¿Independencia o dependencia nacional?

Por Abel Pérez Zamorano


¿Independencia o dependencia nacional?

(El autor es un chihuahuense nacido en Témoris, Doctor en Desarrollo Económico por la London School of Economics, miembro del Sistema Nacional de Investigadores y profesor-investigador en la División de Ciencias Económico-administrativas de la Universidad Autónoma Chapingo.)

Como cada año, en estas fechas se despliega una fuerte campaña mediática en torno a las fiestas patrias, incluyendo destacadamente los tradicionales “gritos” de gobernantes de todo nivel, en conmemoración festiva de la Independencia nacional, del inicio de la gesta libertaria encabezada por don Miguel Hidalgo, orgullo de todo mexicano. Pero hay en esto mucho engaño, pues se pretende presentarnos como país soberano, libre y digno, cuando la historia y la economía actual cuestionan seriamente el alcance real de nuestra independencia actual. Por principio, la guerra no la culminaron sus iniciadores; en las negociaciones finales no participaron los líderes con ideales de progreso social, republicanos e independentistas: murieron durante el proceso. La Corregidora Ortiz de Domínguez, fiel al ideario original del movimiento, rechazó el imperio de Iturbide; más aún, en noviembre de 1821 fue descubierta conspirando, junto con Guadalupe Victoria, contra el gobierno. Hidalgo pensaba que los españoles debían irse como vinieron: sin nada; mas no fue así, pues por una u otra maniobra conservaron en lo fundamental su poder económico; vinieron los Tratados de Córdoba, firmados por Juan O´Donojú y Agustín de Iturbide, cabeza del efímero imperio, y quien durante toda la guerra destacó como uno de los más feroces adversarios de los insurgentes. Un enemigo de la independencia se coronó con el triunfo.

El otro factor, más actual, estriba en la economía. No olvidemos que el poder político proviene del económico. Y la relación no es en un solo sentido: el poder político revierte y ayuda a consolidar al económico, en este caso el dominio extranjero, mediante leyes y decisiones gubernamentales que apoyan a las empresas transnacionales, reduciendo impuestos y congelando salarios, para hacernos más “atractivos” a la inversión extranjera. Rara independencia es en verdad aquella donde un país ha de sacrificar el bienestar de su población para ser “competitivo”.

A manera de ejemplo, he aquí algunas evidencias del creciente dominio de las transnacionales. Con los cambios en la ley de telecomunicaciones, al menos el 50 por ciento del sector quedará bajo control de extranjeros, principalmente de AT&T, que se apropiará del 26 por ciento (Fuente: Bloomberg); igual suerte correrá el petróleo con la reforma energética. La nueva ley de telecomunicaciones permite que el 49 por ciento de la inversión en radio y el 100 por ciento en telecomunicaciones sean extranjeras (Artículo 8, Iniciativa de reforma). En la banca, 70 por ciento, o más, según algunos estudios, del capital es de propiedad extranjera; los bancos españoles controlan el 33.2 por ciento. En los supermercados: “En el caso mexicano, éstos concentran el 45% de la venta de perecederos, de ellos tan sólo cinco cadenas comerciales controlan el 80% del mercado. Todas ellas pueden ser consideradas transnacionales, puesto que el capital extranjero que hay en ellas representa entre el 75% y el 90%” (Profeco: El sector de tiendas departamentales y de autoservicio en México, 18 de enero de 2013). En bebidas gaseosas, Coca-Cola controla el 74 por ciento del mercado (Euromonitor International).

Walmart es un ejemplo muy ilustrativo. “Según un consolidado de ventas realizado por la correduría Credit Suisse […], al cierre de 2013 Walmart registró una participación de mercado de 53.3 por ciento, una alza de 0.5 puntos porcentuales con respecto a la que tenía en el 2012, de 52.8 por ciento. Estos 0.5 puntos porcentuales representan un monto de 3 mil 450 millones de pesos a favor de Walmart, cuyos ingresos en 2013 sumaron 420 mil millones de pesos y representaron 61 por ciento de las ventas totales de la Asociación Nacional de Tiendas de Autoservicio y Departamentales (ANTAD)” (El Financiero, 18 de mayo de 2014). En 1997 Walmart adquirió el 67 por ciento de las acciones de grupo Cifra, que controlaba Aurrerá, Superama, Vips, El Portón, Suburbia y otros.

El 95 por ciento de semillas para hortalizas es importado (CDRSSA, Cámara de Diputados). Entre 1980 y 2011, las importaciones de maíz aumentaron de 3.7 a 9.4 millones de toneladas. En fin, el 80 por ciento de nuestras exportaciones van a los Estados Unidos dando a ese país un enorme poder de monopolio (existente cuando existe un comprador único) que permite imponer condiciones políticas. Finalmente, en materia tecnológica, según el Instituto Mexicano de Propiedad Intelectual, 90 por ciento de las patentes registradas pertenecen a extranjeros (Expansión, 10 de octubre de 2013). Políticamente, no tenemos toda la independencia que se supone para tratar con otros países, como se vio en la licitación del tren ligero a Querétaro, ganada por empresas chinas y cancelada de manera abrupta al día siguiente. Algo parecido ocurrió con el intento de establecer en la Riviera Maya la empresa china Dragon Mart, que encontró un virulento y casi unánime rechazo en los medios de comunicación. En realidad era Walmart la afectada.

Así pues, nuestra independencia es, por decir lo menos, muy limitada, y, ciertamente, debe promoverse la cultura de la soberanía en la educación, mediante ceremonias cívicas y recordando con respeto y orgullo a los héroes que lucharon contra el dominio español, pero no basta. Para alcanzar una real y efectiva soberanía nacional se requiere de una economía y un gobierno independientes (entendiendo, obviamente, que es necesario e inevitable un cierto grado de interdependencia, intercambio y de compromisos internacionales). Sólo un gobierno con un firme respaldo popular puede ser independiente, como lo fue el de don Benito Juárez, que gracias a eso pudo rechazar exitosamente la intervención francesa y el imperio de Maximiliano. Otro caso fue el del general Cárdenas, quien para nacionalizar el petróleo antes organizó a campesinos y obreros, que le darían el apoyo social necesario para las audaces medidas económicas nacionalizadoras y revolucionarias que emprendió. La clave para lograr una nación independiente, es, pues, doble: primero, una economía independiente, con bases propias; segundo, un gobierno firmemente apoyado en el pueblo, para así enfrentar las formidables presiones de las transnacionales y los gobiernos extranjeros, capaces y duchos en el arte de someter, e incluso derrumbar gobiernos “incómodos”. Liberarnos de España fue un progreso, muy importante, pero insuficiente, y con el paso del tiempo, y sobre todo en las últimas décadas, hemos perdido mucha de la independencia que llegamos a tener como nación.