La guerra de divisas y la devaluación del yuan

Reportaje especial/ La Crónica de Chihuahua


La guerra de divisas y la devaluación del yuan

La Crónica de Chihuahua
Septiembre de 2015, 21:44 pm

facebook @twitterAbel Pérez Zamorano

Entre el 11 y el 13 de agosto, el Banco Popular de China devaluó el yuan en 4.4 por ciento, dejando su paridad a 6.4 por dólar. Como consecuencia, cayeron los mercados de materias primas en el mundo, pues China es el principal consumidor: entre el 40 y 50 por ciento de los metales industriales; el primero de carbón mineral y mineral de hierro e importador número uno de madera. Desde este año es el primer importador de crudo (7.4 millones de barriles diarios contra 7.2 millones de Estados Unidos -EEUU-); y si ahora devalúa el yuan, reducirá sus importaciones de petróleo, generando expectativas de menor demanda, y, consecuentemente, caída de los precios.

Como efecto de la devaluación, los precios del aluminio y el cobre cayeron a sus niveles más bajos en seis años, y el zinc al más bajo en tres años. Cayeron también las bolsas de valores, pues China, la segunda economía del mundo, al encarecer sus importaciones comprará menos materias primas, con lo que el valor de las acciones de empresas comercializadoras o productoras cae al reducirse las expectativas de ventas y utilidades. En ese contexto, los accionistas buscan mejores alternativas de inversión. Como el sistema global de empresa es un todo integrado, no sólo caen las acciones de aquellas directamente proveedoras de China, sino bancos y toda la red de empresas ligadas, aunque sea indirectamente, a esos mercados.

Los medios de comunicación mexicanos aprovechan para exhibir a una China decadente, en franco deterioro, cada vez menos capaz de crecer y competir, uno de cuyos síntomas es la devaluación; por ejemplo, se insiste, este año no podrá crecer al siete por ciento. Según la prensa occidental el poderío chino no es tal; es, como dijera Mao, sólo que ahora en contra, “un tigre de papel”. Y ciertamente, nadie ignora que su crecimiento se ha ralentizado, con un producto interno bruto (PIB) esperado para este año de 6.8 por ciento, por debajo de los niveles de años pasados. Mas debe advertirse que, de todas formas, su crecimiento duplicará el promedio del PIB mundial esperado (3.3, Fondo Monetario Internacional) y el de las potencias: más del doble de EEUU (3.1), el cuádruple de la Unión Europea (1.7 por ciento); duplica también el esperado de México (2.7 por ciento).

El menor crecimiento de China influye, pero no es lo determinante; su mercado doméstico ha sostenido en parte el crecimiento, aunque no es desdeñable la aportación del mercado externo. Sin embargo, sus exportaciones han sido frenadas por la política proteccionista de otros países que debilitan o devalúan sus monedas. Al final, como hemos visto, China respondió con la misma moneda: devaluando e irrumpiendo así en una guerra de divisas ya en curso, eufemísticamente llamada “devaluación competitiva”.

Fue una devaluación competitiva. Pero la competitividad económicamente sana, se obtiene reduciendo costos, abaratando las mercancías mediante desarrollo tecnológico, educación y capacitación de la fuerza de trabajo, mejora en las materias primas, optimización en el uso de la energía, etcétera. Otros recursos, aunque socialmente dañinos, son: sobreexplotación de la fuerza de trabajo, sistemas fiscales muy laxos o deterioro ambiental tolerado. A través de la política monetaria, artificialmente se debilita la moneda nacional para ganar competitividad. Con una devaluación, en este caso al perder valor el yuan, se necesitan más unidades de éste para comprar cada dólar; o sea que éste se encarece, y con ello también la compra de bienes y servicios en EE. UU., y se reducen así las importaciones de China.

Suben en cambio las exportaciones del país que abarata su moneda, pues los compradores en EEUU con un solo dólar podrán comprar más yuanes y adquirir más productos chinos. Una moneda con menos valor estimula exportaciones y limita importaciones, y de esa forma impulsa el crecimiento y la creación de empleos. Cuando son más las importaciones, los empleos se generan fuera y se dinamizan otras economías. Obviamente, como toda verdad, ésta tiene sus límites de validez. La devaluación puede ser útil siempre y cuando ocurra dentro de un determinado rango.

Si el tipo de cambio baja demasiado, reduce la capacidad de importación de bienes y viajes al extranjero y provoca inflación al encarecer las materias primas, bienes de consumo o componentes y bienes de capital importados. Además, puede provocarse una espiral del conflicto: si un país devalúa para ganar competitividad, otros podrían hacer lo mismo, y el comercio mundial se reducirá. La devaluación también encarece los intereses de la deuda externa, pactados en dólares.

