Especial: Connecticut, una de las peores matanzas escolares en EE UU

*El asesino de Newtown entró por la fuerza en la escuela de primaria **El poder de las armas en EE UU *** Vea aquí el documental ¡Papi, cómprame un Kalashnikov! donde niños de 5 años son enseñados a utilizar armas de alto poder en una convención armamentística en Estados Unidos


Especial: Connecticut, una de las peores matanzas escolares en EE UU

La Crónica de Chihuahua
Diciembre de 2012, 13:46 pm

Alrededor de las nueve de la mañana del viernes, Adam Lanza inició en su casa de Newtown (Connecticut) su macabra misión para vengarse del mundo y dejar para siempre su huella en la historia. Ninguna otra razón más precisa se ha encontrado aún para explicar este sangriento episodio en el que perdieron la vida 28 personas y que ha causado una conmoción particularmente profunda porque 20 de ellas eran niños menores de diez años.

Para abundar en la complejidad psicológica del asesino, su primera víctima fue su propia madre, Nancy, a la que mató antes de salir del domicilio y, paradójicamente, con las mismas armas que ella había comprado, registrado legalmente y guardado en su hogar con la esperanza, ahora irónica, de que le sirvieran para proteger la vida de su familia.

Vestido para matar, con ropa de fatigas y chaleco, cargó en el coche las armas –una pistola Sig Sauer, una Glock y un fusil semiautomático de uso militar- y se dirigió a la escuela de primaria Sandy Hook, en el mismo Newtown. ¿Por qué ese lugar? ¿Era esa la fuente de su tormento o, simplemente, un sitio como otro cualquiera para dejar su firma con sangre? Él fue alumno de ese centro en sus primeros años y es posible que todavía conociera a alguna gente allí. ¿Guarda esto alguna relación? ¿El objetivo de Adam era el entorno de su infancia o alguna disputa más reciente? Preguntas sin respuestas todavía.

Llegó al parking de la escuela en pocos minutos. Dejó el fusil en el coche. Seguramente pensó que una pistola en cada mano, alimentadas por largos cargadores, eran suficientes para hacer el trabajo, y quizá de forma más sencilla. Llegó a la entrada del recinto antes de las 9 y media. Es posible que supiera que, pocos días antes, se había instalado en el lugar un sistema de seguridad que cerraba automáticamente todas las puertas a las 9 y media en punto y las mantenía así hasta la hora de la salida.

En todo caso, algo delató sus intenciones y no se le permitió el acceso al edificio principal. Tal vez su indumentaria o la expresión de su rostro desataron la alarma. Incluso es posible que, resuelto como debía de estar a actuar, llevara las armas a la vista, orgulloso de provocar el pánico con su sola presencia. La policía no ha esclarecido la situación, pero sí ha confirmado que Adam encontró resistencia al intentar entrar en la escuela.

Por los relatos de los testigos y, a falta de confirmación oficial –la policía contaba con continuar, al menos, durante todo el día de ayer recolectando pruebas en las dos escenarios del múltiple crimen-, todo indica que se vivieron en ese momento y en ese lugar acontecimientos heroicos. Algunos profesores hicieron frente al criminal sin más armas que su valor. Uno de ellos ha contado que una de sus compañeras trató de contener la puerta con su propio cuerpo para impedir el avance del intruso, que la mató en el desigual forcejeo. Cinco adultos, además de la madre y del autor de la matanza, están en la lista de víctimas mortales.

La directora de la escuela, Dawn Hochsprung, es una de ellas. Estaba a punto de empezar una reunión con sus colaboradores cuando se escuchó el jaleo. Rápidamente corrió hacia el lugar para averiguar lo que sucedía. La sicóloga del centro, Mary Sherlach, salió detrás de ella. Hasta dónde llegaron en el cumplimiento de su responsabilidad –una de ellas intentó conectar los altavoces del recinto para dar alerta y pedir auxilio-, cómo fueron exactamente las circunstancias en que cayeron, es aún un misterio, pero los cuerpos de ambas fueron encontrados más tarde en el pasillo que da acceso a las clases.

Alguien, en alguna oficina del edificio, llamaba al teléfono de emergencias 911 alrededor de las 9 y media. Otros profesores, alarmados por los disparos y los gritos, trataban de proteger a los alumnos de cualquier modo, escondiéndolos en armarios, bajo los pupitres, entre sus propios brazos.

¿Por qué ese lugar? ¿Era esa la fuente de su tormento o, simplemente, un sitio como otro cualquiera para dejar su firma con sangre?

