La polémica histórica sobre la muerte del jefe indio Juh

**Aquí, su hijo Asa Daklugie da una versión diferente a la más difundida. Su padre no cayó de borracho y se ahogó: sufrió, tal vez, un infarto.


La polémica histórica sobre la muerte del jefe indio Juh

La Crónica de Chihuahua
Octubre de 2011, 13:07 pm

La silla del caballo de mi padre se ladeó hacia la izquierda, íbamos bordeando el río Aros, y con el desbalanceo, su caballo se desbancó hacia el cauce, y con él mi padre, Juh.

Nunca supe si tuvo un ataque al corazón, pero de lo que sí estoy seguro, y me acuerdo muy bien, es de que él estaba sobrio en ese momento. Acabábamos de negociar unas pieles y una carne seca que teníamos, y en este último viaje de mi padre a Casas Grandes, compramos una buena dotación de municiones, café y sábanas.

El relato de este episodio de la historia de los apaches lo hizo Asa Daklugie, hijo de Juh. Muchos ignoran quién fue Juh, y nombres como Victorio y Gerónimo opacan a los demás, pero sépase que Juh era, dentro de la estructura de los apaches, un jefe más importante y más respetado que Gerónimo.

A Asa Daklugie le interesaba mucho proporcionar este testimonio de la muerte de su padre, porque existe otra versión, muy generalizada entre los historiadores de Chihuahua y de los Estados Unidos, que asegura que simplemente, el gran jefe de los apaches se cayó del caballo porque iba tan borracho que se ahogó en el río. Tal versión, puesta en boca de especialistas, les parece a los apaches como vergonzosa e indigna, y cómo no, si al cabo de tantas batallas libradas, de tantas veces como estuvo a punto de perder la vida en la defensa de los intereses de su raza y de la supervivencia de las tribus acosadas por soldados de dos gobiernos, pudiera venir una muerte indigna para un gran guerrero, y perderse así la gloria, desvanecida en un simple borrachera.

Prosigue su relato el orgulloso hijo de Juh.

Ese último día del jefe guerrero, después de la transacción comercial se dio licor a los hombres, como de costumbre, y ellos hicieron trueque con él. Sin embargo, muchos permanecieron sobrios. Era costumbre en la banda de Juh, que en las borracheras, sólo la mitad bebía, por cuestión de seguridad.

Entre quienes se abstuvieron de la bebida, estaba mi padre. Mi padre llevó a Ponce y a los del turno de beber por delante, y envió a los sobrios atrás de él, y se vino a la retaguardia con Delzhinne y yo. Daklegon se fue adelante con Ponce.

Íbamos por el río Aros cuando Juh cayó con el caballo después de que se derrumbó el banco de arena. Cuando llegué a donde estaba mi padre, Delzhinne le estaba sosteniendo la cabeza por encima del agua, y yo le ayudé a mi hermano a voltear la cabeza de Juh para que pudiera expeler al agua que pudiera haber tragado, y nos dimos cuenta de que estaba inconsciente.

Lo pusimos boca abajo, conmigo deteniéndole la cabeza, mientras Delzhinne cabalgó hacia delante para traer ayuda.

Me pareció una eternidad desde que se fue mi hermano. Dos o tres veces, pensé que Juh estaba tratando de hablar, pero no hubo ningún sonido. Cuando mi hermano vino con Daklegon, Ponce y los guerreros, mi padre todavía respiraba, pero pronto dejó de hacerlo.

VISIÓN DE EXTERMINIO

Un día, mucho antes de este triste episodio, mi padre había llevado a la banda al Gran Cañón (así le llamaban a las Barrancas del Cobre) y allí experimentamos una visión profética. Ahí, Juh tuvo asamblea con los guerreros, quienes se acomodaron en el borde de la barranca, dominando la vista azulosa de la inmensidad de aquella herida abierta en la entraña de la tierra.

Habían ido a ese lugar sagrado a orar y pedir consuelo y guía a Ussen, y a buscar en él la renovación de sus gastadas energías.

Veíamos la inmensa pared opuesta del cañón, y allá se nos presentó una gran cueva, inaccesible tanto desde esta orilla como del fondo de la barranca, y vimos que sólo una ave podría llegar allá.

“Hemos visto Su signo”, dijo Juh.

Tuvimos entonces la visión de una nube que se detuvo justo arriba de esa cueva, y vimos cómo de ella descendieron miles de soldados en uniforme azul, que se dirigieron hacia esa cueva donde se perdían, y debieron haber sido en número infinito, y la cueva no debía tener fin tampoco, porque ninguno de esos soldados regresó. “La visión, porque eso es lo que fue, duró hasta el atardecer”. Entonces, Juh interpretó la visión, y dijo a sus hombres que deberían a partir de entonces, buscar unión y alianza con todos los apaches, porque eso que vieron sólo podía significar la masiva invasión y ataque de los “casacas azules” del gobierno de los Estados Unidos.

Deberían juntarse, pues, los Chokonen, los Nednhi, los Chihenne, los Bedonkohe, los Tonto, y los Mescaleros, “y unirnos en una fuerza poderosa, debemos oponer nuestro coraje y nuestra habilidad al enemigo”.

Esa fue la visión, y tal fue la respuesta del jefe de los Nednhi.