Obama y sus asesinatos a control remoto

Drones


Obama y sus asesinatos a control remoto

La Crónica de Chihuahua
Marzo de 2013, 15:07 pm

El primer ataque de aeronaves no tripuladas (UAV por sus siglas en inglés), conocidas popularmente como drones, ocurrió el 3 de noviembre de 2002 en Yemen. Aquel día, desde las instalaciones del desierto de Nevada (EEUU) un piloto norteamericano pulsó el botón de su consola de mando y a miles de kilómetros de distancia el misil de un drone Predator impactó de lleno en un automóvil. En él viajaba Quan Senyan Al-Harithi, conocido como Abu Ali, uno de los líderes de Al Qaeda, sospechado de organizar el ataque contra el destructor estadounidense USS Cole en pleno puerto de Adén mientras repostaba, el 12 de octubre de 2000.

Tras aquella primera operación encubierta en Yemen, todo cuanto ha rodeado a los operativos de drones en regiones en las que no hay conflicto bélico declarado ha sido ultra secreto, hasta el punto de que las operaciones son coordinadas directamente por la CIA y la Casa Blanca sin informar de ello siquiera al Congreso de EEUU.

Se da por seguro que el asesinato de Harithi fue obra de la Task Force 20, cuyo código en clave era Zorro Gris (Grey Fox), una unidad encubierta de la Delta Force seleccionada especialmente y en cuya hoja de servicios destacan sus operaciones encubiertas en la guerra y la posguerra de Irak a partir de 2003.

Antes de ese 3 de noviembre de 2002, el uso de los drones se limitaba a misiones de vigilancia y reconocimiento. De hecho, antes de los atentados del 11 de septiembre de 2001, drones de la CIA habían sobrevolado supuestos campamentos de entrenamiento de Bin Laden en Afganistán. Hasta es posible remontarse a la guerra del Golfo (1991) e incluso a la de Vietnam (1964-75) y encontrar algunas experiencias con este tipo de aeronaves. Dotadas hoy en día de múltiples cámaras repartidas por todo el avión, incluidas las de infrarrojos y visión nocturna, el piloto recibe una panorámica perfecta de la situación en el terreno, como si fuera un pájaro.

Su tecnología de punta permite escuchar conversaciones de teléfonos móviles y ubicar a los interlocutores en tierra, en medio de una multitud, e identificarlo con un software de reconocimiento de rasgos faciales; o averiguar mediante sus sensores térmicos si algún arma ha sido disparada recientemente en la zona. La carga de imágenes e información recogida por estos drones es tal que en los últimos años las Fuerzas Armadas estadounidenses se han visto obligadas a multiplicar por cinco el personal de inteligencia encargado de analizarla.

Como arma de ataque, el drone tiene una ventaja incomparable: permite incursiones remotas sin arriesgar soldados, que controlan las aeronaves desde otro sitio del planeta con un sofisticado radar que les permite pilotar en condiciones de muy baja visibilidad por humo, niebla o calima, y traducir en imágenes detalladas todo lo que se oculta tras las nubes o el humo.

Se ha argumentado, también, que los drones tienen precisión quirúrgica. Tecnología como el programa GhostLink permiten seguir vehículos en el terreno y transmitir en tiempo real y con alta resolución su imagen en el terreno. Su poder destructor es extraordinario, no solo por su potencia de fuego –sus misiles Hellfire están diseñados para destruir tanques blindados-, sino porque, en muchos de los casos recientes, dispara contra casas de adobe.

A una altitud de 50.000 pies y una velocidad de más de 360 km/h, los drones no hacen más que ganar adeptos en el aparato militar norteamericano. En 2005 equivalían al 5% de todas las aeronaves del Departamento de Defensa; hoy en día superan el 60%, y el número de pilotos entrenados para controlarlos ya es mayor que el de sus pares de aviones convencionales.

