Los pobres frente a un muro

Abel Pérez Zamorano


Los pobres frente a un muro

La Crónica de Chihuahua
Julio de 2013, 17:39 pm

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(El autor es un chihuahuense nacido en Témoris, Doctor en Desarrollo Económico por la London School of Economics, miembro del Sistema Nacional de Investigadores y profesor-investigador en la División de Ciencias EconómicoAdministrativas de la Universidad Autónoma Chapingo.)

Durante casi tres décadas, el Muro de Berlín fue un instrumento usado por el mundo capitalista occidental para simbolizar la falta de libertad de los habitantes de la URSS y de las naciones socialistas de Europa Oriental. La prensa publicitaba con verdadero deleite los incidentes ocurridos en la famosa cortina, y en 1989, la caída del famoso muro fue celebrada como un “triunfo universal de la libertad”. Con la misma enjundia se ha criticado por décadas al gobierno cubano por sus políticas migratorias, acusándolo de conculcar la libertad de los ciudadanos para viajar a otros países. En fin, el mundo capitalista sustenta como uno de sus principios fundamentales la libre movilidad de los factores de la producción, uno de ellos, el trabajo.

Pero en franca contradicción con estos postulados, y exhibiendo la profunda hipocresía de quienes los enarbolan, el pasado 24 de junio, el Senado de los Estados Unidos aprobó la enmienda “Corker-Hoeven”, que autoriza la construcción de un muro a lo largo de la frontera con México. Fueron asignados 46 mil millones de dólares para duplicar los efectivos policiacos: de 18 mil a 38 mil, que vigilan la frontera; costosísimas medidas sin duda, pues mantener en acción a cada guardia fronterizo cuesta 100 mil dólares anuales (Reforma, 25 de junio). Con los recursos asignados se completarán mil 126 kilómetros de muro (ya hay 563 kilómetros construidos), una parte considerable de esta frontera cuya longitud es de 3,141 kilómetros; en fin, se pondrán también en acción 18 nuevos drones, aviones no tripulados. Con todo esto, en palabras del propio senador John McCain: “La frontera entre México y Estados Unidos se convertirá en la más militarizada desde la caída del Muro de Berlín” (Reforma, 26 de junio). Este conjunto de medidas se combinará con otras que ya operan, como las leyes antiinmigrantes y la violencia y muerte de éste y de aquel lado de la frontera, recursos disuasivos para quienes, mexicanos o centroamericanos, aspiran a ingresar a territorio norteamericano.

Como consecuencia inmediata, no es difícil imaginar que aumentará el monto de las tarifas cobradas por los “coyotes” para introducir ilegales, y crecerá el nivel de riesgo para estos últimos al verse obligados a recorrer rutas más peligrosas y difíciles; también, al reducirse el flujo migratorio y las remesas enviadas a México (de hecho, en los años recientes luego de la crisis, han venido cayendo), se verá afectado severamente el ingreso de millones de familias pobres, con lo que se agudizará la situación social y política de este lado, y el gobierno se verá obligado a atender una creciente necesidad de empleos y una demanda mayor de gasto público, que pondrán a prueba su sensibilidad política y social.

No se trata aquí de cuestionar el hecho a partir de principios moralistas, sino de poner de relieve tanto sus raíces económicas como sus consecuencias. Y a ese respecto, es evidente que una causa visible e inmediata, por muchos subrayada, es la crisis en los Estados Unidos, sobre todo en sectores como la construcción, donde tradicionalmente se ocupan muchos de los inmigrantes mexicanos. Al no poder vender sus mercancías en un mercado mundial ya saturado, los Estados Unidos han frenado su producción, y, como consecuencia, la contratación de mano de obra, elevando así la tasa de desempleo, cuyos primeros y principales afectados son los inmigrantes. Cuando, como hoy, la economía americana se halla en la fase recesiva del ciclo económico, reduce la afluencia de fuerza de trabajo migrante, y cuando, por el contrario, está en auge, requiere más mano de obra y hasta viene a buscarla. Actualmente, hay once millones de mexicanos en Estados Unidos, y la economía resiente el exceso; y no olvidemos que para el capital, la fuerza de trabajo es un simple insumo. Y si bien, hoy legalizan a los trabajadores que ya viven allá, a la vez están sellando la frontera para evitar que ingresen más.

Pero no es ésta la raíz más profunda, la causa de la causa del problema migratorio. Aunque sin duda influido por el debilitamiento de la economía del imperio, el verdadero origen del problema es estructural, y está en este lado de la frontera. La emigración (junto con la informalidad y la delincuencia) ha sido tradicionalmente una de las salidas o consecuencias del desempleo. Es decir, el masivo flujo migratorio hacia el país del norte es realmente provocado por una economía mexicana que no crece, y que, por tanto, resulta incapaz de absorber toda la fuerza de trabajo disponible y que va en aumento; tiene su origen en la sempiterna crisis del sector agrícola, incapaz de asegurar empleo digno y bien remunerado a los campesinos, que son expulsados en masa a mendigar o a subemplearse en las ciudades. Y el problema exhibe, de paso, la falsedad de las maquilladas estadísticas oficiales sobre desempleo, que en realidad es tanto que obliga a esa gran masa laboral a buscar una salida en la emigración y condena al país a perder así lo mejor de su fuerza de trabajo. Así que, al culpar al gobierno americano por no absorberla, objetivamente estamos echando culpas propias sobre espaldas ajenas.
El problema, no nos confundamos, está aquí, y tiene su base en un modelo económico que declara “sobrante” a un número cada vez mayor de trabajadores; que conculca el derecho al trabajo; que es ineficiente al derrochar recursos productivos, no sólo fuerza de trabajo, sino que, al quedar ésta ociosa, deja de poner en movimiento a otros medios de producción. El muro, pues, viene a cuestionar el modelo de desarrollo, y a exhibir sus debilidades estructurales y nuestra falta de crecimiento económico, que en estos días se ha hecho más evidente aún, pues luego de sucesivos ajustes a la baja, las expectativas de crecimiento del PIB para este año están, hasta hoy, en un incierto 2.8 por ciento. El masivo problema migratorio significa también un cuestionamiento a la falta de inversión por parte de los magnates mexicanos, que dedican más recursos al consumo suntuario y saquean las finanzas nacionales, poniendo sus fortunas a buen resguardo en los paraísos fiscales; cuestiona asimismo la viabilidad de la inversión extranjera directa como medio de salvación, y en la que se depositan desmesuradas esperanzas, pues no emplea tanta gente como se pretende, por ser intensiva en capital y no en trabajo, debido a que el desarrollo tecnológico y la automatización de los procesos desplazan fuerza laboral y aumentan el desempleo. De lo expuesto, puede concluirse en buena lógica que todos estos avatares del conflicto migratorio tienen una causa eminentemente estructural, que es precisamente la que debe corregirse: a saber, nuestro modelo económico fallido.