La leyenda negra de la hiena de Ojinaga

“¡Asesino!” “¡Hiena desalmada!”, le gritaba la gente, encolerizada con los detalles que habían difundido los reporteros de las páginas policíacas.


La leyenda negra de la hiena de Ojinaga

La Crónica de Chihuahua
Septiembre de 2011, 19:22 pm

Por Froilán Meza Rivera

Ojinaga, Chih.- Toda una leyenda negra se tejió en torno al crimen artero y sangriento cometido por don Panchito el peluquero, en contra de un hijo suyo, por coraje y por haberse enceguecido el hombre por los celos y por fuertes impulsos homicidas.

El día de aquel mayo del año 1957 en que una multitud de curiosos se congregó en la capital del estado para recibir el tren en que fue trasladado el asesino, la gente iba con la intención de conocer en persona a la “Hiena de Ojinaga”, pues así llamaron los periódicos al peluquero.

“¡Asesino!” “¡Hiena desalmada!”, le gritaba la gente, encolerizada con los detalles que habían difundido los reporteros de las páginas policíacas y que se habían colado hasta las primeras planas de los pasquines y los diarios. Estaban esperando a un monstruo, a un torvo chacal que, seguramente, pensaban, venía amarrado con gruesas cadenas y en medio de una multitud de gendarmes que cuidarían la seguridad de la gente alrededor.

Pero la realidad los desconcertó.

El monstruo que esperaban en los andenes nunca llegó. En su lugar, dos policías flanqueaban a un hombrecillo insignificante, vestido con ropas humildes y que, por toda seguridad, traía sólo las manos inmovilizadas con un par de esposas comunes.

La multitud cesó en sus gritos y se hizo un repentino silencio ante la presencia del hombre delgado y bajito que se presentó con la cabeza agachada.

¿Era aquél el desalmado que había dado muerte a su propio hijo? ¿El mismo que cometió tantas y tantas faltas a lo divino y lo humano? El hecho fue que la gente en la estación se fue retirando para rumiar en silencio lo que nadie osó llamar decepción, porque eso fue, una decepción de quienes se creyeron las descripciones de los periodistas.

¿Quién fue y qué hizo entonces, la “Hiena de Ojinaga”?

Don Panchito el peluquero era de Coahuila, pero se naturalizó ojinaguense y acá le llegó la edad madura y ya la sobrepasaba. Fue casado él en su tierra, allá enviudó y dejó a dos hijos varones, quienes siendo ya grandes cuando emigró el padre, quedaron trabajando allá en su tierra natal.

Casó el peluquero en segundas nupcias, ya entrado en lo que hoy llaman la tercera edad. Desposó el hombre menudito a una muchacha jovencita en sus veinte esplendorosos y suculentos años, llamada Martha. Era muy grande el contraste al ver a la pareja en la calle, pues mientras que ella caminaba toda salerosa con su joven espontaneidad, él ladeaba la cabeza y la bamboleaba a cada paso.

Un día llegó a Ojinaga a quedarse con su padre, René, uno de los hijos que dejó el peluquero en Coahuila, pero el viejo parecía no estar complacido con la compañía del muchacho.

Eran celos los que le molestaban. Celos por tener a su joven mujer y a su hijo bajo del mismo techo. Nunca se supo, por cierto, que tales celos hubieran tenido fundamento alguno.

El caso es que al hijo, el peluquero lo mató un día estando el joven dormido en su cama.

Lo destrozó con un hacha, y dicen que descargó toda una furia de la que nadie sospechó nunca que tuviera el hombre.

La peluquería, recuerdo bien, estaba por la Allende, al lado de una farmacia que había ahí. Al peluquero lo conocí, y debo decir que conmigo se portó muy bien, relató un testigo, apenas hace tres años, un hombre que ha llegado a tener cargos en la administración municipal. Continuó: un día que me mandaron a cortarme el pelo, yo tenía ganas de ir al cine, y le dije a don Panchito que me iba a gastar el dinero de la peluqueada. “Áhi le encargo mi morral, al rato regreso”, le dije, y cuando regresé, el peluquero me cortó el cabello gratis, y desde aquel día no tuve yo necesidad de pagarle cada mes el corte.

El caso es que el peluquero enterró el cadáver de René en el patio, un patio bien chiquito que había en su casa, pero le dejó un brazo de fuera, para seguirlo golpeando y pateándolo.

La esposa tenía miedo porque conocía del crimen. Martha, temerosa incluso por su vida, le reveló todo un día a don Camilo Muñoz, con quien ella había trabajado en su casa siendo soltera. Camilo, un hombre honorable, le dijo: “Marthita, regrésate a tu casa, que él no sospeche que estuviste aquí, yo me encargo de todo, no te preocupes”.

En la tarde de ese mismo día, una partida de gendarmes esperó al viejo en el patio a que regresara de trabajar, y lo pusieron a desenterrar el cadáver con una pala.

Era el año de 1956, invierno, creo que era diciembre. Pasaron como seis meses desde que se cometió el crimen hasta el traslado del reo al penal del estado en la capital.

El testigo relata: De casualidad yo me encontraba entre la multitud que recibió a la “Hiena” en Chihuahua. Supe que después, él regresó a Ojinaga, y que buscó a la mujer, dice la gente que iba con la intención de matar a su ex esposa, pero la policía lo obligó a desterrarse a Coahuila.

Martha estaba ya casada en sus segundas nupcias con Cirilo Molina, bien conocido en el pueblo, y ahí terminó todo.