Mas no sólo mediante devaluación abierta se debilita una moneda. Existen otras formas, como venderla a cambio de divisas extranjeras o manipulando las tasas de interés. La manipulación de las tasas de interés es otro instrumento para debilitar una moneda y hacerla más competitiva.

Aplicado el razonamiento a la política económica de EEUU dice así F. Mishkin: “cuando la tasa de interés nacional sobre los activos en dólares aumenta, el rendimiento sobre los activos en dólares aumenta en relación con el de los activos extranjeros, por lo que las personas querrán mantener más activos en dólares. Un incremento en la tasa nacional de interés ocasiona que la moneda nacional se aprecie. De manera opuesta, si la tasa de interés disminuye de valor, el rendimiento esperado relativo sobre los activos en dólares decae y el tipo de cambio baja. Un decremento en la tasa de interés nacional ocasiona que la moneda nacional se devalúe”. Precisamente eso ha venido haciendo EE. UU.

La situación es extrema: después de la crisis de 2008, EEUU ha mantenido sus tasas en un rango entre cero y 0.25 por ciento. Cuando éstas son cercanas a cero, o negativas (como ha ocurrido recientemente con Suiza), y no ocurre la reacción esperada, se recurre al aumento en la emisión de dinero, “flexibilización cuantitativa” le llaman, como han venido haciendo Japón, la Unión Europea y EEUU.

Este último viene imprimiendo dólares en grandes cantidades desde que, en 1971, Richard Nixon rompió unilateralmente la obligación de su país de respaldar en oro las emisiones y desató la impresión masiva de dólares con los que se inundó al mundo, provocando una devaluación real del dólar, misma que puede verse en su depreciación frente al oro, que antes le servía de referencia y era su obligado respaldo. En agosto de 1971, la onza de oro se cotizaba en 35 dólares; en mayo de 1972, en 42.2 dólares; en enero de 1980 tenía un precio de 850; en octubre de 1999, era de 338; para 2003 valía 400, y en noviembre de 2005 se cotizaba en 500; en marzo de 2008 alcanzó los mil dólares y en septiembre de 2010, los mil 280. Esto es, el dólar se ha depreciado en grande durante todo este tiempo.

Peter Schiff, economista norteamericano, presidente de Euro Pacific Capital, quien predijo la crisis de 2007, ha advertido: “el precio del oro subirá en respuesta a la continua creación de dinero por parte del Sistema de Reserva Federal (FED, por sus siglas en inglés), la llamada flexibilización cuantitativa”. También relacionando el aumento en la cantidad de dinero con la pérdida de valor de éste, el especialista en finanzas Frederik Mishkin nos recuerda una tesis fundamental: como consecuencia del aumento en la oferta de dinero, “A corto plazo el tipo de cambio de equilibrio disminuye”.

Podemos ver, pues, que desde hace tiempo diversos países han desatado una guerra de divisas (considerada por algunos como la tercera), devaluando sus monedas, afectando así las exportaciones y el crecimiento de China. Un ejemplo de los efectos de esa política es que “las ventas de automóviles en China cayeron 7.1 por ciento en julio respecto al año pasado, a 1.5 millones de vehículos, su mayor declive desde febrero de 2013”, obviamente frenando el crecimiento. Reducen el valor de sus divisas para aumentar su competitividad para conquistar o retener mercados, particularmente en tiempos de recesión. En un punto de saturación de capitales, el capital no halla dónde colocar toda su producción y busca abrir mercados.

Guido Mantega, Ministro de Finanzas de Brasil hasta enero pasado, sostiene que la actual guerra de divisas inició desde 2010. En igual sentido, Ann Williams y Chia Yan Min en su artículo La guerra mundial de divisas: cinco cosas que debe saber sobre el tema, publicado en The Straits Times dicen: “esta semana, el banco central de EEUU ha tomado medidas para frenar el crecimiento del dólar, pues una moneda fuerte puede afectar a las exportaciones y provocar otros riesgos. En total, unos 25 bancos centrales han debilitado su moneda a lo largo de este año mediante la reducción de sus tasas de interés. ¿Por qué sucede esto? ¿Significa esto que estamos en el medio de una guerra global de divisas?”

Las autoras cuestionan: ¿qué es la guerra de divisas y quién la empezó?, y responden: “ha habido varias guerras de divisas a lo largo de la historia, pero el último episodio se inició en octubre del año pasado cuando Japón tomó una serie de medidas para bajar el yen. Desde entonces, al menos 25 bancos centrales han reducido las tasas de interés o han emprendido otros movimientos para reforzar el crecimiento y debilitar sus monedas. Las importantes caídas del euro y el yen frente al dólar este año también están presionando a China para que devalúe el yuan, lo cual sería una señal de que Pekín se une a la guerra de divisas”. Además, apoyándose en otros investigadores advierten que “en una economía global donde el crecimiento es escaso y no hay instrumentos políticos suficientes para aumentarlo, la guerra de divisas podría haber llegado para quedarse”.

