Fue chihuahuense, la primera mujer aviadora

**Catalina Encinas Aguayo, pionera y valiente, nació en el mineral de Dolores, municipio de Madera


Fue chihuahuense, la primera mujer aviadora

La Crónica de Chihuahua
Noviembre de 2010, 13:08 pm

Por Froilán Meza Rivera

Emma Catalina Encinas Aguayo, chihuahuense, pionera de la aviación mexicana, fue la primera mujer en obtener licencia de piloto aviador. Doña Emma vivió entre 1909 y 1990, y según sus hijas, el gobierno mexicano tiene con ella la deuda pendiente de poner su nombre a una calle de la colonia Aviación en el Distrito Federal.

El gobierno de Chihuahua tendría también con ella una deuda similar.

A 20 años de su fallecimiento, que coincide con el centenario de la Revolución Mexicana, sus hijas Patricia y Catalina recuerdan a la madre. Nació ella el 24 de octubre de 1909, y era muy pequeña cuando junto con su familia tuvo que salir huyendo de las tropas del general Francisco Villa. El movimiento revolucionario arrasó con las propiedades de su familia en el mineral de Dolores, municipio de Madera, Chihuahua, su tierra natal.

Su padre era de Sonora y su madre de Chihuahua. De pequeña la mandaron a estudiar a Estados Unidos, donde terminó la high school. Cuentan las hijas que, como un juego de la vida, un día entre sus amigas se asignaron al azar la ocupación que tendrían de grandes. “¡Tú vas a ser aviadora!” le dijeron.

Sus primeros contactos con los pájaros mecánicos fueron a través de una amiga cuyo novio era hermano del coronel Roberto Fierro, quien para entonces era un as en la aviación mexicana y creador de la primera escuela de aviación que operó en la República mexicana.

En el Distrito Federal, Catalina se apersonó con el coronel Roberto Fierro Villalobos, quien era chihuahuense también, un héroe de la aviación y quien se encontraba en la colonia Balbuena al frente del Primer Regimiento Aéreo. Fierro la recomendó con el jefe de Aeronáutica Militar, general Leobardo C. Ruiz, quien le autorizó recibir instrucción de vuelo en el Campo Militar.

Cuando comunicó sus deseos de estudio a su padre, éste se negó, pero su madre le dio sus ahorros para que aprendiera el arte de volar. Luego ella misma se los pagó con lo que ganaba como profesora de inglés de los pilotos, y de hacer traducciones para una revista de aviación. Uno de sus instructores fue el capitán Ricardo González Figueroa.

Vuelos rectos, nivelados, “ochos”, “latigazos” y “picadas” eran las suertes que aprendió a hacer en el aire.

El día en que hizo su examen a la base de Balbuena, el 20 de noviembre de 1932, mucha gente acudió, “pero era para ver cómo se estrellaba una mujer piloto”. Su avión Tormenta era un Spartan biplano con monomotor de 85 caballos de fuerza.

El vuelo fue un éxito y ella salió en hombros hasta el Zócalo capitalino. Una semana después obtuvo la licencia número 54, que la convirtió en la primera mujer mexicana en recibir ese documento oficial y la segunda en toda América Latina.

Sus años de vuelo terminaron cuando decidió seguir a su esposo médico a Las Choapas, en el estado de Veracruz, a atender a pequeñas comunidades.

“Todo pasa por algo, tú ten paciencia”, era una de sus frases más comunes. Ella decía que era una mujer que nació antes de su tiempo.

Multirreconocida a nivel latinoamericano, en los vuelos comerciales que abordaba era común que los pilotos la invitaran a la cabina en pleno vuelo.

Sus nietos la recuerdan como una mujer que “todo el tiempo estaba sentada frente a la máquina de escribir. Una mujer sumamente trabajadora”. Además, tocaba el piano como maestra y tuvo su propia escuela de ballet.

Luego de haber viajado por todo el mundo y haber librado dos paros cardiacos, un derrame cerebral le limitó el habla a decir sólo “gracias”.

Uno de los anhelos más grandes de Emma antes de morir era ver su busto en la Galería de los Próceres de la Aviación Mundial, en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México.

Sus hijas cuentan que las autoridades de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes (SCT) de entonces les dijeron que eso lo harían sólo hasta después de que Emma Catalina muriera. Las damas de la Mesa Redonda Panamericana —de la que fue muchos años presidenta— hicieron una colecta y pagaron para hacerlo. Emma sólo alcanzó a ver el molde del busto, pues murió 15 de noviembre de 1990. Dos años después se le rindió un homenaje y finalmente se develó la escultura en el recinto del Aeropuerto Benito Juárez.