La fabricación de los primeros modelos de UAV, conocidos como Predator, ha sido durante mucho tiempo patrimonio exclusivo de la compañía General Atomics, cuyas cuentas nunca se han hecho públicas. Algunas fuentes afirman que el gasto público en drones ronda los 3.000 millones de dólares anuales. El sucesor de este modelo, más grande y rápido, sería el Reaper: juntos, acaparan la mayor parte de las operaciones norteamericanas actuales, si bien es cierto que en los últimos tiempos ha entrado en juego la empresa AeroVironment y su modelo Switchblade, también conocido como el ‘drone kamikaze’, porque ha sido concebido para volar entre las filas enemigas y, en el momento adecuado, detonarse y acabar con ellas.

Los ocho años de Administración Bush culminaron con 52 ataques de aviones no tripulados, todos ellos en Pakistán. Se estima que causaron cerca de 300 heridos y que, de un total de entre 416 y 599 muertos, hasta 292 habrían sido, o podrían haber sido, civiles. Los informes reunidos por The Bureau of Investigative Journalism (TBIJ), indican que 123 de estos últimos eran niños.

Dos de ellos eran amigos de Ali Salman, un joven de la región norteña de Waziristan Eran las once menos cuarto de la noche del 17 de junio de 2004. “Acababa de terminar mis deberes y estaba a punto de irme a la cama cuando vi una especie de relámpago y entonces escuché el aterrador sonido del ataque. Salí corriendo hacia el lugar, pero no sabía qué era lo que había sucedido exactamente. Comenzó a llegar mucha gente preguntando qué había pasado”. Confusión. Miedo. Niños y mujeres llorando. Rumores: “hay talibanes por aquí”. Salman comprendió luego: “El misil impactó en la casa de mi amigo Rehmat Zuman y su hermano mayor Fakher. Murieron los dos. Entonces estábamos en séptimo curso”. Otras tres personas murieron también en esa casa. “Una pérdida irreparable”, se lamenta Salman, hoy estudiante universitario. “Rehmat era mi mejor amigo”.

¿Por qué dispararon contra la casa? “Al parecer, daban cobijo al comandante Naik Muhammad”, contó. Según la Inteligencia estadounidense, Naik Muhammad era responsable un fallido intento de asesinar al general Pervez Musharraf.

Pero Bush usaba los drones en forma intensiva. Era más partidario de localizar y detener a líderes de Al Qaeda mediante fuerzas especiales como la Grey Fox para después torturarlos en busca de información. Como muestra, en tan solo dos meses de2003, la Task Force 20 capturó a 32 de los 55 iraquíes más buscados.

Esta táctica cambió con la llegada de Barack Obama a la Casa Blanca en 2008 y, sobre todo, tras el escándalo de WikiLeaks y las revelaciones de cómo EEUU había organizado torturas sistemáticas y asesinatos. Así, los drones se han convertido en un pilar central de la Guerra contra el Terror.

Sólo en Pakistán y en los 5 años de mandato que lleva, el presidente Premio Nobel de la Paz habría dado orden de realizar hasta 7 veces más ataques de los que aprobó Bush: de los 364 ataques en suelo paquistaní desde 2004, 312 corresponden a la era Obama. Se estima que habría causado más de 3.500 muertos, entre los cuales la cifra de civiles se mueve entre los 411 y los 844 muertos. Según TBIJ, 197 de ellos eran niños.

Pakistán absorbe la mayor parte de estos ataques, pero no son los únicos. Los bombardeos estadounidenses en Yemen desde 2002 podrían haber acabado con la vida de casi 700 civiles y en Somalia, desde 2007, más de medio centenar. La región fronteriza de Pakistán es escenario principal, porque en esta nueva etapa también han cambiado los objetivos de los ataques: si con Bush el 25% de los objetivos eran miembros de Al Qaeda frente a un 40% de talibanes, con Obama la cifra de objetivos de la organización terrorista se ha visto reducida al 8%, mientras que la de los talibanes trepó hasta el 50%.

Mientras que Afganistán es un teatro de guerra oficialmente declarado, Pakistán, Yemen o Somalia no. Por ello, las operaciones en Afganistán dependen directamente del Pentágono, mientras que las otras son acciones encubiertas planificadas por la CIA y aprobadas directamente por Obama. Más en el caso de Yemen, puesto que las sospechas sitúan la base de los drones que operan allí en Arabia Saudita, cuyas relaciones son mucho mejores con la CIA que con el Ejército.

