Evocan a 100 años al amoroso Huerta

**Para José Emilio Pacheco, Efraín Huerta fue un poeta que supo conservar intacta "la pasión de la compasión"


Evocan a 100 años al amoroso Huerta

La Crónica de Chihuahua
Junio de 2014, 10:44 am

Silvia Isabel Gámez /am.com.mx

A Thelma Nava le cuesta un poco recordar, hace "tantísimos años" que se conocieron, dice sobre su primer encuentro con el poeta Efraín Huerta.

Ella trabajaba en una empresa de cine, Películas Nacionales, y así se dio la relación: primero una plática, luego un café, y después un largo noviazgo hasta su matrimonio en 1958.

"A mí no me gustaba tener enamorados jóvenes, los encontraba muy sosos, y Efraín con su inteligencia, su forma de ser, me conquistó", cuenta la poeta en la sala de su casa, en la Roma.

Nava empezaba a escribir versos, pero a Huerta, por aquel entonces, nunca se los mostró. El poeta ya había publicado su obra capital, Los hombres del alba, en 1944, y tras ser expulsado del Partido Comunista, militaba como "partidario de la paz".

"Ya después se los enseñaba (mis poemas), pero jamás me dio su opinión ni un consejo. Dejaba que yo fuera muy personal en mi poesía".

Avanzaron por caminos paralelos: él siempre rodeado de poetas jóvenes que lo visitaban en el departamento familiar de Lope de Vega, en Polanco, y ella estudiando con autores como Tomás Segovia y Juan Rulfo, y dedicándose a la edición de revistas literarias.

Cuenta que Huerta fue un marido y padre "amoroso" con las dos hijas que tuvieron: Thelma y Raquel, que se sumaron a los tres que procreó con Mireya Bravo, su primera esposa: Andrea, Eugenia y David.

Son precisamente los poemas de amor, dice, los que más le gustan de su obra. Reconoce que era bohemio, pero "de casa". Su mayor pasión era el futbol; no se perdía los partidos del Atlante.

"Era también muy ordenado. Por la mañana, colocaba su máquina de escribir en la mesa del comedor y se ponía a hacer sus artículos (periodísticos)".

En este día en que se celebra el centenario de su nacimiento, Nava asegura estar "encantada" con las ediciones y los homenajes dedicados al poeta. "Me encanta que la gente lo siga leyendo".

Huerta fue "un hombre que siempre juntó amor para luchar por más amor", según su biógrafa Mónica Mansour.

Para José Emilio Pacheco, fue un poeta que supo conservar intacta "la pasión de la compasión" y defenderse de los intentos de "canonización" de la izquierda mexicana.

Su presencia era poderosa, dice Nava, y también el sufrimiento que compartieron como pareja después de que a Huerta le extirparon la laringe en 1973, a causa de un cáncer. "Cambió muchísimo, pero a pesar de todo era muy alegre".

La muerte del poeta en 1982 significó para su esposa el final de su vida amorosa. "Jamás pensé en volverme a casar, ni siquiera en tener romances con nadie".

El padre de la filosofía reptiliana

"Cocodrilismo: refutar el dolor con el humor", sintetizó Efraín Huerta sobre el movimiento del que emergió como supremo maestro, siendo conocido como "El Gran Cocodrilo".

En la revista Cinema Reporter, Huerta identificó a San Felipe Torres Mochas como la patria intelectual del cocodrilismo.

Sucedió en 1949, cuando se inauguró una primaria con el nombre de su amiga Margarita Paz Paredes, y entre bromas, el poeta concluyó: "Todos llevamos dentro un cocodrilo". Primera reflexión de un manifiesto que devino en "extraordinaria escuela de optimismo y alegría".

El cocodrilo se convirtió en el tótem, el nagual de Huerta. "Un símbolo de identidad", según su hija Raquel Huerta-Nava.

Una figura propicia lo mismo para la reflexión que para la broma. "El chiste de todo es vivir a la sombra de los cocodrilos en flor", escribió Huerta. "Y discutir sobre la base del disparate. Y llegar al máximo de las contradicciones, porque, como dice el refrán, es de sabios cambiar de opinión".

Ideó un código de conducta, una filosofía reptiliana: "Hay que saludar con las manos abriéndolas y cerrándolas como si fuesen las cariñosas fauces del más fraternal de los cocodrilos". Y crear "el adverbio de modo: cocodrilescamente".