La mentira oficial en lugar de información verdadera

Abel Pérez Zamorano


La mentira oficial en lugar de información verdadera

La Crónica de Chihuahua
Diciembre de 2012, 20:01 pm

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*El autor es Doctor en Desarrollo Económico por la London School of Economics, Maestro en Ciencias en Políticas del Desarrollo por la London School of Economics. Maestro en Ciencias en Economía de Negocios por el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, Profesor de la Universidad Autónoma Chapingo e integrante del Sistema Nacional de Investigadores.

Información es poder y, en su defecto, confusión e incapacidad para resolver problemas. En lo que hace a la información gubernamental, para que sea útil a la ciudadanía y aplicable a la toma de decisiones, debe ser oportuna y relevante; también veraz y verificable mediante una metodología consistente, y basada en sólida evidencia; debe ser gratuita, de fácil acceso al pueblo y no privilegio de élites. La información de calidad es condición para una genuina democracia, pues un pueblo desinformado está incapacitado para comprender su realidad y tomar decisiones correctas (no se puede transformar positivamente aquello que se desconoce); en suma, es fundamental para la educación política del pueblo. Pero éste es sólo el deber ser, porque el ser va por otro lado, como se ve por lo que sigue.

Primero, el 11 de diciembre, el titular del Inegi, Eduardo Sojo, informó que: “De acuerdo con una nueva medición del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), al tercer trimestre del año había 29.3 millones de trabajadores informales, más del doble de los calculados anteriormente… La última medición del Inegi, en septiembre, con la metodología tradicional, arrojó que en el país había 14.2 millones de personas en la informalidad, esto es, 15.1 millones menos de las que se reportan ahora…” (Reforma, 12 de diciembre). En pocas palabras, un buen día nos despertamos con aquello de que “disculpe usted”, pero los ocupados en la informalidad son en realidad el doble del número que le habíamos dicho.

Segundo, durante cinco años del sexenio anterior el gobierno publicó estadísticas sobre muertes en la malhadada guerra de Felipe Calderón: la cifra llegó a 30 mil; sospechosamente, el sistema “se cayó”, y poco a poco dejó de fluir información o ésta fue volviéndose cada vez más confusa, para, al final de cuentas, quedar todo en agua de borrajas. ¿Cuántos fueron realmente? Como dice el tango: Dios sólo sabrá. Lo interesante es que el 27 de noviembre, el Centro de Análisis de Políticas Públicas México Evalúa, publicó un estudio según el cual el número de muertos ascendía a 101 mil 199, o sea, 3.4 veces más que la cifra oficial. A decir del organismo, su metodología se basó en el uso de documentos oficiales de las agencias del ministerio público de las procuradurías estatales, datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, y actas de defunción que registra el INEGI. Si el cálculo es equivocado o correcto, quién sabe; lo cierto es que ninguna dependencia gubernamental presentó datos duros para desmentirlo.

Tercero, en los días que corren, la SEP y el Inegi organizan un censo para conocer la matrícula en las escuelas y el número de profesores que en ellas laboran. Y es que el gobierno federal ¡no sabe cuántos alumnos y maestros hay! ¿Y entonces, la cifra que se nos ha dado, desde 25 millones hasta llegar a los supuestos 35.09 millones actuales, es falsa? La verdad es que durante los dos sexenios anteriores hubo ocultamiento. Cuarto, en materia laboral se dice que la tasa de desempleo es de 4.8 por ciento; pero, ¿qué tanto es eso contra el 25.8 por ciento en España y 25 en Grecia? Una bicoca. Muy abajo del 8 por ciento en Estados Unidos o el 11.6 en Europa, pero no porque nuestra economía esté muy bien, sino que la cifra de desempleo es falsa, por el algoritmo aplicado para calcularla. En fin, recordará también, querido lector, que el Coneval ha sido acusado de manera recurrente por académicos de renombre (entre ellos Julio Boltvinik), de minimizar la magnitud de la pobreza, mediante la aplicación de metodologías sesgadas.

Los ejemplos anteriores, y muchos más que podríamos citar, son muestras de la descarada manipulación informativa por parte del gobierno, asociada al ejercicio del poder. Pero atrás de todo esto hay un criterio de clase: para las élites, información privilegiada, fresca y exacta; para el pueblo, desinformación que impide su verdadera participación en los asuntos públicos; información de muy baja calidad, groseramente filtrada, y las más de las veces intrascendente, para que conozca sólo sombras de las cosas, como decía Platón; al pueblo se ofrecen sucedáneos, como chismes sobre la vida de los artistas, nota roja y escándalos que alimentan su morbo y sus sentimientos más atrasados. Y encima de todo, mentiras oficiales. Para el pueblo es la pirotecnia informativa; para los poderosos, la información que vale. Pero no nos engañemos. Esta práctica es tan vieja como lo es la dominación política; en eso no hay democracia informativa. Lo dejó dicho de manera inequívoca el célebre economista austriaco Friedrich von Hayek: “Todo el aparato (colectivista) para difundir conocimientos: las escuelas y la prensa, la radio y el cine se usarán exclusivamente para propagar aquellas opiniones que, verdaderas o falsas, refuercen la creencia en la rectitud de las decisiones tomadas por la autoridad; se prohibirá toda la información que pueda engendrar dudas o vacilaciones.” Y conste que el autor es uno de los economistas más prominentes de la escuela de Viena, pilar teórico del liberalismo moderno. En fin, como dijo Simone de Beauvoir: no nos engañemos, el poder no tolera más que las informaciones que le son útiles.