Gerardo “El Chato” Aguirre y la foto de su vida

**Su preferida fue la de las mulitas en Batopilas, tomada durante una expedición a la sierra en 1997.


Gerardo “El Chato” Aguirre y la foto de su vida

La Crónica de Chihuahua
Diciembre de 2011, 23:40 pm

Por Froilán Meza Rivera

Chihuahua, Chih.- Para Gerardo “El Chato” Aguirre, una de las mejores fotos que tomó, quizás la mejor, es la de las mulitas de Batopilas. Viajó él en esa ocasión unos mil 200 kilómetros, se puso en peligro en el camino, luchó contra el clima, contra la inundación, y aunque es frecuente ver sus fotos de paisajes de la sierra dispersas en oficinas y lugares públicos, ninguna es como la de las mulitas.

¿Cómo la obtuvo? ¿Cómo la produjo “El Chato”?

Éste es su testimonio, que me contó y que recreo aquí como un homenaje a este gran fotógrafo fallecido el lunes pasado, hombre de un enorme corazón que me honró con su amistad.

Dice “El Chato”: En el verano lluvioso de 1997, veníamos de Guachochi después de tomar todo lo turístico de ese municipio, desde el Lago de las Garzas, las cascadas y saltos de agua, el mirador de la Sinforosa, y fue entonces que bajamos rumbo a Creel. En el entronque a Batopilas pasamos unas cinco o seis horas curioseando, hasta que decidimos ya tomar rumbo hacia aquel pueblo.

Estaba despejado el clima y ¿no nos va tocando? Adelantito de Quírare, en el llamado Paso del Diablo, por donde sólo cabe un vehículo, venía un camioncito de turistas, y tuvimos que regresarnos de reversa como 25 metros, con el espeluznante desfiladero a un lado, de unos 250 metros de altura. Y hablo por mí: traía el alma en un hilo, por decir lo menos, hasta que pudimos orillarnos en una parte donde ya finalmente pudo pasar el camioncito con aquellos visitantes güeros con sus camisas y blusas claras, sus chalequitos y pantalones de caqui, con sus cámaras y permanentes sonrisas.

Y en seguida tienes el impacto del paisaje, con el Cerro del Pastel en frente. Aquí está el río que el manual dice que se trata del río San Miguel o San Ignacio, y que recibe agua del río Batopilas, pero acá se le conoce como el río Batopilas. Y la corriente iba a todo lo que daba, crecida a más no poder, no digo desbordada porque en medio de estos cañones es difícil que el río se desborde, aunque sí saltaba del malecón y se colaba por unas calles del centro, afectando algunas casas.

La luz estaba buena todavía para algunas tomas, pero yo preferí esperar hasta la mañana del día siguiente para aprovechar la luz que todos los fotógrafos saben que es mejor en el amanecer. Eran las seis treinta de la tarde cuando llegamos a Batopilas, y ya ahí negociamos un cuarto en el Hotel Juanita, ya sabes, dando y dando, y a mí me tocó darle a los dueños unos cuadros que traía yo de otro viaje, de fotos ampliadas que ellos colocarían en el vestíbulo, y además la promesa de traerles algo de lo que tomáramos en este verano.

Yo le traía ganas al paisaje alrededor del templo de la misión colonial del Santo Ángel Custodio de Satevó, a 6 kilómetros de Batopilas, y después de desayunar algo rapidito para no perder la oportunidad del amanecer, salimos en la camioneta hacia allá. Nos paramos en una elevación desde donde se veía a lo lejos la misión en medio del cañón, y fue espectacular porque al fondo había neblina pegada en los cerros y abriéndose conforme avanzaba la mañana. Ya cuando llegamos allá, y todavía con algo de niebla, hice algunas tomas con aspectos diferentes del templo del Santo Ángel Custodio.
Cuando regresábamos con rumbo al norte para la cabecera municipal, decidí tomar algunas fotos más de la panorámica con esta perspectiva, de norte a sur hacia el río y el puente colgante de madera que tienen como fondo la lomita sobre la que se levanta la misión, y los cerros de tierra y piedra roja, y la vegetación semitropical de verde brillante con el suelo remojado. Hice pues, varias tomas que eran casi iguales a las de la mañana, pero ahora sin niebla y, según yo, con mejor luz. En medio de la toma estaba el puente, y enfoqué y disparé varias veces, y como eran todavía cámaras de rollo, hice un cambio y volví a disparar.

Pero ¡cuál fue mi sorpresa, que al hacer el revelado, días después en la capital del estado, que me di cuenta de que ahí estaban las mulitas! De veras, la mejor toma de todo ese viaje, y tal vez la mejor foto de mi vida, fue, casi, producto de la suerte, porque el hecho de que hubiera dos hombres ahí, cada uno llevando de las riendas a una mulita con carga y que estuvieran cruzando el puente colgante sobre el río de aguas embravecidas, y con todo aquel fondo espectacular, le daba a la foto un carácter de veras extraordinario.

Esa fue la aventura de la foto de las mulitas, de “El Chato” Aguirre, casi, casi como me la contó. Y así intento retribuir a mi amigo el favor de su confianza.
Descanse en paz, “El Chato”.