Leyenda del oro de los bandidos de Malpaso

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Leyenda del oro de los bandidos de Malpaso

La Crónica de Chihuahua
Agosto de 2011, 10:40 am

Cuauhtémoc. Chih.— “Ándale, Valverde, saca el entierrito, yo ya estoy muy viejo y ando en las últimas, tú estás joven y fuerte, que al cabo nomás me das algo para sobrellevar los días que me quedan”. El señor Fierro, o Fierritos, como era conocido en la región, le rogaba casi a mi papá para que se apropiara de la riqueza que según él, estaba nomás esperando a que se le extrajera de la tierra.

Don Fierritos vivía en un ranchito ahí por Malpaso, y en una ocasión que veníamos mi señor padre y yo a traer leña de Pedernales para Cuauhtémoc en un carro de mulas, nos abordó el viejito.

En aquel entonces, pues no estaba todavía la carretera, y era pura terracería, y las carretas y los camiones de gasolina que había en los años cuarenta, acostumbraban detenerse en Malpaso para descansar o para refrescarse en el arroyito. Para nosotros, el puerto de Malpaso era la mitad del camino a Cuauhtémoc.

Le contó el viejo a mi papá, Chito Valverde, que allá, al pie de aquel encino viejo que estaba a unos cuatrocientos o quinientos metros de la casita del rancho, se veía por las noches "un ardimiento".

Era un fenómeno que se repetía y se repetía en el mismo sitio.

"¿Y qué más puede ser, Valverde?" -Aquel pobre hombre se desesperaba con la indiferencia que mostraba Valverde hacia el fabuloso tesoro que nos iba a sacar de pobres.

"¿Pues, qué no sabes, Chito, que lo que está allí enterrado es el último robo que hizo aquella banda de malhechores que asaltaba aquí en Malpaso?" -Preguntó al tiempo que afirmaba, el anciano, y repetía la leyenda de los bandidos que asolaron este paraje, que era paso obligado de todas las conductas minerales procedentes de la sierra hacia la capital del estado.

"No sé, don Fierritos, déjeme ver si me consigo un buen pico y una pala", pretextaba mi padre. "Al rato regresamos a buscar el entierro".

El viejecito se angustiaba porque él ya no tenía energías para hacer aquello que debíamos hacer por él, y siete se me hacen pocas las veces que le ha de haber insistido a mi padre.

Terminó por morirse el señor, igual de pobre que siempre, y mi padre murió muchos años después, pero nunca sacó el tesoro de Malpaso. Mi familia se mudó a Cuauhtémoc, y yo de grande me fui a Colorado, y regresé apenas hará unos diez años, ¡calcúlele, si ya tengo cincuenta y nueve!

Lo peor de todo, es que yo ya estoy seguro de que el tesoro de Malpaso, del que yo desde niño supe la ubicación exacta, ya no está ahí.

Fíjese, que cuando hicieron la carretera a La Junta, ha de haber sido hace como cuarenta y tantos años, un día desapareció sin decir nada el operador del Caterpillar. Dicen que alguien le había dado indicios del derrotero del tesoro, y en un descuido, se fue con todo y la maquinota a escarbar al pie del encino viejo.

Al día siguiente, como no se presentó el operador a trabajar, y como el Caterpillar estaba en el campamento con la llave, se les hizo muy sospechoso. El capataz de ese tramo de la carretera y varios peones camineros siguieron las huellas de la motoconformadora, y vieron que se dirigían hacia el encino solitario, donde vieron el escarbadero y, lo más revelador, un cofre de madera semipodrido, y vacío.

"¡Así que ahí había estado el tesoro!" -Concluyeron cuando pudieron atar cabos.

Y así fue cómo mi padre el Chito Valverde y yo, Chito Valverde chico, nos quedamos sin las riquezas que desenterró aquel abusado operador de máquinas, quien ha de haberse ido hasta del país y ha de haber disfrutado de lo lindo. Yo, en cambio, nunca he salido de perico perro, y míreme, sigo buscándome la vida como músico ambulante.

¡Ah, si hubiera…! Pero dicen que el hubiera no existe.