México racista

Estamos en medio de un problema de castas. México siempre ha sido un país clasista, pero era también un país empático. Ya no. Por Samuel Sosa


México racista

La Crónica de Chihuahua
Septiembre de 2013, 13:21 pm

LaCasaDelCine.Mx, el espacio cultural en el que tengo la fortuna de trabajar, está ubicado en la calle República de Uruguay 52, entre las calles de Isabel la Católica y Bolívar. Apenas cuatro cuadras nos separan del Zócalo capitalino.

El pasado martes 20 de agosto, salí de mi oficina con dirección al Centro Cultural del Bosque, con toda la intención de ver la última función de “El Final”, un monólogo de Becket dirigido por Ana Graham y actuado por Arturo Ríos. Dicen, los que sí vieron la obra que no tenía desperdicio, que era una genialidad. Evidentemente no llegué a la función. Sucede que entre mi oficina y el teatro los maestros ocupaban la Avenida Reforma en su totalidad, y por más que corrí, por más que intenté encontrar una ruta de salida rápida de aquél caos vial, llegué al teatro 2 minutos después de cerrada la puerta y me quedé con 4 boletos pagados en la mano.

Aquél martes 20 de agosto fue el primer día de las movilizaciones del CNTE. Todos estábamos desprevenidos. Evidentemente repelé y menté madres afuera del teatro. Me cagué en Dios y en los maestros y en las madres de todos y cada uno de ellos. Me fui a tomar un café y luego me fui a mi casa.

Al día siguiente las movilizaciones continuaron, fue el día del Aeropuertazo, fue el día que los legisladores sesionaron en el Centro Banamex. Luego vino la instalación del campamento en la plancha del Zócalo y el resto de los eventos suscitados son por todos conocidos.

Reitero la cercanía de mi trabajo con el primer cuadro de la ciudad. A LaCasaDelCine.Mx, como a muchos negocios de la zona le impactan sobremanera este tipo de bloqueos y movilizaciones. Quiero pensar que estamos contabilizados dentro de esos 35 millones de pesos estimados en perdidas para el país a causa del “secuestro” de la ciudad.

Sin ir más lejos, el viernes pasado tuve que asistir a una junta en el Museo Nacional de las Culturas, ubicado en la calle de Moneda 13, a espaldas de Palacio Nacional. Caminé por Isabel la Católica, doblé en Madero y entonces me dí cuenta de mi error. Debí de haber tomado otra ruta para llegar por detrás de Palacio y evitar el campamento, pero ya era demasiado tarde así que sin más busqué cómo entrar a la plancha del Zócalo y crucé el campamento de maestros.

Las tiendas de campaña están ubicadas en lo que podría ser una pequeña ciudad dentro del Zócalo, hay pequeñas callecitas, muchas pancartas enlistando peticiones, mucha gente. Algunos barren su zona, otros traspalan y reparten botellas de agua, otros limpian los baños portátiles, y entre todos procuran condiciones mínimas de civilidad por el tiempo que dure su manifestación. Pude ver pequeños grupos en asambleas improvisadas. Y me sorprendió ver la gran cantidad de curiosos rondando la zona y la amabilidad con la que los maestros dan respuesta a toda pregunta que se les haga.

Hay un despliegue de desinformación y de información sistemática alrededor del tema. Que si los medios los pintan como vándalos, que si Televisa y TvAzteca no les dan espacios de comunicación a los maestros, que si los que bloquearon el aeropuerto fueron más bien los policías, que si la sesión de los legisladores en el Centro Banamex es anticonstitucional, que si son acarreados, que si siempre sí son vándalos, etc., etc., etc.

