Mira Barcelona a través de los ojos de Gaudí

** La basílica de la Sagrada Familia en Barcelona, en la que el arquitecto Antoni Gaudí trabajó durante más de cuatro décadas hasta su muerte, en 1926. Aún está en construcción. (Foto crédito: Pep Daudé.)


Mira Barcelona a través de los ojos de Gaudí

La Crónica de Chihuahua
Julio de 2017, 10:48 am

Por Luicas Peterson/ The Nes York Times

Intento ser juicioso acerca de qué ciudades describo como “mágicas”, pero Barcelona se merece esa palabra. Aunque Madrid tiene un lugar entre las capitales de Europa y Sevilla cuenta con una rica historia, Barcelona tiene un atractivo particular que no había encontrado antes.

Ya sea en un partido de fútbol al anochecer en los callejones del Barrio Gótico, haciendo nuevos amigos en un bar de pinchos donde los comensales conviven parados, hombro con hombro, o disfrutando plenamente del espectáculo turístico de luces y agua en la Fuente Mágica de Montjuïc, cerca del Palacio Nacional, las encantadoras idiosincrasias y el feroz carisma de Barcelona la convierten en un lugar ideal para cualquier viajero.

Todo lo que necesitas para sentirte como barcelonés, me explicó mi amiga Julia Miskevich, que es una antigua residente, es “buen vermú y pepinillos”. Eso, y “quizá un cigarrillo y una voz muy ronca”. Encontré comida y bebidas maravillosas en la capital catalana (aunque me salté la parte de los cigarrillos), pero me propuse enfocarme en las creaciones del arquitecto modernista Antoni Gaudí, incluyendo su obra maestra incompleta que es el Templo Expiatorio de la Sagrada Familia. Y aunque Barcelona no es barata, ahorré en lo que pude y me quedé varios días sin afectar mucho mis finanzas.

Gaudí creció a unos 97 kilómetros yendo hacia el sur por la costa balear, en la pequeña ciudad de Reus. Sin embargo, ganó renombre en Barcelona, adonde se mudó en 1868 para estudiar arquitectura. Para cuando se graduó, su carrera profesional ya estaba bien encaminada. Aunque originalmente le rindió homenaje a las tradiciones victorianas de la época, pronto comenzó a trabajar de forma innovadora e impactante, experimentando con materiales, colores, figuras geométricas e inspirándose en los reinos animal y vegetal.

Actualmente, las obras de Gaudí son una fuente confiable de ingresos para Barcelona. No es barato entrar a sus edificios: incluso el Parque Güell, una creación de Gaudí que tiene algunos espacios abiertos al público, requiere boletos programados para tener acceso a ciertas áreas (7 euros o alrededor de 8 dólares). Hay descuentos, pero son limitados. Si registras tu información personal y huella digital en alguna de las oficinas de atención ciudadana de la ciudad, tienes entrada gratuita al parque y obtienes descuentos en algunos museos de la ciudad, aunque no en los otros sitios famosos de Gaudí.

Eso significa que deberás desembolsar 22 euros (25 dólares) para entrar a la Casa Milà con un boleto programado (el costo para entrar sin restricción de horario es de 29 euros). Algunos exteriores de Gaudí pueden verse sin pagar, incluida la enorme estructura de la Casa Milà, en la esquina de Carrer de Provença y Passeig de Gràcia, que tiene forma de criatura marina gigant, o tal vez de nave espacial o de una misteriosa cantera antigua, como lo indica su apodo, la Pedrera. Yo sí pagué la entrada, y valió la pena el precio: el edificio no se parece a nada que haya visto antes.

Encargada por un magnate y construida cuando Gaudí estaba en su auge creativo, esta estructura fue diseñada para albergar apartamentos. Aspectos de lo natural y lo antinatural coexisten en una paradoja simbiótica: aunque es totalmente artificial y ostentosa en ciertos aspectos, la fachada se asemeja a un pedazo de coral alisado por el océano y las figuras parecidas a criaturas de mar que adornan la azotea hicieron que me sintiera como en un acuario. Un video promocional sugiere que la casa no fue creada por Gaudí, sino por la propia naturaleza, y es difícil no estar de acuerdo. No olvides aprovechar el recorrido informativo en audio, que es gratuito con tu boleto de entrada.

Otra creación de Gaudí que visité fue el Palau Güell, una estructura que precedió a la Casa Milà por unos 20 años y se nota. También encargada por un magnate, la mansión no cuenta con la cualidad caprichosa y juguetona de algunas de sus obras posteriores, y algunas partes tienen un claro estilo gótico y de catedral (en algún momento se celebraron oficios religiosos en el palacio). El precio de entrada, 12 euros, es menor al de la Casa Milà. En la calle del palacio hay un 365 Café, una parada conveniente para un café rápido (1,15 euros) y un minicroissant (0,35 euros).

Pero no solo se vive de arquitectura. Encontrar un buen lugar barato donde quedarse es el reto. Entre las calles desgastadas y laberínticas de la Ciutat Vella (Ciudad Vieja), las opciones de alojamiento decente pueden costar fácilmente más de 200 dólares por noche. Preferí renunciar a la conveniencia de estar en el centro de la ciudad para ahorrar unos cuantos dólares. Un Holiday Inn Express en el barrio de Sant Martí, a 129 dólares por noche, resultó ideal.

