La riqueza, la pobreza y la verdad

Por Omar Carreón Abud


La riqueza, la pobreza y la verdad

La Crónica de Chihuahua
Noviembre de 2013, 22:51 pm

Yates, aviones privados, obras de arte, antigüedades, ropa exótica, joyas, mansiones, autos de colección y otros pequeños caprichos similares, constituyen lo básico de las compras de los más ricos del planeta. Según dice un estudio reciente, el denominado “Wealth-X and UBS Billionaire Census 2013”, publicado por una consultora mundial llamada precisamente “Wealth-X and UBS”, este selecto grupo de ricachos gasta en las ocurrencias mencionadas, 126 mil millones de dólares que es una suma mayor que el Producto Interno Bruto (PIB) de Bangladesh, un país de 150 millones de habitantes.

El estudio que cito dice también que la riqueza de esos multimillonarios llega a 6 mil 500 billones de dólares y que esta cifra es casi igual al PIB de China, que es la segunda economía más grande del mundo, y precisa que 2 mil 170 individuos (que cabrían en el famoso Teatro Blanquita de la ciudad de México, aunque unos 226 tendrían que sentarse en el suelo de los pasillos, pero aguantarían perfectamente una buena función), bueno, pues esos, poseen el equivalente a 48 mil millones de dólares ¡sólo en yates!, suma no fácil de apreciar si no decimos a continuación que la Organización de las Naciones Unidas (ONU), ha calculado que para acabar con el hambre de todo el mundo se necesitan 30 mil millones de dólares; es decir, que con la suma dilapidada en yates atracados se acabaría el hambre de todos los seres humanos y todavía sobrarían 18 mil millones de dólares. De locos ¿no?

Desde hace mucho tiempo, a los simples mortales les ha quedado claro que la inmensa mayoría de esa gente no disfruta sus yates más que unas cuantas veces al año, que quizá viaje algunas veces en sus aviones privados, que no se estremece con las obras de arte que posee más que con la posibilidad de venderlas a un precio mayor del que pagó por ellas, que cuando usa su ropa exótica hace el ridículo, que sus mansiones son solitarios elefantes blancos y que nunca maneja sus coches de colección por miedo al hojalatero. Eso se sabe, se dice y es la verdad.

Lo que ya no le queda claro a la inmensa mayoría de la población que, incluso, vive admirándolos y deseando en su interior llegar a ser como ellos, es cómo le han hecho para llegar a amasar tan fabulosas fortunas. ¿Son muy laboriosos? ¿Se levantan muy temprano y se acuestan muy tarde? ¿Inteligentes? ¿Sabios? Nada de eso, cualquiera concedería a lo más, laboriosidad, inteligencia y cultura, promedio. Pero si los promedios abundan -por eso son promedios- y no son tan odiosamente ricos. Pero aún habría que considerar a todos los que son mucho más trabajadores, inteligentes y cultos que la media y tampoco gozan de esas sonrisas -o carcajadas más bien- de la vida. ¿Qué pasa pues? ¿Cuáles son las causas últimas de esa realidad? La ignorancia de ellas es comprensible pues se trata de uno de los secretos más celosamente guardados de la historia y, cuando alguien se le acerca o lo descubre, pasa, sólo por ello, a engrosar la lista de locos o inadaptados o enemigos sociales o todo junto.

La razones se hallan en la producción misma, en la base de la sociedad, ya que si no hay producción de alimentos, de vestido, de vivienda, de satisfactores de las necesidades humanas, no existe nada. La producción en el sistema capitalista se lleva a cabo enfundada en un ingenioso truquillo: al obrero se le paga lo que necesita para vivir (si claro, no es broma ¿no dura ganando ese salario mísero hasta 30 o 40 años? entonces, sí se le paga lo que necesita para vivir), pero, peeeeero lo que el obrero necesita para vivir es mucho muy diferente a lo que es capaz de producir en una jornada de trabajo. Y aquí está el peine. La diferencia entre lo que gana el obrero y lo que produce se la embolsa el patrón hasta amasar fortunas como las descritas. Un defensor de los capitalistas –que no escasean- diría: “la diferencia la hace el capital desembolsado, la aportación del capitalista al negocio”. Y aquí lo sentimos mucho, pero hay que decir que el capital por sí mismo no produce nada si no se le coloca a un modesto obrero al lado que le dé vida, no sólo no se mueve, sino que se deteriora y destruye. Así de que las grandes fortunas no son más que trabajo humano no pagado. De donde se deduce que la pobreza y la riqueza no son dos mundos diferentes, sino que son el mismo, existen ricos porque existen pobres, como el ruido y el silencio. Son los dos polos de una contradicción que está destruyendo a la sociedad y al planeta.

Para ilustración de carne y hueso y muy al día, téngase presente que todavía vive la señora Imelda Marcos, la viuda del dictador filipino, Ferdinand Marcos quien, aparte de sus negocios en los que se embolsaba trabajo humano no pagado, también se llevó caudales del erario (que también son riqueza producida por el hombre) y que hoy, cuando los filipinos más pobres –como siempre los más pobres- son víctimas del pavoroso tifón Haiyan, vale la pena recordar. La señora Marcos, que llegó a poseer 3 mil pares de zapatos, es originaria de Tacloban, la población más devastada por el tifón, precisamente por la miseria en la que viven sus habitantes y tiene ahí una casa-museo en la que exhibe parte de las joyas y objetos de valor que amasó durante el gobierno de su marido. En el otro polo de la contradicción, es decir, para que exista la señora Marcos y otros como ella, están más de 2 mil 500 muertos, 600 mil sin casa, 11 millones afectados y miles que deambulan buscando un poco de agua y comida.

Un ilustre mexicano del siglo XIX, Fray Servando Teresa de Mier, dijo: “Poderosos y pecadores son sinónimos en el lenguaje de la Escrituras, porque el poder los llena de orgullo y envidia, les facilita los medios de oprimir, y les asegura la impunidad”. Por verdades como ésta, que todavía resuenan en México por la embestida contra los antorchistas y por el secuestro de Don Manuel Serrano Vallejo, a Fray Servando se le acusó de herejía y blasfemia ante el Santo Oficio, se le excomulgó, se le encarceló, se le retiraron sus libros y fue condenado a diez años de exilio en España.