Embestida mediática contra Antorcha

Por Omar Carreón Abud


Embestida mediática contra Antorcha

La Crónica de Chihuahua
Agosto de 2011, 08:27 am

Me pronuncio completamente de acuerdo con quienes sostienen que las manifestaciones públicas de masas, como fenómeno político moderno, tienen muchos aspectos negativos. Por un lado, quienes participan en ellas, descuidan su trabajo, su casa, su familia, se agotan caminando; la mayoría de las veces, se asolean intensamente, muchas, se quedan sin comer, otras, se mojan con los aguaceros de la temporada y siempre gastan el poco dinero que tienen. Por otro lado, quienes las encuentran a su paso en la calle o tienen oficinas o negocios cerca de su ruta, sufren molestias, pérdida de tiempo y, también, por diferentes motivos, pérdida de dinero. Me pronuncio, por tanto, completamente de acuerdo con quienes sostienen que las marchas deben de ser evitadas.

¿Cómo extinguir, pues, de una vez por todas los graves trastornos a marchistas y no marchistas? De la misma forma en la que el hombre ha combatido desde tiempos inmemoriales los fenómenos naturales o sociales que le molestan o le dañan: exterminando radicalmente sus causas. A nadie verdaderamente interesado en las soluciones se le ocurriría recomendar combatir solamente las expresiones externas, visibles, de un fenómeno perjudicial, más aún, sólo un loco de remate, aceptaría como moneda de buena ley tales recetas. El chiste de aquél médico al que su paciente le dijo: “Doctor, me duele el brazo cuando lo muevo”, y el médico le contestó: “pues no lo mueva”, es sólo un chiste… afortunadamente.

¿Por qué, entonces, si tenemos políticos expertos que ahora entran en temporada alta de recomendarse a sí mismos como la solución ambulante a todos los males de la patria, el universo y sus alrededores, sólo se les ocurre exigir que se expida una ley que prohíba las marchas o que salga la policía a la calle a tundir a garrotazos a quien se atreva a participar en una movilización? ¿Por qué jamás hacen estos señores ninguna referencia a las causas de que toda esa gente esté dispuesta una y otra vez a afrontar las ingentes molestias y hasta los peligros de salir a la calle a realizar una marcha? ¿Son incapaces de analizar un fenómeno político cada vez más frecuente y cada vez más masivo? Nada de eso, no lo analizan en sus causas profundas ni proponen verdaderas soluciones porque no les conviene, esa es la verdad. La moderna ciencia social en manos de los señores del poder ha llegado a sus columnas de Hércules.

Nada de misterioso ni de oculto tienen las manifestaciones políticas de cada vez más ciudadanos inconformes. Es sencillísimo saberlo y entenderlo y, si de verdad se quiere acabar con ellas, hay que expulsar sus causas de la vida social. En la base del fenómeno se encuentra la pobreza escandalosa que azota a cada vez más mexicanos, el hecho craso de que no tienen trabajo, no tienen medicina, no tienen estudio ni futuro para sus hijos y su inconformidad se torna irritación y los empuja a salir a la calle cuando sus gobernantes les prometen una y otra vez la felicidad embotellada y en su vida diaria se encuentran con una realidad muy diferente a las promesas y a los spots oficiales. La gente sale a la calle a reclamar su derecho humano a una vida mejor, nada más.

Los antorchistas de varios estados de la república se han estado manifestando en la ciudad de México –y van a tener que seguir manifestándose- porque la Cámara de Diputados aprobó dinero para que las autoridades municipales, estatales y federales lo gastaran en obras para cientos de comunidades urbanas y rurales donde ellos habitan; consecuentemente, la Secretaría de Hacienda y Crédito Público que encabeza el precandidato presidencial Ernesto Cordero, debería haberlo entregado puntualmente pero, resulta que ya casi se termina el mes de agosto, y el dinero está secuestrado, no se entrega. ¿Qué hacer? ¿Qué hacer ante el hecho de que el poder ejecutivo ignora no sólo las decisiones soberanas de otro poder, el legislativo, sino ante el hecho de que le niega a la gente la inversión en obras indispensables con el dinero que la propia gente ha puesto en sus manos? ¿Qué hacer ante este indignante abuso? Pues protestar públicamente como lo autoriza la Constitución.

La autoridad, por su parte, se empecina en su agresión, no cede, no quiere resolver y no quiere que le reclamen. Para ello, echa mano de su arsenal de triquiñuelas. Empuja declarantes “respetables” que condenan a los marchistas y que se cuidan muy bien de explicar al público las causas que los orillan a la protesta. Destacan ahora en este trabajito miembros de la clase gobernante, diputados del PRD y del PAN, a quienes de por sí les encanta borrar sus diferencias programáticas cuando se trata de tomar el poder o conservarlo y, hasta el señor Marcelo Ebrard, se ofrece solícito a hacer el trabajo sucio para que cesen las manifestaciones populares que dañan la imagen de Ernesto Cordero. Esta es la verdad, que como bien se dice, no peca, pero incomoda.

Pero también, entre la variedad de armas represivas que usa la autoridad, se encuentran los conocidos “periodicazos”. Tocó el turno ahora a un tal Ignacio Alvarado tomar la primera línea en la guerra de excremento. El periódico El Universal le publicó a principios de esta semana un “reportaje” a plana entera en el que abundan las frases que nada prueban sobre la labor de Antorcha Campesina, tales como, “han documentado”, “presuntas ilegalidades”, “sostiene” fulano de tal (como si ese fulano de tal fuera la revelación divina), etc. Pero, sobre todo, el “reportaje” está fabricado acusando siempre de crímenes nefandos a toda la organización, a jóvenes y viejos, a hombres y mujeres, desde Chihuahua hasta Yucatán, no se trata, pues, de denunciar delincuentes, llevarlos ante la justicia y castigarlos, nada de eso, el “reportaje” no llena esos requisitos, se le asoma, pues, toda la cola de una embestida política para proteger y ocultar las fechorías de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público. Estamos, pues, ante una nueva edición de la guerra sucia mediática que ha enfrentado Antorcha Campesina desde su nacimiento. Ahora con viejas y gastadas tretas.