 horas le surtía la ración acordada.

El Chuy vendía la mariguana en paquetitos de a 20 pesos, de los que salen entre cuatro y cinco dosis, entre sus amistades de la banda a la que pertenece desde los 13 años y eventualmente con clientes nuevos que le eran referidos o enviados por sus compitas. Sus amigos son jóvenes como él, con el pelo peinado hacia atrás y petrificado con plastas de gel, de ropas anchas y elegantes en su estilo, zapatos boleados y brillantes hasta el extremo en días de “rol”, o bien ataviados más informalmente con playeras o camisetas blancas en los días de verano, cuando no salen de las seis esquinas que son sus habituales “revolcaderos”.

 Y si tanto quieres al Chuyín, ¿por qué te comprometes de traficante en vez de sólo quemar la hierba?- Le preguntó por esos días La Bety.

 Nel, pérate tantito, y vas a ver cómo en uno o dos años juntamos una buena feria para poner un changarro de hamburguesas o de cualquier otra cosa y mandamos a la chin... estos “bisnes”.

Pero el “bisnes” tuvo que ser interrumpido violentamente a los pocos meses por el propio Chuy, cuando se dio cuenta de que como traficante tenía la “mota” tan al alcance de la mano que se estaba excediendo en el consumo personal al grado de no tener completo el dinero para liquidar las entregas. Entregó el changarro con cuentas mochas y tuvo que pagar sus deudas en plazos, hasta que se “desafanó” y quedó otra vez como un simple cliente de los minoristas.

 Yo te puedo enseñar “sorderamente” cinco, seis o siete casas donde la “avientan”, otras donde la queman- dice. Y en efecto: “Mira, ahí está una... esa es otra...”, y a la vuelta de la esquina está otro expendio, “ahí donde está estacionada aquella ranfla entre los dos pinos”.

“Vamos a que Martita”, “a que Martita nos diga”, juega el cholo con la palabra “quemar” en la forma naturalmente discreta y jocosa con que se comunican entre ellos los adictos. Toda una elaborada jerga en la que el helicóptero que ayuda los fines de semana a las batidas policiacas contra los “picaderos” es “el motero”; los policías a caballos son “los centauros”, los policías que suben al cerro en poderosas motos Enduro son los “poncharelos” (por el personaje de la desaparecida serie de televisión CHIP’S). Un “avión” y un “viaje” describen la experiencia sensorial producida por la droga, y por lo mismo un “raid” es cuando alguien te facilita u obsequia el viaje. Un “gallo” es un “toque” o fumada de mota. El “chicharrón” o “chicha” es la colilla, “bacha” o “bachicha” y cuando juntas varios “chicharrones” te fabricas con ellos un cigarrillo que produce efectos extremadamente concentrados que te dan un tremendo “patadón”.

En la calle, El Chuy se topa con un compa que a lo lejos le dispensa lo que parece un saludo: Con ambas manos con las palmas volteadas hacia arriba y abriéndose desde el corazón hacia los lados, el amigo le pregunta algo a la distancia, y el cholo le responde con otro ademán similar, pero que se abre hacia abajo y con las palmas volteadas al suelo. En la traducción que nos hizo resultó que el amigo le había preguntado con su gesto si tenía algún “gallo”, y El Chuy le respondía a su vez que no traía nada.

Jesús regresa a su casa esa noche con algo de dinero, producto de uno de los eventuales trabajos que realiza en la construcción al servicio de un “maistro” que lo contrata en promedio como una semana de cada mes. Trae en el pecho unas cervezas y le apura llegar con La Bety, para contarle un nuevo proyecto que se le ocurrió hace unos días y que ha estado madurando de tanto darle vueltas en la cabeza.

Otro proyecto bien intencionado, que la realidad implacable se encargará de desbaratar puntualmente este lunes, en este Cerro de la Cruz que se debate cada día entre las esperanzas de unos y las miserias de otros,