Fracaso en educación, y en el modelo económico

*El gasto educativo real es muy bajo, por lo que la mayoría de las escuelas públicas se encuentran en un estado lamentable, que más bien anima a rehuirlas que a estudiar en ellas.


Fracaso en educación, y en el modelo económico

La Crónica de Chihuahua
Diciembre de 2013, 22:36 pm

Abel Pérez Zamorano

Lo que ocurre en la superestructura social está determinado, en última instancia, por la base económica subyacente; o sea, la dinámica de la economía se manifiesta en los fenómenos sociales del ámbito estético, religioso, filosófico, ético, político y también en el quehacer educativo. Ciertamente, no se trata de una relación unidireccional, pero sí de una conexión causal entre la base económica y las demás esferas del quehacer social; así se vio, por ejemplo, en la actividad artística en las décadas posteriores a la Revolución Mexicana, entre los años treinta y cincuenta, época en que la economía floreció y cuando también alcanzaron sus cotas más altas el cine y la pintura, expresada destacadamente en el muralismo; fueron los años de los grandes compositores y de los mejores intérpretes de la música mexicana. Y a la inversa, como hoy ocurre, la decadencia de un modelo económico se refleja necesariamente en otras manifestaciones de la vida social; en el caso que nos ocupa, en el deterioro de la educación, que es causa de atraso, ignorancia y fanatismo.

El pasado 3 de diciembre fue presentado el informe de la OCDE sobre evaluación educativa a través de su programa PISA 2012, en el que ocupamos el último lugar en aprovechamiento en Matemáticas, Ciencias y lectura entre los 34 países miembros, y el lugar 53 entre los 65 países evaluados. El mejor de nuestros alumnos apenas se ubicó en el promedio de Japón, y el 55 por ciento no alcanza el nivel básico en Matemáticas; en lectura está así el 41 por ciento, y en ciencias, el 47. Lo peor es que, si comparamos este desempeño con el que teníamos en 2009 (el examen se aplica cada tres años a estudiantes en edades entre 15 y 16 años), estamos retrocediendo, y se estima que nos llevará más de 25 años alcanzar el nivel promedio de la OCDE en Matemáticas, disciplina en la que sólo el 0.6 por ciento de los alumnos se ubicaron en los niveles 5 y 6 (capacidad para realizar actividades de alta complejidad); en ciencias y lectura, el porcentaje fue menor. En Matemáticas, nuestra calificación promedio fue de 413, en una escala de 0 a 1000. En “Comprensión de Lectura” ocupamos el sitio 52 entre los 65 países evaluados, con 424 puntos (promedio OCDE: 496); en “Ciencias”, el sitio 55, con 415 puntos (promedio OCDE: 501). Por cierto, no deja de llamar la atención que Estados Unidos obtuvo un porcentaje apenas cercano al promedio general.

Revela también el examen problemas de disciplina, como ausentismo de alumnos, que influye fuertemente en las calificaciones y muestra un problema más general, de cultura y sentido de responsabilidad entre los jóvenes, al que contribuye como ejemplo el ausentismo de profesores. Como consecuencia, los niños concluyen la enseñanza básica sin saber leer, y el problema es que quien no comprende lo que lee, difícilmente podrá abrirse paso en cualquier disciplina del conocimiento. Grave también es que, según el índice de escolarización, en los países de la OCDE, el 90 por ciento de los jóvenes de 15 años están en la escuela: en México no alcanzamos el 70 por ciento, y esto sin considerar a los 7.5 millones en edad de asistir a la universidad, pero que no estudian.

Pero más allá de las carencias del sistema educativo en sí, el estudio, fiel retrato de nuestra economía y nuestra sociedad, revela graves fallas estructurales, como la polarización en la distribución del ingreso: la brecha en el índice de calidad de los recursos aplicados a escuelas privadas y públicas es la mayor en toda la OCDE y la tercera más amplia entre los 65 países evaluados; o sea, tenemos escuelas con dotación de recursos de primera, y en el otro extremo, la mayoría, operando en condiciones de extrema necesidad: y es que así están fracturadas la economía y la sociedad entera, y esta polarización se ve reflejada en el sistema educativo.

Consecuentemente, el problema no encuentra su explicación en el estricto ámbito escolar: tiene que ver con el contexto social y económico. La reprobación de nuestros jóvenes no es sólo cosa de ellos: significa que están reprobados el sistema educativo y las políticas aplicadas; el sindicalismo corporativo y desvirtuado que prioriza el control político sobre la enseñanza y sobre las necesidades mismas de los profesores, que perciben salarios miserables. El gasto educativo real es muy bajo, por lo que la mayoría de las escuelas públicas se encuentran en un estado lamentable, que más bien anima a rehuirlas que a estudiar en ellas.

La educación no puede sustraerse al hecho de que haya 85 millones de pobres, y que uno de cada cinco mexicanos sufra hambre; a la carencia de viviendas suficientes y dignas; al grave deterioro en los servicios públicos de salud; todo ello surte efectos desastrosos en la capacidad de aprendizaje de niños y jóvenes. La desnutrición afecta seriamente el rendimiento de millones de niños; el consumo de comida chatarra y de refrescos, que en México alcanza niveles alarmantes, provoca secuelas que afectan la capacidad de aprendizaje. Y si millones de familias no tienen para atender necesidades básicas como la alimentación, menos tendrán para comprar libros –artículos de lujo para muchos mexicanos– ni para asistir al teatro, a conciertos, museos, etc. Por otra parte, millones de niños viven encerrados en aldeas de las que nunca han salido; otros más trabajan largas jornadas para ayudar a sus familias y no pueden acudir a la escuela, o sencillamente descansar, y cumplir debidamente con sus actividades escolares, por lo que terminan abandonando sus estudios, presionados por la necesidad de ingresos extras. Recordemos que entre todos los países de la OCDE, los trabajadores mexicanos perciben los salarios más bajos, y en contraparte, laboran las jornadas más prolongadas.

En conclusión, nuestros estudiantes son más bien víctimas de un modelo educativo, expresión a su vez de un sistema económico depredador, verdaderos reprobados en estos exámenes, y cuya superación real sólo será posible si se resuelven los problemas propios del sistema escolar, pero también los de su entorno, en primer lugar la pobreza. Si construimos una economía que produzca más riqueza, pero que también la distribuya con equidad, estaremos creando las condiciones indispensables para elevar el desempeño educativo de nuestros profesores y de nuestros jóvenes; podremos financiar dignamente la educación, disponer de mejor infraestructura educativa, apoyar con becas, albergues y comedores a los alumnos, cuidar mejor su alimentación y su salud y atender debidamente las necesidades de los maestros.