Las Pymes frente a la acumulación del capital

Abel Pérez Zamorano


Las Pymes frente a la acumulación del capital

La Crónica de Chihuahua
Mayo de 2013, 18:51 pm

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(El autor es chihuahuense nacido en Témoris, Doctor en Desarrollo Económico por la London School of Economics, Maestro en Ciencias en Políticas del Desarrollo por la London School of Economics. Maestro en Ciencias en Economía de Negocios por el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, Profesor de la Universidad Autónoma Chapingo e integrante del Sistema Nacional de Investigadores.)

El retorno a un capitalismo idílico, democrático y con una distribución pareja entre muchos participantes, es parte de una ideología de añoranza de un pasado cada vez más lejano que no volverá. Por obra de una férrea ley, el capital evoluciona hacia su concentración, como puede verse en México en las regiones prósperas del campo, donde los grandes agricultores toman en arriendo cada día más tierras ejidales. OXXO abre en un solo año arriba de 700 tiendas, y Walmart crece a un ritmo particularmente acelerado, arruinando al pequeño comercio. En tanto manifestación de una ley, la acumulación progresiva del capital ocurre objetivamente, con una dinámica propia, o sea, no es determinada por una u otra política o tal o cual forma de Estado; es una necesidad histórica, como demostró hace ya mucho tiempo la ciencia económica. El capital no avanza hacia su democratización, sino hacia su concentración en grandes corporativos; y los mercados son progresivamente dominados por monopolios, duopolios u oligopolios clásicos, como se ve en la comunicación telefónica y en industrias como la cervecera, la refresquera, de televisión abierta, aeronáutica, etc.

Frente a este proceso, y pretendiendo conjurarlo, mucho se insiste en que las micro, pequeñas y medianas empresas son de gran importancia; pero veamos exactamente en qué. En la industria manufacturera (INEGI 2008), el 92.5 por ciento de las unidades económicas son microempresas (hasta diez empleados), pero perciben sólo el 4.3 por ciento de las remuneraciones, aportan el 2.4 por ciento de la producción bruta total del sector y poseen el 4.1 por ciento de los activos. En cambio, en términos porcentuales, por su número, las grandes (251 trabajadores o más) representan sólo el 0.7, pero poseen el 73.6 de los activos fijos, emplean el 49.7 del personal, reciben el 71.3 de las remuneraciones y aportan el 77.1 de la producción bruta total. Así pues, aunque menos numerosas, su peso económico es dominante. En el comercio, porcentualmente, el 97.1 de las unidades son microempresas, y ocupan al 61.1 del personal, pero, en contraparte, obtienen sólo el 28.4 de las remuneraciones, y poseen apenas el 39.3 de los activos fijos; las grandes, en cambio (101 empleados o más), son el 0.2 por ciento del total y ocupan al 14.4 del personal, pero generan el 28.7 de las remuneraciones, el 40.7 de los ingresos y poseen el 30.2 de los activos fijos. En total (INEGI 2010) las PYMES suman 5.1 millones, y emplean a 27.7 millones de trabajadores. El capital, como se ve, está concentrado en unas cuantas manos.

Pero aunque numerosas, las pequeñas empresas padecen desventajas que les impiden competir con las grandes, situación que afecta también a sus trabajadores. En la inmensa mayoría de ellas no hay contrato laboral, ni, por tanto, prestaciones de ley, y al no poder competir en productividad, imponen largas jornadas y duras condiciones de trabajo. Enfrentan asimismo más problemas para acceder a la información relevante y oportuna, al crédito (y si lo hacen es en peores condiciones), y a tecnología avanzada, pues por su pequeña escala no disponen del capital, el espacio ni el volumen de producción suficientes para hacer rentable la adquisición de maquinaria y equipo modernos. Por eso quedan, por lo general, asociadas a tecnologías obsoletas. Como consecuencia, sus costos de producción y de transacción son más altos: recuérdese que éstos se reducen al aumentar la escala de producción. Ésta última es un factor de productividad: conforme crece, el tiempo de trabajo necesario para producir se reduce, y también, consecuentemente, el valor de las mercancías y su precio, aumentando con ello la competitividad de las empresas.

Por su naturaleza, las pequeñas empresas existen por una doble razón: primero, son mecanismos de apoyo a las grandes, por ejemplo en la comercialización, como las tiendas de abarrotes, distribuidoras de cerveza, de llantas, ropa deportiva, etc.; segundo, son instrumentos de sobrevivencia, recurso último ante el fracaso de la gran empresa para ofrecer empleo a toda la población; y es que el desarrollo tecnológico expulsa trabajadores de las grandes y obliga a éstos a “autoemplearse”, poniendo con ello de relieve una insuficiencia estructural del sistema. Por su parte, el Estado las elogia y dice promoverlas, pues ideológicamente son una manera de mantener la esperanza en el éxito personal dentro de la economía de mercado, alentada por la expectativa de crear muchos y nuevos “empresarios”.

La tendencia hacia una mayor concentración es objetiva (tiene carácter de ley, decíamos más arriba), por lo que resulta utópico un retorno a la infancia del capitalismo, que, por lo demás, si fuera posible, beneficiaría sólo a los capitalistas, no a los trabajadores, que jamás han tenido nada. Tampoco es económicamente razonable pensar en subdividir las grandes empresas en muchas pequeñas; más bien, la lógica aconseja hacerlas más poderosas y competitivas, como viene haciendo hoy en día China. En el corto plazo, una estructura económica basada en grandes unidades se hace más eficiente, en un mundo donde hoy se libra una guerra entre titanes. Pero hay otra razón, ésta de orden histórico: la gran escala crea condiciones para que la producción sea más social, pues el incremento en la dimensión de las empresas demanda el concurso de colectivos crecientes de trabajadores para dirigirlas y operarlas. La propiedad, el trabajo y la apropiación individuales corresponden a una etapa basada en unidades productivas pequeñas y dispersas, asociadas a un limitado desarrollo de las fuerzas productivas; pero conforme éstas progresan, resulta cada vez menos posible la producción basada en individuos aislados; más bien, mediante grandes empresas la producción es ejecutada por miles o decenas de miles de trabajadores, que, al cooperar, incrementan la productividad como base para elevar su propio ingreso, pero también descubren su fuerza, su identidad, su poder de negociación y el potencial que su número encierra. Todo ello es impensable en una estructura empresarial atomizada.

Agradezco a los alumnos de la Maestría en Economía de Chapingo por sus motivadores comentarios y reflexiones sobre el tema aquí abordado. La discusión colectiva es siempre esclarecedora.