INDÍGENAS DE YOSOÑAMA, OAXACA, CORNUDOS Y APALEADOS

Artículo de Aquiles Córdova Morán


INDÍGENAS DE YOSOÑAMA, OAXACA, CORNUDOS Y APALEADOS

La Crónica de Chihuahua
Marzo de 2011, 07:52 am

El domingo, 6 de marzo, por segunda vez sucedió que gente armada proveniente de San Juan Mixtepec, estratégicamente parapetada, abrió fuego contra comunidades de Santo Domingo Yosoñama, al parecer, sin un blanco definido. Esto, que a primera vista parece un acto de locura, lo explican así los de Yosoñama: se trata de un reiterado intento de provocar que la gente salga de sus casas, por miedo o dispuesta a enfrentar a sus agresores, para consumar una masacre “en legítima defensa”, es decir, hacerlos caer en una trampa mortal que, además, haga aparecer a los asesinos como víctimas.

Esto traería consigo, de manera inevitable según los cálculos de los pistoleros, primero, aterrorizar de tal modo a Yosoñama que estaría dispuesta a renunciar, sin más, a su derecho ancestral sobre las tierras en litigio de que he hablado ya en varias ocasiones; segundo, levantar un obstáculo insalvable que cierre cualquier posibilidad de arreglo pacífico del conflicto en los términos propuestos por la propia Secretaría de Reforma Agraria, camino de solución que Yosoñama ya aceptó y cuya aceptación entregó, en tiempo y forma, a Gobernación Federal.

Estas balaceras, pues, no son casuales ni simples disparates de gente desesperada; por el contrario, son parte consustancial del “plan de acción” fraguado por los caciquillos mafiosos que acaudillan a una pequeña minoría radicalizada de Mixtepec (que está lejos de representar el sentir pacífico y racional de la mayoría del pueblo de ese municipio), plan que ya denuncié antes y que incluye, como dije, el asesinato de Miguel Cruz José (que ya se cumplió), el del Ing. Gabriel Hernández y el del autor de estas líneas. Prueba de esto es el otro caso dado a conocer oportunamente por el propio Gabriel Hernández, dirigente estatal de Antorcha en Oaxaca: el domingo 27 de febrero, a eso de las 10 de la mañana, unas 200 personas vestidas con el uniforme de la policía estatal y concentradas en el paraje conocido como “Claro de sol”, armaron una nutrida y prolongada balacera contra varias comunidades de Yosoñama, balacera que, al igual que la más reciente, tampoco parecía tener un blanco definido. Esto confirma la opinión de los habitantes de Yosoñama que ya dije más arriba. Sin embargo, lo nuevo en los hechos del domingo 6 de marzo es que, a diferencia de la primera balacera en que la respuesta oficial fue la más absoluta indiferencia, esta vez sí hubo reacción: un importante contingente de policía estatal, fuertemente armado, se desplazó a la zona de conflicto con el propósito (así lo declara a posteriori la Secretaría de Seguridad Pública) de realizar “recorridos de seguridad y vigilancia de la zona en conflicto”.

Lo curioso es que, contra lo lógicamente esperado, el filo del operativo no se dirigió contra los asesinos de Mixtepec, sino contra sus víctimas, es decir, contra los indígenas de Yosoñama. Tengo reportes, bien comprobados mediante información cruzada, de que la policía irrumpió en varias comunidades de Yosoñama en una actitud absolutamente hostil, acusatoria, agresiva e insolente, tratando a la gente con mentadas de madre y otras lindezas propias de quienes están acostumbrados a tratar con la hez social, aunque, en este caso, absolutamente innecesarias y fuera de lugar. No se conformaron con maltratar a la gente; la presionaron y amenazaron para que entregara “las armas con que agrede a Mixtepec”, y la acusaron, directamente, de ser la culpable del conflicto y la violencia. El dirigente antorchista de Yosoñama, Gilberto Reyes José, hombre de inteligencia natural y de probidad a toda prueba, afirma: “policías estatales preventivos ingresaron a las agencias de San Pedro Yosoñama y Tierra Colorada ayer por la tarde (domingo 6), allí golpearon y desnudaron al Topil (autoridad tradicional indígena), Arnulfo Ventura Chávez”, y precisa que Ventura “cuidaba las herramientas del personal que trabaja en la pavimentación del camino Tres Cruces-Santo Domingo Yosoñama”, razón por la cual la policía lo cogió solo y desprevenido, destruyó la improvisada bodega a su cargo, le “confiscó” un radio y lo despojó de una camioneta de la comunidad. Dice Gil, para terminar, que “otro grupo de policías ingresó a Peña Colorada” y allí “detuvieron a dos niños que cuidaban sus chivos y los desnudaron”. Pues bien, ante ambas denuncias (de Gilberto y de Gabriel), que ponen al descubierto tanto la innecesaria brutalidad policial como una muy sospechosa parcialidad hacia Mixtepec (mientras trataban a las víctimas como animales, no tocaron un pelo a los victimarios), la Secretaría de Seguridad Pública de Oaxaca emitió un boletín de prensa en el que niega los hechos y afirma que todo fue en bien de la tranquilidad social y “en estricto apego a derecho”.

Con el debido respeto, debo decir que dicha instancia, en éste y en todos los casos similares, es la menos indicada y confiable, como testigo, para conocer la verdad de los hechos. Primero, porque actúa como juez y parte, es decir, se constituye en tribunal que juzga y sentencia sobre su propia causa, lo que es una aberración jurídica y lógica; segundo, porque es una gran ingenuidad que, para sostener su dicho, se base exclusivamente en el “parte” que le rinden sus hombres. Y debió ser así, porque todo mundo sabe que los “jefes” raras veces pisan el terreno mismo de los conflictos, y todo lo coordinan desde sus oficinas, razón por la cual nunca son testigos presenciales de lo que hace el personal a sus órdenes. ¿Es sensato pensar que quien falta a su deber y transgrede la ley, se va a denunciar a sí mismo por puro escrúpulo de conciencia? Yosoñama y los dirigentes antorchistas, en cambio, ¿qué interés podrían tener en denunciar y calumniar a quienes acuden a protegerlos, si la tal protección fuera tal como lo asegura la Secretaría de Seguridad Pública? Evidentemente que ninguno. Por tanto, no hay duda de que su testimonio es el más apegado a la verdad, y el desmentido oficial a su queja sólo puede interpretarse como el natural deseo de los funcionarios de seguridad de que ellos, los agredidos por partida doble (Mixtepec y policía), acepten su suerte no sólo con resignación, sino hasta con aplauso para sus agresores. Los quieren, como reza el título del conocido entremés cervantino, cornudos, apaleados y contentos. ¡Faltaba más!