Respecto a la existencia de una guerra de divisas, coincide también el diario español El País: “mientras que el valor de la moneda china ha estado pegado al del dólar, las divisas de sus principales competidores se han depreciado considerablemente. El yuan se ha fortalecido más de un 21 por ciento con respecto al yen japonés y más de 11 por ciento con respecto al won surcoreano en el último año, por lo que los productos chinos han perdido competitividad. La cotización de la moneda de su principal socio comercial, el euro, también se ha depreciado más de un 17 por ciento frente a la divisa china”. Es claro, pues, que, frente al debilitamiento planificado de las divisas de otros países, el yuan ha venido fortaleciéndose y perdiendo competitividad, ante lo cual China sólo ha respondido, y en muy modesta medida (4.4 por ciento), quizá insuficiente dado el desfase generado.

China venía flotando económicamente, aun en un contexto de recesión mundial, gracias a su mercado interno y a una buena competitividad de sus exportaciones, pero éstas se han reducido, y son cada día más necesarias para dinamizar la economía y el empleo. Al respecto, Bloomberg reporta que la devaluación de China está determinada por un descenso continuo en las exportaciones del país: en 2015 el valor de su comercio exterior ha caído en 7.3 por ciento respecto a igual periodo del año anterior.

Como se ha advertido, las guerras de divisas están estrechamente asociadas con periodos recesivos. En la Gran Depresión, el mercado se contrajo, cayó la demanda mundial y la doméstica en los países industrializados, que pugnaban por vender y devaluaron para ser competitivos. Fue la primera guerra de divisas. Después, desde 1971, Nixon inició la segunda al abandonar unilateralmente los acuerdos de Bretton Woods que obligaban a respaldar en oro las emisiones de dólares, quedando libre para imprimir cuantos quisiera y generando una caída en el precio del billete verde frente a otras divisas.

Hoy el mundo sigue padeciendo las secuelas de la crisis de 2008 y eso propicia el proteccionismo y, como instrumento de éste, que cada país busque reducir importaciones y aumentar exportaciones. Según Die Welt, diario alemán: “un débil crecimiento del PIB mundial, que conlleva una reducción de la demanda de importaciones, ha provocado que la Organización Mundial de Comercio redujera sus predicciones para el comercio mundial durante el segundo semestre de este año y que extendiera esta tendencia al 2015”. Entre 2012 y 2013 sólo hubo un crecimiento de 2.2 por ciento.

Ante esa debilidad, en el último año el euro se ha depreciado ante el dólar en 25 por ciento y el Banco Central Europeo ha reducido las tasas de interés: en junio de 2014, de 0.25 a 0.15, y en septiembre a 0.05. En el extremo, Suiza impuso en enero tasas negativas (0.75 por ciento) y fracasó. EEUU las ha reducido casi hasta cero y junto con Japón y Europa ha debilitado sus divisas para salir del atolladero, trasladando, como varios advierten, a los países emergentes el peso de la crisis, obligándolos a importar más y exportar menos haciendo sus divisas relativamente más caras.

La devaluación del yuan, en el contexto de una contracción mundial, favorecerá que se importen más productos chinos a México, por ejemplo, en sectores como el acero, cuyas importaciones han crecido ya 85 por ciento en este año. Nuestra cuota de participación en el mercado estadounidense podría verse afectada por una mayor competitividad de las exportaciones chinas con un yuan devaluado, y como consecuencia también el empleo y el crecimiento de la economía, de no tomarse a tiempo otras medidas.

Y todo esto se debe no a la “competencia desleal” de China, sino a que no hemos desarrollado nuestra propia productividad y competitividad. Finalmente, como una advertencia, las turbulencias bursátiles del lunes 24 iniciadas en China podrían indicar la posibilidad de que la devaluación del yuan continúe, pues la medida que se aplicó parece no haber logrado resarcir aún la pérdida de competitividad provocada por el debilitamiento de las monedas de sus competidores.

La guerra de divisas muestra que el sistema de comercio mundial debe ser reorganizado. Como consecuencia de la gran capacidad productiva de varias economías nacionales, pero enfrentada con un desenfrenado crecimiento de la pobreza en el mundo, mercados domésticos como el del propio EEUU se debilitan y los empresarios buscan salida a su producción vía exportaciones; el problema es que al hacer lo mismo chocan en el intento. Sólo con una redistribución del ingreso en todos los países podrán fortalecerse los mercados internos, absorber la producción e impulsar el crecimiento. El modelo basado en las exportaciones está haciendo agua, al grado que recurre en medida creciente a refuerzos extremos como los descritos.