Obama ha ratificado esta política al designar a John Brennan como nuevo director de la CIA. Brennan es el padre del programa de aviones no tripulados, cuyos detalles se negó a revelar durante su comparecencia ante los senadores que debían confirmarlo en el cargo. También participó en el programa de torturas de Bush.

El cambio de táctica entre una y otra administración ha provocado comparaciones. No sobre su eficiencia sino sobre sus consecuencias morales. La profesora de Derecho de Notre Dame, Mary Ellen O’Connell, las equipara; John Yoo, abogado de la Administración Bush y autor de los memorandos que justificaban la tortura, afirmó en The Wall Street Journal que aquella era mejor: los ataques con drones, sostuvo, “violan las libertades personales mucho más de lo que nunca lo hicieron las torturas con ahogamiento a líderes de Al Qaeda”.

Por otra parte, Bush trató de ocultar las torturas y los interrogatorios abusivos tras los muros de Guantánamo y las cárceles secretas, incluso cuando éstos se filtraron. Obama ha pretendido dar una pátina de legalidad a sus operaciones clasificadas. La tortura es ilegal, según el Derecho Internacional, incluso, en estado de guerra mientras que los bombardeos no.

Las muertes civiles son lamentadas, pero consideradas inevitables daños colaterales; el asesinato sin juicio previo de sospechosos de acciones definidas como terroristas u hostiles a los Estados Unidos es ejecutado como un acto de guerra. Más allá de cualquier discusión jurídica o moral, el apoyo popular a esta táctica en los Estados Unidos ronda el 80%.

Hubo, sin embargo, cuestionamientos dos años atrás, cuando un drone asesinó a Anwar al-Aulaqi, clérigo musulmán en Yemen. Al-Aulaqi era un supuesto líder de Al Qaeda y su muerte fue celebrada en EEUU; pero resultó luego que tenía pasaporte estadounidense, lo que creó cierta conmoción. El gobierno norteamericano había matado a uno de sus ciudadanos sin juicio previo. El profesor de Derecho de Georgetown, David Cole, preguntó: “¿Cómo podemos ser libres si nuestro gobierno tiene la potestad de matarnos en secreto?”.

Estas elucubraciones se derivan de la mayor repercusión de los ataques. Es que durante el mandato demócrata, los testimonios de víctimas de drones se han multiplicado dramáticamente. Por ejemplo, el de Sadaullah Wazir, un estudiante de la región de Waziristan que en septiembre de 2009 sufrió un ataque. “Ni siquiera oímos los dos misiles que nos lanzaron y, antes de darnos cuenta, habían explotado”, recuerda. “Estábamos tomando té y picando algo y entonces, llegaron los misiles”. Tres personas murieron, y su primo y él cayeron heridos. “Cuando recobré el conocimiento, tenía un ojo vendado y ni siquiera sabía por qué sólo veía por un ojo”.

Wazir perdió las dos piernas y quedó tuerto. “Antes de que empezaran los ataques”, se lamenta, “mi vida era feliz; iba a la escuela y pensaba que algún día sería médico”. Ya no será posible. Dejó la escuela, apenas sale de casa porque el dolor le impide caminar con sus prótesis y sufre terribles jaquecas.

¿Por qué se producen tantas bajas civiles si la tecnología de estas aeronaves es tan precisa? Uno de los motivos fundamentales, sobre todo en los primeros años del primer Drone Predator_-¬General Atomicsmandato de Obama, era la naturaleza de los denominados “ataques por firma”, bombardeos dirigidos contra la actividad sospechosa de un grupo de personas –sin haber identificado con precisión el blanco. En otras palabras, tirar al bulto.

En uno de ellos se produjo la matanza del 23 de junio de 2009 en Afganistán: la CIA localizó a un comandante talibán en un funeral al que acudían miles de personas y optó por lanzar misiles sobre la multitud para asesinarlo. El ataque se saldó con 83 muertos, de los cuales se estima que entre 18 y 45 eran civiles. El comandante talibán salió ileso.

