Mandela, Cuito Cuanavale y la farsa de los poderosos

**Después de ver los funerales de Mandela, al ver tantos jefes de estado de las superpotencias del globo, surgen las preguntas ¿De verdad sienten la muerte del gran líder africano estos jerarcas del mundo?


Mandela, Cuito Cuanavale y la farsa de los poderosos

La Crónica de Chihuahua
Diciembre de 2013, 15:56 pm

Por Héctor Enciso Carrillo

Acaba de morir Nelson Mandela, héroe nacional del pueblo sudafricano, quien encabezó la lucha contra el oprobioso régimen segregacionista hasta que éste desapareció a principios de la década de los noventas del siglo pasado. El enorme prestigio de Mandela, su agigantada autoridad moral entre los pueblos africanos, ha sido fruto de una vida totalmente dedicada a la lucha por lograr que los africanos de raza negra, no sólo tuviesen condiciones de igualdad frente a los africanos de raza blanca, sino que, siendo la aplastante mayoría los primeros, fuesen los que pudiesen gobernar a la nación más desarrollada en el continente africano. Sudáfrica -como es bien sabido- vivió durante siglos el régimen del apartheid, un sistema racista que excluía sistemática y brutalmente a la población negra -la cual ha constituido, por lo menos desde mediados del siglo XX el 80% del total de la población de ese país- de cualquier derecho económico, social y político, mientras a la población de origen europeo le garantizó no sólo la concentración de la riqueza, sino todo tipo de atropellos e injusticias en contra de esa población.

El sistema jurídico del apartheid no sólo excluía a los no blancos de la posibilidad de detentar riqueza en cualquiera de sus formas, sino que también excluía a la inmensa mayoría de la población, incluidos los mestizos, el tener la educación que les permitiese progresar, teniendo una profesión para competir en empleos bien remunerados, aspirar a cargos públicos, etc., (lo que invertía en educación el régimen racista para cada uno de los niños negros, representaba apenas el 10% de lo que invertía en los niños blancos). Pero, lo más humillante de todo esto, era el hecho de que las leyes prohibían pisar a los de raza negra restaurantes, ciudades, playas, cines, etc., exclusivos para la minoría blanca. Los barrios de las ciudades, estaban distribuidos de acuerdo al origen racial y, mientras los barrios de blancos gozaban de todos los servicios como electricidad, agua, drenaje, alumbrado, pavimentación, transporte, etc., los barrios de negros se debatían en la inmundicia, en la carencia total de servicios y en la insalubridad.

El régimen del apartheid se volvió más intolerante, abusivo y represor a partir de mediados del siglo XX, al grado tal que los racistas impulsaron medidas más drásticas para impedir que los negros obtuvieran derechos; así, por ejemplo, el Estado Sudafricano creó los “bantustanes”, poblados “autónomos”, en donde residían exclusivamente negros y por lo cual ya no eran considerados “ciudadanos” de Sudáfrica; ya no podían exigir ningún derecho al Estado, así, ese aparato de dominio se desentendía de dar servicios, educación, salud, etc. Con esta medida, el fascismo sudafricano, obligó de 1960 a 1980 a desplazarse de su residencia para irse a vivir a esos guetos a 3 millones de personas.