Fui inútil para muchos de ellos. El asesino logró entrar en una clase y disparó a quemarropa contra todos los que encontró. Después se trasladó a otra aula, en la que aumentó la cuenta de cadáveres. Son imaginables los instantes de desesperación que debieron de vivirse entonces en una escuela en la que, como en todas, solo se escucha habitualmente el bullicio estimulante de los niños. Algunos se apiñaron junto a sus maestros, más obedientes que nunca. Otros buscaban escondites, como en un juego. Uno de ellos consiguió salir por una puerta trasera, y corrió y corrió y corrió hasta llegar a casi un kilómetro de distancia, donde fue recogido por un transeúnte.

Quizá porque no encontró más objetivos fáciles a la vista o quizá por su munición o su energía se habían consumido, Adam disparó contra sí mismo la última bala. Cuando la policía llegó lo encontró ya tendido en algún punto de su recorrido. Todo duró alrededor de cinco minutos, según la memoria confusa de algunos testigos.

Muchos padres, envueltos en sus ocupaciones diarias, recibieron las primeras noticias de la tragedia como hoy se conocen esas cosas, en las alarmas de sus teléfonos móviles o de sus ordenadores en el trabajo, aunque muy pocos podía imaginar la dimensión de lo sucedido.

Cuando llegaron a la escuela, la encontraron rodeada por las fuerzas de la SWAT, con sus aparatosos uniformes y armamento. Entre éstas y los maestros, los alumnos fueron conducidos en filas hasta otro edificio más pequeño del recinto escolar. Fue allí donde los padres pudieron abrazar a sus hijos por primera vez y comprobar que, a ellos, esta vez, no les había tocado. La confusión, los llantos, el dolor, la desesperación, obviamente, lo inundaban todo. Es difícil saber si, en ese momento, es mayor la alegría por ver a tus hijos vivos o la amargura por la pérdida de tantos otros inocentes.

Ante la evidencia de la tragedia ya inevitable, los profesionales de la escuela y expertos en psicología se esforzaron por aliviar la pena de los supervivientes. Es difícil explicarles a niños de seis, siete u ocho años que es lo que había ocurrido. Padres y maestros intentaron tranquilizar a los niños, mientras la policía comenzaba a recoger pruebas y se aseguraba de que no había más víctimas.

El tirador había actuado con dramática precisión. En este tipo de episodios, desgraciadamente frecuentes en Estados Unidos, suelen contarse muchos heridos, explicable por el caos de una escena como esta. Adam Lanza, en cambio, solo dejó uno. Dos de los niños muertos fueron aún subidos con vida a las ambulancias, pero murieron rápidamente en el hospital. El pistolero había sido certero, casi infalible, como si se hubiera entrenado durante mucho tiempo para esta ocasión.

Se desconoce si fue así. Su madre era aficionada a las armas, y se sospecha que, en alguna oportunidad, había llevado a sus dos hijos a los ejercicios de tiro a los que ella solía acudir con cierta frecuencia. El otro hermano, Ryan, fue detenido en New Jersey por la policía, que, tan confundida como todo el mundo en un primer momento, creyó que podría tener alguna relación con la matanza. También el padre, Peter Lanza, divorciado de la madre hace varios años, fue interrogado, aunque no está considerado un sospechoso ni parece que tenga tampoco ninguna vinculación con el caso.

Todo indica que se trata de un asesino solitario, como suele ocurrir en la mayoría de estas tragedias. Poco se sabe de Adam Lanza, como es natural. Es uno de esos personajes de los que hay poco que saber. Algunos de sus amigos o conocidos lo describen como un tipo extraño, diferente. Por supuesto, eso no explica nada. La gente diferente no va por ahí matando niños. Este es una de esos actos cometidos por un ser humano que no tiene explicación, como tantos.

La policía trata de hacer, no obstante, una reconstrucción lo más precisa posible de los hechos. Una de las razones para ello es la descartar cualquier complicidad. Parece que no la hay, más allá de esa complicidad involuntaria de su madre al comprar las armas del crimen. Otra razón es la de tranquilizar a los familiares de la víctimas. Parece que las muertes inexplicables son aún más dolorosas que las demás. Triste consuelo. En el fondo, no hay mucho que investigar. La versión final del suceso no distará mucho de lo que sabe hasta hoy. En última instancia, este es un episodio con el que la gente de Newtown tendrá que lidiar en la monotonía de su vida cotidiana, y que las familias destrozadas por la pérdida de un hijo tendrán que afrontar en la intimidad de un hogar desolado para siempre.