La Casa Blanca acabó por descartar oficialmente este tipo de ataques. Ross admite que, “aunque no se puede afirmar categóricamente que se ha abandonado esta estrategia, lo cierto es que, por las cifras de ataques y víctimas desde 2009-2010, parece que así ha sido”.

La otra causa de que haya tantas muertes de civiles, conocidas como “daños colaterales”, es la mala inteligencia previa.

Farid Muttaqi ha venido trabajando en la Comisión Independiente de Derechos Humanos (DDHH) de Afganistán (AIHRC) desde el año 2004 y participó en la elaboración de Conflict Mapping in Afghanistan since 1978, el polémico informe de 800 páginas que documenta los crímenes de guerra cometidos en el país asiático en las tres últimas décadas, con nombres y apellidos de los responsables. El informe jamás vio la luz debido a presiones del propio Gobierno afgano y de los países con tropas en el terreno.

Muttaqi explica que “EEUU y el gobierno afgano no cooperan, no comparten ningún tipo de información, y eso pasa su factura a la hora de definir los objetivos”. Según afirma, “el gobierno afgano no tiene conocimiento de cómo, ni dónde ni por qué atacan los aviones no tripulados”.

En lugar de confiar en las autoridades afganas, el Pentágono cuenta con observadores locales sobre el terreno, a los que paga a cambio de información. “Pero –advierte Muttaqi– en muchas ocasiones ésta no es confirmada y mueren inocentes”. Como ejemplo, cita “el caso de un líder tribal que denunció a otro con el que estaba enfrentado desde hacía años por una disputa personal. Le acusó de alojar talibanes en su casa. No era cierto, pero los drones bombardearon su casa”.

Brandon Bryant trabajó en la Cannon Air Force Base de Nuevo México, encerrado en un habitáculo similar al contenedor de un tráiler sin ventanas, a 17 grados centígrados y con la puerta de acceso cerrada a cal y canto. Tenía delante 14 monitores y cuatro teclados. Manipulándolos, podía marcar con un láser el objetivo de los drones: tal vez el tejado de una casa a miles de kilómetros de distancia. Su compañero, sentado a unos centímetros a su lado, pulsaba un botón de joystick. Dieciséis segundos después se producía el impacto de un misil Hellfire en algún lugar remoto.

Bryant asegura que vivir esos momentos “es como estar a cámara lenta”: uno no aparta los ojos de la pantalla mientras recibe las imágenes que envía el UAV vía satélite, con un retardo de entre dos y cinco segundos. Siete segundos para el impacto. No hay ni un alma en la pantalla: si la hubiera, aún podría desviar el misil que se dirige a esa casa. Tres segundos para el impacto. Un niño dobla la esquina. Ya es tarde. En la pantalla se produce una gigantesca explosión, la casa queda hecha trizas y no hay ni rastro del niño.

“¿Acabamos de matar a un crío?”, pregunta, aterrado, a su compañero. “Sí, creo que sí”, contesta este. Aún no lo puede creer. Escribe con su teclado: “¿Eso era un niño?”. Alguien, en otro rincón del mundo donde se sigue el ataque por monitores, responde: “No, era un perro”. Revisan el vídeo. “¿Un perro con dos piernas?”.

Bryant fue uno de tantos pilotos de aviones no tripulados que, a partir del pasado mes de febrero, recibirán polémicas condecoraciones del gobierno de los EEUU. La mayoría de ellos sufre depresión, ansiedad y cuadros de estrés post-traumático, según un reciente informe del Departamento de Defensa estadounidense. En 2011, de los 840 operarios de drones estudiados, las Fuerzas Armadas encontraron que un 46% de los pilotos de Predator y Reaper y un 48% de los operarios del sensor Global Hawk presentaban “elevados niveles de estrés operacional”.

Bryant contó a la revista alemana Der Spiegel que una hora antes veía cómo los afganos hacían el amor sobre los tejados de sus casas en las noches calurosas de verano y una hora después enviaba el misil.

