La policía se vuelca en buscar a Ruth y José en la finca de Las Quemadillas

Dos hermanitos españoles edesaparecidos desde hace ya 8 meses


La policía se vuelca en buscar a Ruth y José en la finca de Las Quemadillas

La Crónica de Chihuahua
Junio de 2012, 11:43 am

La búsqueda de los hermanos Ruth y José vuelve al mismo punto de partida, la finca de una hectárea que la familia paterna tiene en Las Quemadillas, una urbanización a las afueras de Córdoba. Ocho meses y tres días después de que desapareciesen los dos niños, de seis y dos años, la atención de los investigadores policiales y el juez de instrucción José Luis Rodríguez Lainz sospechan que José Bretón, padre de los niños y único procesado en el caso, pudo haber escondido allí a los cuerpos de los pequeños, en un zulo que se le escapase a los agentes que batieron el lugar una decena de veces al inicio de la investigación.

La zona se mantiene este lunes acotada. A las 16.41 han entrado el juez y el abogado de Bretón, José María Sánchez de Puerta. Sobre las cinco de la tarde ha llegado un furgón policial del equipo de Intervenciones Técnicas. Este grupo está especializado en la búsqueda de droga en lugares recónditos. Tras ellos, han accedido a la finca seis coches con miembros de la policía científica y judicial, los abuelos paternos (dueños de la finca) y los padres de los niños. Finalmente ha llegado un camión con una pequeña excavadora.

Toda la manzana de fincas donde se encuentra la de los Bretón ha sido cerrada a los periodistas para evitar la obtención de imágenes. Se espera que la búsqueda, en la que puede participar maquinaria pesada capaz de levantar zanjas y tirar muros comience a las cinco de la tarde.

La madre de los niños, Ruth Ortiz, estará presente en el momento en que se reanude la búsqueda. También Bretón, quien saldrá de la cárcel, donde se encuentra internado de manera preventiva. La desaparición de los pequeños se produjo cuando, dos semanas antes, Ortiz le comunicó a su marido que quería separarse de él. La pareja llegó al acuerdo verbal de que los niños se quedasen con su madre en Huelva, donde residía la familia, pero que fines de semana alternos los pasase con su padre en Córdoba, pues había regresado con su familia. En la segunda ocasión en que se llevaba a cabo este nuevo régimen, Bretón perdió a los niños.

Las pesquisas vuelven, así, a centrarse en esa parcela de unos 10.000 metros cuadrados de naranjos y otros cultivos, donde se levantan dos inmuebles que ya fueron registrados durante una decena de días al comienzo de la investigación. Bretón estuvo presente en la mayoría de las ocasiones, sin que diese señal alguna de nerviosismo ni cejar en su versión de que había perdido a los pequeños en un descuido, mientras paseaba con ellos por el parque Cruz Conde, en Córdoba.

Pero para la policía y el magistrado todo rastro fehaciente de los hermanos termina tras las puertas de esa propiedad. Las cámaras de seguridad de un centro próximo registraron imágenes del coche de Bretón el 8 de octubre, con sus hijos en el interior, entrando en la finca a las 13.48. Hasta las 17.30 no volvió a salir. Durante ese margen de tiempo el teléfono móvil del encausado también permaneció apagado.

Casi cuatro horas después, el portón vuelve a abrirse y las mismas cámaras del centro próximo que le habían grabado a la llegada lo registran ahora en su partida. Pero el peritaje encargado por el juez constata en su análisis de las imágenes que los chiquillos no iban con su padre. Lo mismo ocurre con la cámara de seguridad instalada junto al parque Cruz Conde que registra el paso del coche del procesado: ni rastro en las mismas de Ruth y José.

Unos minutos después de que el coche de Bretón pasase por delante de esa cámara, lo haría el mismo padre, solo, para denunciar a un guarda de seguridad la pérdida de sus hijos. Ningún testigo le vio antes acompañado de la pareja de niños. Ningún testigo le describe en ese momento como alguien nervioso o alterado.

La pista de los niños termina, por tanto en Las Quemadillas. Y por eso el lugar obsesiona desde el primer momento a los agentes de la Unidad de Delincuencia Especializada y Violenta (UDEV) que Madrid envía a Córdoba para hacerse cargo de este caso tan misterioso. Los policías dirigen las inspecciones, con Bretón siempre presente. Primero como un testigo, dos semanas después, esposado en su calidad de detenido. En la casa, de dos plantas, encuentran una habitación repleta de objetos de los críos, entre juguetes y fotos, que les llaman la atención porque parecen conformar “un santuario”. Los agentes deciden usar un georradar, que permite prospectar el subsuelo y los muros de los inmuebles sin necesidad de picar. No se obtienen resultados, aunque se reconoce que el área no es propicia para esa tecnología, debido a los tipos de suelos y las interferencias por las líneas de alta tensión próximas. Aun así, se realizan catas que no descubren indicio alguno de Ruth y José.

Pero lo que sí se encuentra son algunos rastros de lo que hizo dentro Bretón. Algunos de ellos pusieron los pelos de punta a los policías son los restos de una gran fogata junto al naranjal, donde hallan pequeños huesos que resultaron ser de origen animal.

En la parcela también se hallaron indicios de que Bretón podía haberse hecho con dos potentes tipos de medicamentos tranquilizantes recetados por un psiquiatra al que había acudido días antes. No se encontró rastro de las pastillas pero el procesado, que sufrió un intento de suicidio antes de conocer a Ruth tras un desamor anterior, dice que no llegó a tomárselas.

En definitiva, no se sabe realmente qué pasó entre aquellos muros. Solo la versión de Bretón, que el juez y los policías encuentran inverosímil: que los niños se durmieron varias horas, mientras él quemaba objetos de Ruth Ortiz en una gran fogata. Su historia ha ido cambiando ligeramente con cada versión que ofrecía al juez. Y éste sospecha que el padre también se preocupó aquellas horas en sembrar el lugar de pistas falsas para despistar a la policía, como el hecho de tirar varias bolsas de basura en distintos depósitos de la calle.