Europa y la crisis migratoria

Artículo semanal del Dr. en economía Abel Pérez Zamorano


Europa y la crisis migratoria

La Crónica de Chihuahua
Septiembre de 2015, 08:04 am

Desde la Segunda Guerra Mundial, Europa no enfrentaba una crisis migratoria de dimensiones como la actual, que pone de relieve profundas fallas estructurales de la economía global. Según versiones oficiales, la mayoría de los inmigrantes son sirios que huyen de la guerra en su país; pero también proceden de Irak y Afganistán (no es coincidencia que todos estos países sufren guerras promovidas por Estados Unidos), y muchos de África: en 2014, según Frontex, 200 mil inmigrantes africanos arribaron a Europa. En este año, la oleada migratoria ha dejado un saldo de dos mil 640 muertos; en un solo evento, en abril pasado perecieron ahogados en aguas libias, 700 inmigrantes procedentes de África. A Italia llegan bosnios y croatas de los Balcanes; a España, miles de marroquíes. De oriente medio pasan a Turquía y de ahí a Grecia, de donde se internan hacia el centro de Europa. Italia y Grecia son los puntos de ingreso, aunque hoy se ha creado una zona de conflicto en Hungría. Y todo ese flujo migratorio se dirige principalmente a Alemania (40 por ciento), Reino Unido, Francia y Suecia.

Técnicamente se divide a los inmigrantes en refugiados y migrantes económicos, pero poca importancia hace esa diferenciación, pues en la realidad ambas causas actúan de manera combinada.

Pero el problema actual, de consecuencias aún no dimensionadas, supera toda expectativa. Este año han llegado 340 mil inmigrantes. Desde enero, 230 mil han arribado a Grecia o pasado por su territorio para alcanzar luego los países más ricos, aunque según cifras de Naciones Unidas se espera que entre este y el próximo año al menos 850 mil personas crucen el mar Mediterráneo buscando establecerse en Europa. Tan sólo este fin de semana llegaron 20 mil a Alemania. A manera de solución, la Comisión Europea propone asignar “cuotas” de inmigrantes a cada país, prorrateándolos, como si fueran simples números, de forma que todas las naciones compartan el impacto. Algunas de esas cuotas quedan así: el Reino Unido absorberá 20 mil de aquí al año 2020; Estados Unidos, ocho mil sirios en 2016, y Canadá recibirá tres mil 650 en 2015; Francia recibirá 24 mil y España 15 mil. La canciller Merkel declaró que su Gobierno dará cabida a 31 mil. De cualquier forma, estas cifras son irrisorias dada la magnitud del problema, cuyo alcance es global, que involucra a buena parte de la humanidad, y que seguirá complicándose con el tiempo.

Lo peor es que ni superficialmente se atacan sus causas, por lo demás, bastante obvias. Si bien muchos de los inmigrantes van huyendo de la guerra en Siria, recordemos que ese conflicto fue desatado y es sostenido por Estados Unidos y sus aliados europeos, que hoy cosechan lo que sembraron. La guerra se ha tornado aún más mortífera por la irrupción del Estado Islámico, dueño hoy de buena parte de territorios fronterizos entre Siria e Irak; pero los grupos fundadores de ISIS fueron originalmente entrenados y financiados por Estados Unidos, igual que el Ejército de Siria Libre, formado para derrocar a Bashar Al-Assad. Occidente encendió la guerra y hoy se horroriza de que tanta gente quiera escapar de ese infierno, y en un acto de falso “humanitarismo” recibe a unos cuantos miles, siendo que la crisis afecta a millones de personas de muy diversas nacionalidades (y aún habrá que ver cómo se recrudecen los movimientos ultraderechistas xenofóbicos). Las guerras motivan emigración porque han empobrecido más a países ya atrasados, o han hundido a otros que eran prósperos, como Libia, que tenía el Índice de Desarrollo Humano (IDH) más alto entre los 54 países de África, y que hoy está sumida también en una guerra intestina. Hasta hace unos años Siria era un país próspero. En 1980 se ubicaba por su IDH en el lugar 69 en el mundo, pero a resultas de una guerra que dura ya cinco años, cayó al sitio 118. La infraestructura fundamental ha sido destruida. Se estima que 220 mil personas han muerto, hay 11 millones de desplazados y 12.2 millones requieren de ayuda humanitaria. Grupos grandes de inmigrantes proceden de Irak y Afganistán, países también desquiciados económica, social y políticamente por las invasiones y con economías gravemente dañadas; todo esto sin mencionar el caso de Palestina y sus refugiados en otros países. Así, a Europa en el pecado le va la penitencia, pues ahora no halla qué hacer con el problema que ella misma creó.

Pero la actual crisis migratoria no es coyuntural, es expresión de dos factores fundamentales: primero, de la crónica política guerrerista de Estados Unidos y Europa en Medio Oriente y África, como ya comentamos; segundo, de una contradicción estructural insalvable de la economía global: la imposibilidad de seguir sosteniendo un sistema desenfrenado de exacción y concentración de la riqueza de los países pobres por las grandes potencias, que empobrece hasta la inanición a millones de seres humanos en África, Medio Oriente, Sur de Asia y América Latina. Esta situación ha podido subsistir por mucho tiempo, pero, llevada al extremo, está empujando en una escala internacional a las masas hambrientas a moverse hacia donde saben que están los satisfactores indispensables, arrostrando al hacerlo todos los peligros. Igual ocurre a nuestros compatriotas que cruzan la frontera norte, o a los pobres de Centroamérica que atraviesan nuestro territorio para internarse también en Estados Unidos. A Europa llegan en busca del sustento, y de una paz que sí viven los países ricos, obviamente gracias a su prosperidad económica, resultado de la pobreza de los países atrasados. Los migrantes son millones de infelices atrapados en una disyuntiva de hierro: o morir de hambre o en la guerra en sus países, o exponerse a morir en el intento de llegar a donde se concentra la riqueza.

Es claro que ninguna de las causas mencionadas desaparece al establecerse cuotas de inmigrantes por país: son sólo paliativos. El problema se resolverá cuando se ponga fin al saqueo de los países pobres y se les permita el necesario desarrollo, con empleos suficientes y bien remunerados, reinversión de la riqueza creada y un gasto social orientado a mejorar la vida de los más necesitados; en fin, cuando Estados Unidos y sus aliados dejen de invadir países débiles en busca de materias primas, petróleo y nuevos mercados. Y así como en Europa, esto vale para México. Si no se supera el atraso y la miseria de tantos millones de personas, el problema subsistirá, pero agudizado, y ni muros ni drones ni Trumps serán suficientes para contener esta marea humana empujada por el hambre.

Texcoco, México, a 9 de septiembre de 2015