Ann Wright, ex coronel del Ejército estadounidense y oficial retirada del Departamento de Estado, denuncia que “EEUU mantiene en secreto el número de civiles muertos en los bombardeos de drones. Sabemos que las agencias de inteligencia de EEUU comprueban desde las cámaras de videovigilancia de los propios drones cuántas víctimas se han producido en un primer ataque y, en ocasiones, en función de lo que vean, lanzan un segundo ataque contra el mismo objetivo”. La ex coronel indica que “se ha llegado a atacar funerales de víctimas de un bombardeo previo con drones, en una clarísima violación del Derecho Humanitario Internacional”.

Tanto el número de ataques, como de víctimas y localizaciones son estimaciones contrastadas hasta donde permite la propia orografía del terreno. Alice Ross es, junto al Cifras_Pakist+ínresto de sus colegas en The Bureau of Investigative Journalism (TBIJ), una de los mayores expertos en los programas de UAV. El Bureau lleva años documentando esta guerra encubierta y es una de las principales fuentes de información junto a The Long War Journal y, en menor medida, otros, como Pakistan BodyCount

Ros explica que los “datos descansan sobre fuentes que van desde periódicos, testimonios en tribunales o registros en libros a documentos filtrados y, por supuesto, nuestros propios investigadores sobre el terreno”. La experta llama la atención sobre lo “extremadamente complicado que es para los periodistas trabajar en Waziristán, donde se produce la mayor parte de los ataques en Pakistán, por lo que en esos casos nos apoyamos en corresponsales locales y conversaciones con gente de las tribus”).

“La falta de transparencia e información permiten que los funcionarios de Estados Unidos realicen afirmaciones audaces sobre el número de bajas de civiles, como las que hizo recientemente la senadora demócrata, Dianne Feinstein, al afirmar que éstas eran de un solo dígito”, protestó.

Cifras_YemenSon cifras a las que se oponen organizaciones como la New America Foundation, una de las más activas contra esta guerra secreta, y que contrastan con las de otros senadores, como el republicano Lindsey Graham, que hace tan sólo unos días aportaba a los medios la cantidad de 4.700 asesinatos con drones, justificándolos: “A veces matas a gente inocente, y lo detesto, pero estamos en guerra”.

Pero ni una sola cifra oficial. El Bureau ha puesto en marcha una nueva investigación, la campaña Identifica al muerto, que busca identificar a todas las víctimas de los aviones no tripulados. A finales del pasado mes de enero, ya se había conseguido identificar a 213 personas asesinadas en Pakistán.

Wright, como sus colegas de la New America Foundation, está convencida de que los asesinatos selectivos con drones Cifras_Somaliaorganizados por la CIA son ilegales, contrarios a “la orden ejecutiva de 1976, suscrita por el presidente Gerald R. Ford, que prohíbe la participación de las agencias de inteligencia en asesinatos”. Y no sólo la CIA está detrás de estas operaciones: algunos contratistas privados de seguridad, como la extinta Blackwater (ahora rebautizada como Xe Services) también habrían participado en ellas.

Brennan, nuevo director de la CIA, afirma que no sólo cuenta con apoyo popular en los Estados Unidos, sino que “la gente en esos países (blanco de los ataques) son rehenes de Al Qaeda y dan la bienvenida al trabajo de extirpar ese cáncer de su seno”.

Ann Wright lo niega. El sentimiento antiamericano se ha acentuado en la región asiática, sostiene, hasta el punto de que, “en 2012, el ejército afgano y las fuerzas de seguridad que los mismos EEUU y OTAN estaban formando mataron más soldados americanos que Al Qaeda y los talibanes”. Wright, que ya se opuso a la Guerra de Irak (2003) y ahora se convertido en una auténtica activista anti-drone colaborando con organizaciones como Code Pink o Voices of Conscience, sostiene que “los soldados afganos están apuntando con sus armas a los instructores norteamericanos porque tienen familiares o amigos que viven en la franja fronteriza y han sido víctimas del programa de drones de la CIA”.