El poder de las armas de fuego

De todas las prioridades que Estados Unidos tiene para su futuro, una de las más urgentes, pero de la que no se habló en la reciente campaña electoral, es la del control de las armas de fuego, que causan más muertes en este país que ninguna de las guerras en que se ve envuelto. La matanza de ayer en Connecticut pone de nuevo ese asunto sobre la mesa, pero difícilmente producirá resultados distintos y más positivos a los de anteriores matanzas.

Desde Columbine, donde 12 niños y un profesor murieron en una escuela a manos de un pistolero en 1999, han ocurrido en EE UU 18 similares tiroteos indiscriminados con consecuencias mortales, cuatro más que en todo el resto del mundo. En el más sangriento de todos ellos, 34 jóvenes estudiantes fueron acribillados por uno de sus compañeros desequilibrado en la universidad de Virginia Tech en 2007.

Después de cada una de esas tragedias, algunas voces se alzaron para poner control a la venta libre de armas de fuego, pero en cada una de esas ocasiones se estrellaron con el muro del poderoso lobby que controla ese negocio, uno de los que más dinero aporta a las campañas políticas y que más capacidad de presión tiene sobre los miembros del Congreso.

Tanto en Columbine, como en Virginia Tech, como en otras matanzas de menos repercusión se comprobó que los asesinos solo pudieron cumplir sus siniestros planes porque antes accedieron fácilmente a las armas que necesitaban. En el caso de Connecticut, según los primeros datos, el pistolero actuó con cuatro armas distintas, todas ellas legalmente compradas.

Pese a eso, las normas para adquirir armas no solo no se han hecho más exigentes sino que se han reducido. Hoy es legal en algunos estados exhibir armas en lugares públicos o llevarlas cargadas en la guantera del coche. En lo que va de año, el sistema nacional que contabiliza el comercio de armas –National Instant Check System- ha detectado 16.800.000 ventas de armas, lo que supone prácticamente el doble de lo que se vendieron diez años antes. Si se tiene en cuanto que esa cifra no tiene en cuenta que cada transacción puede incluir un número casi ilimitado de piezas –desde un revolver a un fusil automático-, es fácil calcular el volumen del problema al que se enfrenta este país.

Los partidarios de las armas de fuego, que son una amplia mayoría en ambos partidos políticos y una mayoría también entre la población, justifican su posición en la defensa de la Segunda Enmienda de la Constitución norteamericana, que, efectivamente, garantiza el derecho a las armas, pero de forma suficientemente ambigua como para que varios expertos hayan expresado dudas de que ese texto proteja el desproporcionado comercio actual.

Haciendo un esfuerzo, puede entenderse esta afición a las armas por algunas particularidades de la historia y del estilo de vida de este país, donde millones de familias viven en zonas muy aisladas, lejos de la protección inmediata de las autoridades. Igualmente, esa inclinación a la autodefensa conecta con una sociedad individualista que no tiene confianza en el estado ni cree que éste tenga la obligación de protegerle.

Pero nada de eso es hoy suficiente para explicar un comercio de estas proporciones. Entre 2006 y 2011, solo la venta de escopetas de caza creció en un 30%. El año pasado, de los 14.000 asesinados en EE UU, 10.000 lo fueron por armas de fuego. Según datos oficiales, en 2009 hubo casi 600 muertos en accidentes causados por armas y casi 19.000 suicidios por el mismo medio.

Pese a todo, durante los primeros cuatro años de la Administración de Barack Obama no se ha pasado ni una sola ley relativa al control de las armas. El presidente ha sugerido algunas iniciativas al respecto para su segundo mandato, que no tienen muchas posibilidades de prosperar, pero que han sido suficientes como para que el vicepresidente de la Asociación Nacional del Rifle (NRA), Wayne LaPierre, alerte sobre la existencia de “un cerco contra la Segunda Enmienda”.

¡Papi, cómprame un Kalashnikov!

Aquí anexamos un link, de un documental realizado en 2008 por CNN en Kentucky en una convención de armas llamada Not Creek, el documental titulado ¡Papi, cómprame un Kalashnikov! Trata del problema existente en EEUU, donde las armas se encuentran al alcance de los niños en sus propios hogares. Los propios padres les regalan a sus hijos las últimas novedades en armas de fuego, como si se tratara de simples juguetes, niños que con tan sólo 4 años ya disparan las armas de sus padres y éstos se sienten verdaderamente orgullosos de ello.

http://www.youtube.com/watch?v=sW0aD42F9Dc