Fukushima un años después

Pese al enorme esfuerzo en la reconstrucción las huellas del terremoto y el maremoto sobrecogen Más de 343.000 personas siguen desplazadas de sus hogares


Fukushima un años después

La Crónica de Chihuahua
Abril de 2012, 13:08 pm

En la costa de Rikuzentakata, una población situada 500 kilómetros al noreste de Tokio que hace un año tenía unos 24.000 habitantes, se eleva un pino agonizante de 30 metros de alto. El tronco arqueado, la copa reseca, las raíces hundidas en una tierra que ahora es salada hablan de una muerte temprana. Fue el único árbol de un bosque de 70.000 ejemplares que sobrevivió a la fuerza del tsunami generado por el terremoto de magnitud 9.0 en la escala Richter que el 11 de marzo del año pasado devastó la costa nororiental de Japón. La catástrofe dejó a su paso 15.854 muertos y 3.276 desaparecidos.

El pino solitario se ha convertido en un símbolo de esperanza para esta localidad de la prefectura de Iwate, en la que fallecieron cerca de 2.000 personas, a pesar de que sus 250 años de vida parecen haber llegado a su fin debido a la salinización del suelo.

Lo que hace un año era el terreno en el que se elevaba el bosque que protegía la ciudad de los vientos del océano desde hace más de 300 años y uno de los lugares turísticos más populares del norte de Japón, ahora es un erial anegado de arena y mar del que sobresalen troncos quebrados y restos de aparejos de pesca. Junto al árbol, un edificio amarillento con el espinazo roto es lo único que resistió, malamente, al embate del muro de agua. Más de 3.000 edificios fueron arrancados de cuajo o destruidos completamente.

En muchos lugares de los cientos de kilómetros de la costa de Japón destrozados por el maremoto, la masa de océano superó los 13 metros de altura (el equivalente a cuatro pisos), y en algunos puntos llegó a 30 o 40 metros. Se rompieron 45 diques y fueron dañados 78 puentes y 3.918 carreteras. Aún hoy siguen desplazadas de sus hogares 343.000 personas. El Gobierno estima en 16,9 billones de yenes (156.500 millones de euros) los daños en edificios, infraestructuras, vehículos, fábricas e instalaciones agrícolas y pesqueras, entre otros.

Son cifras cuyo verdadero significado solo se aprecia cuando uno se sitúa frente a una de las pocas estructuras que quedaron en pie y observa los muros reventados y los huecos de las ventanas vaciados por las aguas, cuando uno ve los viaductos del tren segados y las vías plegadas como regaliz o cuando contempla las explanadas desnudas de viviendas en poblaciones como Rikuzentaka, Minamisanriku, Kesennuma, Onagawa y tantas otras en las que desaparecieron barrios enteros.

Son inmensas superficies salpicadas tan solo por algunos esqueletos de acero y hormigón, interrumpidas por los dibujos geométricos de los cimientos sobre los que se asentaban las casas de madera que fueron arrastradas por las aguas cargadas de proyectiles en forma de maderos, coches, barcos, tanques de combustible y todo lo que encontraban a su paso. El silencio y el frío de la nieve que ha caído estas semanas sobre la región solo son rotos por el paso de algunos vehículos y las excavadoras que trabajan por todos lados en la reconstrucción.

Las intensas labores de limpieza, desescombro y separación de restos han convertido la costa en un gigantesco centro de reciclaje, en el que se suceden las montañas de desechos de más de 10 metros de altura; unas de cascotes, otras de troncos, otras de electrodomésticos, otras de tablones y plásticos, o de coches arrugados como nuece

Por las carreteras, se repiten los eslóganes: “Gracias, voluntarios”, “Ánimo Tohoku”, en referencia a la región del noreste de Japón que incluye las principales prefecturas afectadas por la catástrofe.