A miles de kilómetros de distancia, Rehan Khan, un joven freelance, colaborador del Daily Times en Pakistán, le hace eco: “Los drones han traído más antiamericanismo. Incluso quienes daban un voto de confianza a Estados Unidos ahora lo critican con vehemencia”.

“La mayor parte de las facciones militantes que operan bajo el paraguas del Tehrik e Taliban Pakistan (TTP, organización terrorista asociada al movimiento talibán) nació a partir de los ataques de drones y las irracionales operaciones del Ejército paquistaní”. No son los únicos en reaccionar, continúa: “algunas de las víctimas de estos bombardeos de drones cruzan la frontera, a Afganistán, para combatir contra los estadounidenses”.

Sólo en Pakistán, The Bureau of Investigative Journalism estima que se han producido 364 ataques de drones americanos entre 2004 y 2013, con un resultado de entre 120925021747-pakistan-drone-strike-protest-story-top2.640 y 3.474 muertos. De ellos, es posible que casi 900 fueran civiles, y que, de estos, 176 fueran niños. Los heridos de estos bombardeos se cuentan también por miles. Khan lamenta que “uno de estos ataques apenas mata a uno o dos militantes, y el resto son civiles inocentes. Los daños colaterales son muy altos”.

El afgano Muttaqi dice que “es chocante y muy, muy triste, escuchar a los altos mandos de las Fuerzas Aéreas de EEUU hablar de las misiones con aviones no tripulados, referirse a ellas como buenas porque no se producen bajas de soldados y, en cambio, ni siquiera mencionan cómo año a año el número de bajas civiles se incrementa”.

Del mismo modo que Wright y Khan, Muttaqi también ve un repunte del antiamericanismo, así como de “adhesiones a los talibanes a medida que se producen más matanzas de mujeres y niños. Los talibanes están claramente sacando partido de ello”. En su país no se tratas sólo de los drones. “Muchas veces –señala–, las tropas norteamericanas llegan a un pueblo, detienen a miembros de una familia y no se sabe nada más de ellos: ni por qué fueron apresados, ni si han sido juzgados o ejecutados”. Entonces, lamenta Muttaqi, “es cuando se reclama venganza, cuando recrudece aún más el conflicto”.

“La percepción general es que EEUU está violando nuestro territorio y los partidos religiosos están sacando partido de ese sentimiento en sus campañas políticas –indica Khan–. El Parlamento de Pakistán, incluso la ONU han elevado sus quejas en numerosas ocasiones, pero ambos han sido silenciados por el poder hegemónico de EEUU”.

La evidencia de que los ataques no hacen sino generar más resentimiento y causar muertes injustificadas ha dado pie a que aparezcan teorías de la conspiración que buscan explicarlos y a que en ciertos círculos no suenen del todo descabelladas. Khan se pregunta “quién está suministrando con armas y logística a estos grupos insurgentes”, y se responde: los EEUU. Según cuenta, “en ámbitos académicos de Pakistán se sostiene la teoría de que EEUU podría estar financiando a algunos grupos insurgentes que combaten contra el Gobierno de Pakistán, como es el caso del TTP, con el fin de crear el caos y la inestabilidad en el país”.

Una tesis que a sus ojos se ve reforzada por el hecho de que muchos de los afectados por los ataques selectivos de EEUU “son pueblos tribales, talibanes en las FATA (Áreas Tribales Federalmente Administradas), que ya tenían acuerdos de paz con Pakistán, mientras que los que están haciendo la guerra nunca han sido blanco de los drones”. Además, continúa, “los talibanes afganos y la Red Haqqani que operan en Afganistán, mantienen buenos lazos con el ejército paquistaní y han asegurado a nuestro Gobierno que ellos no prestan ningún soporte a los talibanes paquistaníes. ¿Quién se lo está prestando, entonces?”.

¿Hasta dónde pueden llegar estos ataques? ¿Dónde empieza y termina esta guerra? ¿Y quiénes son los enemigos?

