La tragedia geopolítica de los pueblos sin Estado

**El mayor pueblo del mundo sin Estado propio lo integran 40 millones de kurdos que persisten en crear el Kurdistán en 500 mil kilómetros cuadrados.


La tragedia geopolítica de los pueblos sin Estado

La Crónica de Chihuahua
Octubre de 2015, 11:11 am

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Nydia Egremy

Producto de la violenta colonización occidental sobre otras regiones del planeta, hoy pueblos sin Estado de África, América, Oceanía y la propia Europa irrumpen en la escena internacional para reclamar su rol como actores de pleno derecho en la conformación del mundo del siglo XXI.

Casi invisibles en el debate global, esas naciones rechazan ser asimiladas y privadas de su identidad, en aras de intereses geopolíticos de las potencias que arbitrariamente se reparten el mapa mundial. En el futuro cercano seremos testigos de la creciente lucha de esos países para crear estado en el contexto mismo del implacable avance del corporativismo trasnacional.

Múltiples comunidades con cultura e identidad propias asociadas a una nación hoy carecen de Estado y reconocimiento a sus derechos. El discurso hegemónico, para descalificar su reclamo a la autodeterminación y representatividad, las designa con vocablos despectivos: “separatistas”, “regiones rebeldes”, “escisionistas” o “cismáticos”. A la vez llama “Estados no viables” a los territorios en pugna. Detrás de esas descalificaciones discursivas está la usurpación espacial con fines geopolíticos contra cientos de miles de mujeres y hombres que hoy revindican su derecho a existir.

Al considerar que la nación se constituye cuando los individuos reconocen su intención de vivir juntos, ya sea porque pertenecen a un mismo grupo étnico, lingüístico, cultural, espiritual o porque aducen razones políticas de otra índole, cobra vigencia la cita del pensador francés Ernest Renán: “la nación es un plebiscito de todos los días”.

Renovados reclamos

Marginadas de los libros de texto y la prensa, estas naciones rechazan subordinarse a gobiernos e instituciones trasnacionales que promueven un modelo único de civilización con base en un mismo sistema político, social y económico que es ajeno a su idioma, credo y cultura. Fue en el marco de la crisis global de 2009, en el Foro Social Mundial de 2009 en Belem, Brasil, donde esas naciones se adhirieron al movimiento alter-mundialización, recuerda el arquitecto y activista chileno Daniel Jadue.

Ahí propusieron construir, desde la más absoluta diversidad, nuevas estructuras y reglas que acompañen su movimiento reivindicador. Con ese gran esfuerzo, saharauis, mapuches, amazonios, palestinos, catalanes, kurdos, andinos, chechenos, escoceses y galeses, entre otros, comenzaron un proceso inédito para intercambiar experiencias de resistencia y construcción de soberanía para enfrentar la acometida de las corporaciones trasnacionales en sus respectivos territorios.

Las instituciones serán, por un lado, cada vez más supranacionales, como la Unión Europea, pero por otro lado, las identidades, en su mayoría, serán cada vez más locales, específicas, nacionales o religiosas o étnicas. Y aquí hay una contradicción fundamental: hay una sociedad global, una economía global conectada en red, pero al mismo tiempo la gente, ante ese cambio vertiginoso de lo que eran las coordenadas de la vida, se refugia en sus identidades y, en ese medio, las instituciones tienen que relacionarse cada vez más: Manuel Castells.

Naciones traicionadas

La segunda década del siglo XXI está plagada de incertidumbres y éstas aumentan cuando desde los medios de comunicación, hasta las políticas nacionales, la información encubre datos valiosos y ofrece evidentes dobles discursos, subraya en su tesis sobre espacios geopolíticos y conflictos en Asia, Isabel Stanganelli.

En cambio, el mayor pueblo del mundo sin Estado propio lo integran 40 millones de kurdos que persisten en crear el Kurdistán en los 500 mil kilómetros cuadrados de los territorios de Anatolia (Turquía) y los Montes Zagros (al oeste de Irán), que las potencias en turno les prometieron en el pasado reciente. En 1920 el Tratado de Sevres les ofreció ese territorio, pero el Tratado de Lausana de 1923 repartió dicho espacio entre Turquía, Irán, Irak y Siria, además de que los privó de derechos petroleros.

A pesar de que el derecho de los kurdos a un Estado obedeció a una estrategia mediática de Occidente para intervenir en Irak en 1991, no se concretó el anhelado Kurdistán. Esa traición es una tragedia geopolítica, pues ese territorio posee uno de los acuíferos más ricos del área, además de que la riqueza petrolera de su subsuelo es tan vasta que el grupo radical Estado Islámico obtiene de ahí los recursos para financiarse.

Semejante manipulación ocurrió en Afganistán cuando Occidente argumentó que su interés en expulsar a los talibanes era “liberar” a las mujeres de la “opresiva burka” (la ropa que cubre a las mujeres de cabeza a tobillos). Han transcurrido varios lustros desde la invasión aliada a Afganistán y las mujeres pashtunes persisten en usar ese ropaje como elemento de identidad.

Cachemira es desde 1947 una zona que se disputan India y Pakistán. Víctima de la escalada que dejaron en esa región el proceso de independencia de la India y la descolonización británica, el llamado “Valle Feliz” es para la analista Esther Pardo un espacio ocupado por ejércitos, escenario de guerra de guerrillas y terrorismo por más de 60 años.