El desayuno gratuito estuvo bien y la ubicación, a 25 minutos caminando del Parque de la Ciudadela, me dio la oportunidad de ver Barcelona como se debe ver: a pie. Aun así, mi tarjeta de viaje de Barcelona (14,50 euros por dos días de uso ilimitado de transporte público y 21,20 por tres días; 10 por ciento de descuento si se compra en línea) resultó útil —no tanto como había previsto—. La estación de metro más cercana a mi hotel no era conveniente para la mayoría de los lugares que quería visitar. Me pareció que el sistema de autobús era más útil, y la tarjeta de viaje parecía fallar cuando más la necesitaba: la mayoría de las rutas nocturnas de autobús con dirección a mi alojamiento estaban a cargo de una empresa privada, Tusgsal, que no aceptaba la tarjeta.

¿Y qué estaba haciendo afuera tan tarde? Me iba de juerga, me emborrachaba, caminaba sin rumbo por las calles oscuras de piedra, me detenía a escuchar a un músico que tocaba para los transeúntes cerca de una de las muchas iglesias antiguas de la ciudad, o para ver a un par de niños que recreaban el partido de esa tarde del Barcelona contra la Juventus junto a un muro de Carrer del Carme. Una noche podría comenzar en el Bar Brutal, un lugar con mucha personalidad y mensajes escritos con marcador en las paredes, además de una gastronomía meticulosa que no acaba con tu cuenta bancaria.

El bacalao servido bajo una nube increíblemente ligera de patatas esponjosas (10 euros) era celestial, y estaba equilibrado con un generoso rocío de aceite de cítricos. Un plato de quesos surtidos (11 euros), con un queso Comté de leche de vaca, dos opciones de leche de cabra y un azul hecho de leche de oveja, combinó muy bien con mi copa barata de Saltamartí tinto. “Me encantan los platos de queso”, me dijo un hombre llamado Olivier desde su lugar en la barra. Me explicó que un buen plato es como un mapa geográfico —puedes mirarlo y decir: “Este queso es de esta región; ese de aquella otra”—.

Las tapas son imperdibles, desde luego, y no encontrarás mejores que las de la Xarcutería La Pineda, una pequeña tienda y charcutería con varias mesas. Muchas de las opciones en La Pineda son pinchos: bocadillos con un palillo que los atraviesa. Me encantaron tanto mi pincho Gilda (2,10 euros), un par de aceitunas verdes enormes que flanquean un anchoa doblada y un chile, como un bocadillo que era un poco más grande, un pequeño cuadro de hojaldre de espinaca atado a un pedazo de alcachofa y a un tomate deshidratado (2,25 euros). Me los pasé con una botella de cerveza Estrella de Galicia (1,60 euros); fueron ideales para la tarde.

Todo esto fue combustible para continuar con mi exploración de Gaudí. La Sagrada Familia, que se asoma como un castillo en el cielo, casi me cegó con su prodigiosidad cuando salí de la estación de metro. Curiosamente, Gaudí comenzó su trabajo en este proyecto relativamente temprano en su carrera, y asumió el control de su construcción en 1883; trabajó en él durante más de cuatro décadas hasta su muerte. La asombrosa basílica, consagrada por el papa Benedicto XVI en 2010, ha estado en un estado constante de construcción y su finalización está programada para 2026. Su Torre de Jesucristo, a 172,5 metros, la convertirá en la catedral más alta de Europa.

¿Y cómo se ve? Maravillosa. Extravagante. Sin duda, distinta a cualquier iglesia en la que haya estado (la entrada cuesta 15 euros; añade otros 9 si quieres una visita guiada). Las columnas impresionantemente altas se ramifican como árboles cerca de la cima; el tallado de la piedra es tan limpio que parece papel doblado; los vitrales muestran el espectro del arcoíris.

El edificio siempre ha producido reacciones encontradas. George Orwell lo llamó “uno de los edificios más horribles del mundo”, mientras que Salvador Dalí tenía una perspectiva diferente: “Aquellos que no han probado su mal gusto magníficamente creativo son traidores”, dijo.

Otra magnífica obra de Gaudí es la Casa Batlló, construida entre 1904 y 1906, aunque podría ser su obra más característica. Su estructura imaginativa y traviesa es como algo salido de Alicia en el País de las Maravillas o de la fábrica de chocolates de Willy Wonka: formas juguetonas llenas de color y brillantes trozos de cristal participan en un diálogo espectacular con maderas curvas y sensuales, de una manera que parece capturar perfectamente la luz que se filtra desde el Passeig de Gràcia. Una vez más, el respeto de Gaudí por la naturaleza es evidente. Caminar por el ático, con sus muchos arcos encadenados, es como pasear a través de la caja torácica de una ballena.

La guía de audio que acompaña el recorrido (gratuita con el boleto de 23,50 euros) es un poco fatigosa a veces, pero señala algo que profundizó mi entendimiento de su obra: la Casa Batlló, dice, “es una casa que está hecha para tocarse”. De pronto, gran parte del diseño y la curvatura de la casa cobra sentido.

Comencé a centrarme en el elemento humano del edificio: la calidez de la estructura y sus materiales. Las barandillas serpenteantes de madera daban la impresión de haber sido diseñadas para ser recorridas por las manos de los visitantes. Me pareció que las manijas de las puertas eran toscas y tenían una forma extraña hasta que toqué una; modelada a partir de la mano de Gaudí, mi mano se ajustaba perfectamente cuando la sujetaba. Resulta muy lógico que en una de las ciudades más emocionantes de Europa, su arquitecto más grande se haya enfocado en lo sensual.