El incremento de las operaciones se sustenta porque el conflicto armado se desplaza allá donde vayan los enemigos, eliminando cualquier posibilidad de geografía jurídica de la guerra. Pero ¿quiénes son los enemigos? A finales del año pasado, el asesor general del Departamento de Defensa, Jeh C. Johnson, respondía a esta pregunta en un discurso pronunciado en la Universidad de Oxford: “Nuestro enemigo está formado por las personas que son parte de los talibán, de Al Qaeda o de fuerzas asociadas” y son co-beligerantes en las hostilidades contra EEUU o sus aliados de la coalición. Unos meses antes, el asesor general de la CIA, Stephen Preston, se aferraba a la legítima defensa como fundamento jurídico para justificar el uso de fuerza letal por la Agencia, a pesar de que un informe de la ONU apuntaba ya en 2010 que la “legítima defensa preventiva” jamás es una justificación para asesinar a sospechosos de terrorismo fuera de las zonas de combate.

Pilar Pozo Serrano es profesora titular de Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales en la Universidad de Valencia (España); lleva años estudiando estos programas y también comparte la idea de que “las campañas están ayudando a fomentar una mayor radicalización”, lejos de debilitar a los grupos insurgentes. Para Pozo Serrano, la clave para poder hablar de legal o ilegal radica en si existe un conflicto.

Pozo Serrano sostiene que, “desde la óptica del Derecho Internacional es un exceso que un Estado entero esgrima legítima defensa contra un único individuo”, como es el caso de estos asesinatos selectivos. En Yemen y Somalia, “donde no existe conflicto armado como tal”, los EEUU actúan “sin el respaldo del grueso de la Comunidad Internacional, pero tampoco con su cuestionamiento porque, en el fondo, hay un temor generalizado contra la amenaza yihadista”.

Otro de los motivos para este consentimiento tácito o explico es que “los otros países también quieren tener su margen de maniobra para usar drones contra grupos insurgentes que les amenazan, como es el caso de Turquía, Rusia o Israel”. Sin embargo, Pozo Serrano advierte que, a diferencia de lo que hace la Administración de Obama, “Israel, por ejemplo, sí hizo pública su política de ataques selectivos”, hasta el punto de que ha sido revisada y objeto de un pronunciamiento judicial por parte del Tribunal Supremo de Israel.

Ann Wright asegura que “los ataques con drones en Pakistán, Somalia, Yemen y Afganistán violan la soberanía de esos países”, si bien éste último caso es especial, porque existe una resolución de la ONU que autoriza el despliegue de operaciones militares. “Si Pakistán, Yemen y Somalia quieren asesinar a sus ciudadanos con drones o cualquier otro tipo de armas, es su decisión, pero los EEUU no debería estar llevando a cabo operaciones en esos países”, sostiene.

Wright está convencida de que “EEUU viola sistemáticamente el Derecho Internacional con su guerra global contra el terrorismo” como excusa, “sin que haya sufrido todavía ninguna consecuencia por esta violación”. Desde su punto de vista, “estas acciones deberían discutirse directamente en la Corte Penal Internacional o cualquier otro foro jurídico internacional”.

La connivencia internacional podría haber tocado a su fin. El relator especial de la ONU para la lucha contra el terrorismo y los Derechos Humanos, Ben Emmerson, realizó una investigación sobre ataques aéreos llevados a cabo por EEUU, Reino Unido e Israel, y presentará sus recomendaciones a la Asamblea General de la ONU el próximo otoño (septentrional).

Mientras tanto, la CIA extiende sus operaciones encubiertas en el África. Según los cables hechos públicos por WikiLeaks, habría establecido en la ciudad de Ouagadougou (Burkina Faso) su centro neurálgico. Bajo el nombre en clave Creek Sand, este cuartel general estaría coordinando al menos una docena de bases aéreas, establecidas desde 2007 en países como Etiopía, Yibuti, Kenia o las Islas Seychelles, entre otros. ¿El objetivo? Vigilar y atacar a al-Shaba o al-Qaeda en la Península Arábiga al LRA (Lord’s Resistance Army) de Joseph Kony en Uganda, pasando por el AQIM en Mauritania, Malí y el Sahara.

La guerra sin límites de los drones parece apenas comenzar.

Nota de El Puerco Espín
Por:David Bollero