Nelson Mandela es reconocido por el pueblo negro sudafricano como el líder histórico más importante del movimiento que logró acabar con el apartheid. La lucha que entabló desde la década de los años cincuenta del siglo pasado, inició cuando fundó un bufete de abogados que defendía legalmente a los parias negros que eran acusados y procesados por la “justicia” racista. La persecución del régimen hacia Mandela desembocó en su encarcelamiento; el apartheid lo mantuvo preso durante 27 años en las condiciones más severas y desmoralizantes; hubo intento de asesinato disfrazado de: “porque se dio a la fuga el recluso”; lo mantuvieron incomunicado, sólo tenía “derecho” a ver a su familia una vez cada seis meses, prohibición que ni los delincuentes más peligrosos tenían; sin embargo, todas las vejaciones y prohibiciones no le impidieron que estudiase la carrera de abogado dentro de la cárcel y tampoco que su prestigio entre las masas oprimidas de su país creciera hasta agigantarlo en todo el continente, pues, su estoicismo (años de trabajos forzados en las caleras), su valentía y su fe inquebrantable terminaron por inspirar un gran respeto y admiración hasta en sus enemigos en el poder y en diferentes latitudes. En 1989 fue liberado junto con otros líderes del Congreso Nacional Africano (partido sudafricano que dirigió la lucha antisegregacionista) lo cual ya reflejaba que el apartheid se resquebrajaba.
La caída del apartheid, a despecho de la versión tergiversada intencionadamente, la cual sostenía que “fue el rechazo de la comunidad internacional al apartheid” lo que obligó a los racistas a capitular. Existe, empero, una explicación más exacta por apegarse más a la verdad: dos factores fundamentales determinaron la caída de ese régimen fascista, a saber, la larga lucha del Congreso Nacional Africano y de otras organizaciones sudafricanas y, de forma muy importante, también, influyó la derrota que sufrió el ejército sudafricano en 1988 a manos del ejército cubano, el cual, desde 1975 venía apoyando las luchas independentistas de Angola, Namibia, Zimbabwe, etc., en contra del colonialismo portugués, el imperialismo norteamericano y el expansionismo sudafricano. Fue en la histórica batalla de Cuito Cuanavale, (antigua base aérea de la OTAN en Angola) en donde cerca de 40 mil soldados cubanos, apoyando al ejército angolano, derrotaron al ejercito racista sudafricano. Este episodio, poco conocido en la historia de África, ha sido ocultado con todo cuidado, dado el gran significado que tiene en la lucha de los pueblos oprimidos. Los pueblos africanos vieron en el triunfo de Cuito Cuanavale una clara señal para tratar de consumar su liberación. El último presidente sudafricano blanco, Frederick de Klerck, ante la posibilidad del estallido social de incalculables consecuencias, al asumir el cargo, anunció la derogación de las leyes segregacionistas y la apertura para los, hasta entonces, partidos proscritos que luchaban por instaurar un régimen más justo para las grandes mayorías. (¿Qué habrá pasado por la mente de Barak Obama, cuando le estrecho la mano al comandante Raúl Castro, uno de los que dirigieron la derrota del fascismo sudafricano?).

Hoy en Sudáfrica persisten los grandes males sociales como la pobreza y pobreza extrema que azotan a la mayoría de la población de raza negra; el desempleo alcanza a más del 25% de la población negra. El Congreso Nacional Africano, que gobierna a Sudáfrica ahora es acusado de corrupción y de abandonar las causas por las que luchó Nelson Mandela. La lucha que encabezó Mandela no ha terminado, éste sólo logró que esa lucha avanzara con la liquidación del apartheid; pero, la riqueza sigue concentrada en una burguesía blanca, una minoría privilegiada que considera que el régimen puede “funcionar mejor”, con una careta más “democrática”, más “libre”, “menos racista” y más “humana”. La lucha del pueblo trabajador sudafricano no terminó con la liquidación del apartheid, ésta lucha ha sido sólo un capítulo de la historia del continente; todavía faltan otros muy importantes.

Después de ver los funerales de Mandela, al ver tantos jefes de estado de las superpotencias del globo, surgen las preguntas ¿De verdad sienten la muerte del gran líder africano estos jerarcas del mundo? ¿Estarán dispuestos los jefes de las potencias a brindar apoyo desinteresado para sacar a África de su gran atraso económico y social o sólo se fueron -como dijo un político de rancho- a “placear”, a exhibirse como “solidarios” de las causas nobles de la humanidad, mientras en los hechos el continente se mantiene en los niveles más inhumanos de pobreza, hambre, desempleo, enfermedades, desnutrición, falta de educación, etc., del planeta. Juzgue usted amigo lector.