Yo, al día de hoy admito que el tema me rebasa. Mi texto de hoy no tiene como fin legitimizar las peticiones de los afectados. Lo que me trae a escribir esta columna el día de hoy es mi percepción de que el termómetro social está llegando a temperaturas peligrosas. Hace unos días el historiador Carlos Bravo Regidor (@carlosbravoreg), publicó en Twitter un compendio de comentarios vertidos por usuarios de la misma red social. Los comentarios iban todos en la misma tónica; agresivos y ofensivos, todos tenían como objetivo denostar a los maestros, no por sus ideas y curiosamente tampoco por sus acciones, el nivel de la discusión en Twitter iba más hacia la clase social y al origen étnico. El compendio de comentarios podría bien haber llevado por título “pinches indios”. El historiador cierra diciendo: “Y con esos RT’s te deseo, querido México, un feliz 50 aniversario del discurso “I have a dream” de Martin Luther King… #ConTodoRespeto.”

Pero Twitter, ese mundo de anónimos y desconocidos, no está tan distante de mi círculo cercano de amigos y conocidos. El descontento es general, lo entiendo. Estamos cansados de que las manifestaciones dicten la agenda de la capital, lo entiendo. Pero ese nivel tan deshumanizado de antipatía no debería tener cabida en nuestra sociedad.

Yo mismo me retorcí del coraje cuando no pude llegar al teatro hace algunos días. Conozco casos de gente que la pasó muy mal el día del aeropuerto. Y en general, este inicio de rutina del que todos empezamos a ser parte, dónde antes de salir de casa escaneamos la radio y las redes sociales para hacernos un mapa de las partes de la ciudad que ese día amanecieron sitiadas y así descifrar cómo pasaremos el día, no debería tampoco tener razón de ser. No debería de convertirse en un modus vivendi. No es calidad de vida.

Pero el derecho a manifestarse es inalienable. Y nuestros problemas de pequeños burgueses son poca cosa en comparación con todo lo que estos maestros tienen en juego hoy en día. Se nos olvida que toda manifestación nace del descontento, y que el descontento obedece a políticas públicas.

Al tiempo que escribo esto, se está publicando en la Gaceta Parlamentaria de la Cámara de Diputados, el Dictamen de Ley General del Servicio Profesional Docente. No sé qué les depare el gobierno a los maestros. No sé en que culminará su lucha. Y viendo el panorama amplio todo parece indicar que con tantas reformas en puerta este será un año complicado para la ciudad y para el país. ¿Será así todo el año?

Dice Denisse Dresser en su columna del 31 de agosto:

“Los que trabajamos tranquilamente en escuelas cómodas y bien acondicionadas, los que tenemos acceso a todos los medios, los que contamos con museos, zoológicos, eventos culturales, bibliotecas, computadoras, aulas climatizadas y sobresueldos del 100%, difícilmente podemos entender a quienes carecen de todo esto, pero que sin embargo se esfuerzan en el aula y son líderes de su comunidad”.

Estamos en medio de un problema de castas. México siempre ha sido un país clasista, pero era también un país empático. Ya no.

Pertenezco a una mutación de la clase media. Un estrato social que se queja de estar subyugado por el rico, pero que se desentiende también del pobre. Vivo rodeado de personas que hablan del jodido como el otro, siempre el otro; sin darse cuenta de que en otras sobremesas cuando se habla de jodidos es a ellos a quienes el término refiere. Incapaz de vincularse con los problemas del otro, la clase media a la que pertenezco, no consigue ver el país en su conjunto, no logra de entender que vamos juntos en un mismo barco.

La clase media, con computadoras y cuentas de Twitter, es la misma que califica de “indios” a los maestros en el Zócalo. –Y prepárate para la marcha del 15, ese día van a salir todos los mandriles –, me dijo un conocido hace algunos días. Ahora resulta que el México racista salió de las coladeras para ver al fin la luz. Y yo guardo silencio mientras me trago el coraje.

El tema rebasa a los maestros y los actuales bloqueos. Se empieza a vislumbrar un problema que lleva años latente pero que sólo en el calor de esta olla de presión empieza a asomarse. Ya no hablemos de intentar entender la problemática que afecta a los otros, las razones detrás de un bloqueo, de una manifestación. El asunto va más allá de la empatía social, estamos hablando de empatía humana, de hermandad. Va siendo hora de que nos regrese la humanidad al cuerpo.