Noventa por ciento de los cuatro millones de cachemires es musulmán y aspira a tener su propio Estado. No obstante la legitimidad de ese reclamo y de que la prensa corporativa disfraza de religioso el conflicto, su trasfondo político real es económico, pues Cachemira es una zona de paso estratégica, posee cuenca hidrográfica de gran interés para ambos países e importantes yacimientos de oro, esmeraldas y rubíes. En enero pasado, el referéndum votó porque Cachemira permaneciera bajo soberanía India, resultado que rechaza Pakistán.

Europa multinacional

Los Estados del llamado mundo industrializado conviven con otras naciones, por efecto del reparto mundial que las potencias realizaron en el siglo XVI y la expansión hegemónico-económica del siglo XX. Hoy la Unión Europea (UE) se erige como fórmula única de Occidente para organizar comunidades, naciones y pueblos; por lo que se la concibe como sujeto político dominante en el continente. En la década pasada la UE se consagró como entidad supranacional, si bien en su espacio nunca han cesado las reivindicaciones independentistas de Cataluña, Escocia, Euskal Herria, Gales, Córcega, Bretaña, Ulster, Chechenia, Flandes o Andorra.

En esa Europa comunitaria regiones enteras protestan porque la comunidad dominante las ha excluido. En las elecciones parlamentarias del 28 de septiembre en Cataluña, seis millones votaron por la independencia de una región que contribuye con el 25 por ciento de la economía de España y cuya presencia cultural se extiende al Roselló francés (Catalunya Nord) y Alta Cerdaña, además de que los catalano-parlantes controlan Andorra.

Es conocida la lucha por la independencia de los habitantes del País Vasco (Euskal Herri), con territorio y organización político-social propios, además de que aporta de forma importante a la economía española. En el mundo multicultural, los vascos denuncian que su cultura es la más desprotegida en la UE, pues apenas sobrevive rodeada por otras que agrupan a cientos de millones de personas. El empecinado bloqueo al diálogo por parte de la dictadura franquista dio origen al grupo nacionalista armado Euskadi Ta Askatasuna (ETA en euskera: País Vasco y Libertad), activo hasta octubre de 2011.

Menos conocida es la lucha por la soberanía de dos territorios portugueses: La lucha en las Islas Azores por el movimiento armado Frente de Liberación de las Azores desde 1975 y la del archipiélago de Madeira, desde 1974 con el Frente de Liberación. Tras los comicios en Escocia y Cataluña, ambas regiones se preparan para alcanzar con Portugal un nuevo modelo de autonomía.

El reino de Bélgica es una excepción de naciones que reivindican su autonomía y han sido reconocidas, pues su Constitución admite la particularidad étnico-cultural de los habitantes de Flandes (los flamencos, que hablan holandés y poseen una cultura específicamente flamenca) y la de los habitantes de Valonia, que hablan francés y se autodenominan Comunidad Francesa de Bélgica. Ambos fueron reconocidos para evitar una eventual ruptura de la unidad.

No sucede así con las regiones ucranianas rusoparlantes de Donestk y Jarkov, afines políticamente a Rusia, ni con la región de Crimea, que en marzo de 2014, y al calor del enfrentamiento político entre Ucrania­­ —por la presión de la UE— y Rusia, se proclamó República de Crimea. Si a ambas zonas se les reconociera el estatuto de naciones sin Estado dentro de Ucrania, es posible que concluyera la disputa entre Occidente y Rusia por el control de las mismas, explica el catedrático José Luis Orella Unzué.

Lucha tenaz

Ancestralmente, los mapuches (de ‘mapu’: tierra y ‘che’: persona) han vivido en la Araucanía, territorio que tras la independencia de España ocuparon Chile y Argentina. En el siglo XIX, los ejércitos de los nuevos Estados los desplazaron paulatinamente de la Araucanía; en el siglo XX se consumó el robo de sus tierras y, por lo tanto, su exclusión del desarrollo, lo que se confirma con su mayor nivel de pobreza, según estadísticas oficiales.

En Chile se estima que existen 625 mil mapuches y en Argentina casi 105 mil, pero las cifras varían debido a la emigración hacia las ciudades. Para luchar por una entidad propia, que pasa por recuperar sus tierras, se creó en 1990 el Consejo de Todas las Tierras de la República Mapuche. Para estudiar la deliberada invisibilización de esta nación y otros pueblos originarios, el Observatorio de Naciones sin Estado de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad Nacional de La Plata, en Argentina, abrió la cátedra correspondiente que nació de la iniciativa de comunidades vascas y catalanas en el país sudamericano.

El Sáhara Occidental es uno de los 17 casos que atiende el Comité Especial de Descolonización de Naciones Unidas. Su proceso independentista se interrumpió cuando España dejó ese territorio norafricano en manos de Marruecos y Mauritania, lo que rechazó el Frente Polisario, que en 1976 proclamó la República Árabe Saharauí Democrática y hasta ahora persiste en la lucha por su soberanía.

También están lejos de los reflectores mediáticos las causas nacionalistas del pueblo puertorriqueño y de las de las excolonias francesas Polinesia Francesa, Nueva Caledonia y las Samoas. El futuro próximo verá el auge de esas reivindicaciones que conformarán el mundo del siglo XXI.