Mina Vieja, trescientos años de historia

**Entrar a sus galerías y túneles, es una experiencia excitante y peligrosa.


Mina Vieja, trescientos años de historia

La Crónica de Chihuahua
Julio de 2012, 15:47 pm

Por Froilán Meza Rivera

Aquiles Serdán, Chihuahua.- Transitar por los túneles y galerías en las entrañas de la mina más vieja de la región, la mina que dio origen a lo que es hoy la ciudad de Chihuahua, puede ser una experiencia excitante, peligrosa e inolvidable.

En el área de la Mina Vieja que los mineros conocen como el primer nivel, la bóveda tiene la altura como de dos catedrales y el ancho de seis, y de acuerdo a los numerosos derrumbes que se ven por doquier, el tamaño de esta caverna aumenta año con año.

A cada paso, los peligros menudean, ya sea bajo la forma de sorpresivos agujeros que reclaman las vidas de quienes viajan descuidados, o bajo la forma de antiguas estructuras de metal y madera que no aguantan la mínima presión y que pueden llevarse a las profundidades a quienes confíen en su engañosa solidez.

Mina Vieja, como hoy se le conoce a este conjunto de túneles y socavones, conserva algunos de los pequeños vagones que usaban los españoles, y muchos tramos de las vías primitivas. Esta es la mina original (“This is the first mine”, dice una vieja inscripción en inglés, puesta en pintura negra).
A Mina Vieja se puede llegar por la entrada principal, por donde estaban las oficinas en el llamado tiro de San Francisco. Aquí se pueden ver todavía algunas tolvas y ruinas de lo que fue un pequeño poblado. Pero se entra también por “La Rampa”, que es un túnel que comunica a casi todas las minas de la región.

EL AMBIENTE: AIRE ESTANCADO, HÚMEDO Y CÁLIDO

Entrando por “La Rampa”, el acceso primero desciende sin interrupción durante por lo menos 2 mil 500 metros, y luego se inclina en sentido contrario unos 800 metros hasta la puerta de madera donde se tallaron unos escalones de piedra para compensar el desnivel.

“Nomás pasando la puerta, se siente diferente, como que los cabellos se paran de punta”, dijo muy serio el guía de la expedición, Octavio Rangel, quien con ello quiso expresar el respeto rayano en miedo, que sienten los lugareños por estos agujeros tallados en la roca desde hace casi tres siglos.
Y en efecto, en cuanto se desciende por los peldaños pétreos, el ambiente deja de ser fresco y venteado, y se torna húmedo y cálido, con aire estancado. Los olores y las sensaciones cambian dentro de Mina Vieja.

De las cuatro lámparas de carburo con las que entró el equipo de exploración, una se dañó al incendiarse el combustible por la falta de un empaque, y tuvo que continuar con tres lámparas para cuatro personas. Esto dificultó un tanto la marcha.

El primer sendero se marca por lo que fue una estrecha vía férrea de la que ahora sólo se notan los huecos donde estaban los pequeños durmientes de madera. En un tramo de esta vía, un derrumbe reciente interrumpe el paso con una masa de lodo que todavía continúa cayendo del techo.

Aquí, en la parte más estrecha, la armazón de madera está deteniendo muy apenas el lodo que todavía no cae al suelo, y lo peor -y que llenó de terror a los cuatro viajeros- es que los barrotes se encuentran tan húmedos y en el último estado de putrefacción, que es posible traerse pedazos con las uñas.
Más adelante, la lámpara que va al frente logra alumbrar un socavón que se hunde en vertical en las profundidades, tan sólo a tres pasos del camino.
Un nuevo descenso lleva a los caminantes al llamado primer nivel, que con los derrumbes y con las excavaciones de trescientos años se ha convertido en una impresionante caverna, digna de figurar entre las mayores conocidas en la región.

DOS CATEDRALES

El tamaño de esta oquedad bien puede representar una altura de sesenta metros, y la parte más ancha tal vez unos doscientos cincuenta metros.
No se trata, sin embargo, de una formación plana y regular porque la parte del centro de la caverna tiene un vértice elevado, y las paredes bajan a los lados de manera dispareja.

Alrededor de la enorme cueva hay tiros, varios tiros que se precipitan en picada y que comunican con los otros niveles, pero todas las medidas de protección y todos los medios de transporte originales, simplemente ya desaparecieron. Alrededor de la parte central de la caverna se pueden ver muchos tramos de cable de acero desperdigados, así como varios tramos también de escaleras del mismo material.

En una de las partes altas, hacia el sur, al lado de un socavón vertical, existen restos de otra vía férrea, y en uno de los túneles, hacia un pequeño estanque de agua fría y fuertemente mineralizada, está uno de los vagoncitos de los españoles, reforzado todavía con unos remaches.
En todas direcciones hay salidas, muchas interrumpidas por derrumbes, y hay varios terreros indicadores de que el suelo se está vertiendo hacia el centro desde la periferia.

Algo que sazona este tipo de viajes hacia las oscuras profundidades, son las leyendas en torno a ánimas en pena e historias y cuentos que hablan de mineros perdidos durante varios días completos.

Los gambusinos, que son los únicos seres humanos que se aventuran de cuando en cuando por estos lugares en busca de unos pocos de fragmentos minerales, tienen un gran respeto por Mina Vieja. Y dicen que no es sólo por su antigüedad, ni sólo por los cientos de vidas que ha cobrado a lo largo de la historia, sino porque aquí hay “algo” que se impone sobre los ánimos.

LA MINA ORIGINAL

El historiador local Rubén Beltrán Acosta, cronista de Chihuahua pero nativo de Santa Eulalia, refiere que el descubridor de la mina original del distrito fue Juan Barba, un indígena de la etnia pueblo de Nuevo México convertido al cristianismo. Juan Barba llegó a la Misión de San Cristóbal de Nombre de Dios en 1690 después de que un ataque combinado de los pueblos y los apaches, echó en corrida a los españoles de Santa Fe de Nuevo México. Los pobladores de Santa Fe vinieron a refugiarse a Nombre de Dios.

La misión de San Cristóbal de Nombre de Dios, es un asentamiento anterior a lo que es hoy la capital del estado. La que hoy es sólo una colonia de la urbe capitalina, en ese tiempo era el centro evangelizador de la región en la que apenas existían poblados como El Vallecillo y San Jerónimo (hoy Aldama), así como varias haciendas.

Juan Barba se adaptó pronto a su nuevo domicilio, y gracias a que adquirió un buen conocimiento de la región, se hizo guía de los curas y misioneros, quienes necesitaban de quien los llevara a visitar los poblados de indios para su evangelización.

Juan Barba recogió a un niño huérfano llamado Cristóbal Luján, a quien tomó como si fuera hijo propio. Un día vinieron a verlo unos indios, supuestamente tarahumaras del rumbo de lo que es ahora Santa Eulalia, para reportarle que habían encontrado ciertas afloraciones de metal.
Juan hizo el denuncio de la mina en 1704, a la que llamó San Francisco.
En 1705, en la misma zona, Juan Barba hizo el denuncio de otra mina, la de Nuestra Señora del Rosario.

UN INMENSA BURBUJA DE PLATA

Y en 1707, el hijastro de Barba, Cristóbal, descubrió una inmensa burbuja de plata en el lugar que se conoció como Barranca de Arriba o Cañón de Dolores, y que hoy en día los lugareños nombran Cañón de Mina Vieja. Esta fue la Mina de Nuestra Señora de la Soledad, la mina original como todo mundo la considera, que adquirió una fama tremenda y que atrajo mineros de Cusihuiriachi y de Zacatecas que vinieron a explorar y a hacer denuncios alrededor de la Mina de Cristóbal Luján.

Así fue el nacimiento del distrito minero de Santa Eulalia, que por esos años abarcó las minas de Guadalupe, San José, “La Negrita”, Yelmo, Rosado, “Las Animas” y muchas más. Como se sabe, ese fue también el origen de la villa de San Francisco de Cuéllar, San Felipe el Real o, como se llama hoy, Chihuahua.

Fue entonces cuando arribó el minero más rico de Cusihuiriachi, don Juan Antonio de Trasviña y Retes, quien compró la Mina de La Soledad y todas las demás. Este potentado cambió el nombre de la mina, que ya no se llamó de Nuestra Señora de la Soledad (o La Descubridora), sino Nuestra Señora de Aranzazú.

Cuando sobrevinieron los conflictos de la época de la Independencia, las minas del distrito pararon la producción, pero en la segunda mitad del siglo XIX, se reactivaron las actividades mediante la venta de acciones. Se sabe, como dato curioso, que uno de los socios capitalistas de esta empresa fue el presidente Benito Juárez. Obviamente, Luis Terrazas fue el mayor de los accionistas.

Fue hasta fines del siglo Diecinueve cuando empezaron a llegar capitales extranjeros, concretamente estadounidenses. Con el arribo de la American Smelting and Refining Company (Asarco), el acento de la extracción fue puesto en los metales industriales como el plomo, el zinc y estaño, entre otros.

La mina original estuvo en funciones hasta 1959, y por esos años fue que la empezaron a llamar Mina Vieja de Aranzazú, hasta que por comodidad le quedó el nombre más simple de Mina Vieja, como se le conoce ahora.