El último apache libre en Chihuahua fue una mujer

** “La india” es, hoy en día, toda una leyenda en Casas Grandes.


El último apache libre en Chihuahua fue una mujer

La Crónica de Chihuahua
Noviembre de 2011, 17:55 pm

Por Froilán Meza Rivera

Casas Grandes, Chih.- El último ejemplar de los apaches libres y combatientes en tierras de Chihuahua, fue capturado hace ya más de setenta años en las estribaciones de la Sierra Madre. Se trataba de una mujer que fue hecha esclava, vendida como esposa a un lugareño en Jovales, y quien desde entonces nunca emitió una sola palabra, en ánimo de una rebeldía hacia sus captores llevada al extremo.

“La india” es, hoy en día, toda una leyenda en Casas Grandes.

Todavía en los años cuarenta del siglo Veinte, la gente de la sierra hablaba de sorpresivos y ocasionales encuentros con los remanentes de bandas de apaches en descomposición. ¡Cincuenta años después de que el ejército mexicano expulsara a los últimos apaches de territorio chihuahuense, y a otro tanto de que se hubieron rendido en Estados Unidos los jefes de los últimos apaches rebeldes! Es que se sabe que, después de la muerte del capitán Juh, muchos apaches se desparramaron, y se remontaron a lugares inexpugnables que ellos conocían.

Eran los llamados “indios broncos”, muchos de los cuales lograron insertarse en comunidades rurales, sin manifestar su verdadero ascendiente étnico. Sólo unos pocos sobrevivientes a la debacle social que acabó con su pueblo, formaron pequeñas bandas itinerantes que se escondían y andaban desbalagadas en las montañas.

Por el rumbo de las sierras entre Madera y Casas Grandes, había en los años cuarenta un rumor no confirmado, de que una mujer india “salvaje” merodeaba la población de Jovales. La habían visto, decían, por la Mesa del Gavilán. Que andaba desnuda y montaba “a greña” un caballo igual de bronco que ella. La persiguieron dos individuos que decidieron cazarla.

Esta historia la cuenta Jorge Cordero Lurueña, estudioso de la vida y la historia de las etnias originales de estas tierras.

En un momento dado, los perseguidores acosaron a la mujer y la acorralaron, por lo que a ella sólo le quedó internarse en el hoy nombrado en su recuerdo como “el Pico de la India”. Subió y allá se escondió, pero uno de los cazadores se quedó ahí, al pie del pico, para vigilar que no se escapara, en tanto que el otro fue a pedir ayuda”.

Varios acudieron a participar en la captura de la india, e iban con la ilusión de obtener ganancia, porque ha de saber el lector todavía en aquellos años se usaba que los indios “broncos” que eran capturados, se vendían como esclavos a quien los quisiera adquirir.

Atada de pies y manos, fue llevada la mujer al poblado de Jovales, donde fue expuesta al morbo del pueblo. Nadie la podía tocar, y varios hombres que intentaron violarla resultaron golpeados y apartados de ella violentamente. Se les antojaba la mujer, decían, porque iba desnuda de la cintura para arriba, pero a fuerza de dentelladas, de rasguños y de patadas, nadie la pudo “domar”. La trataban como a un potro salvaje en corral.

“Hay que matarla”, decidieron al cabo de varios intentos fallidos por venderla, ya que nadie se interesaba en llevarla a su casa, dada su ferocidad. Pero en el último instante llegó al lugar el señor Francisco “Chico” Sandoval, y anunció que él se llevaría a la india con él. Algo sucedió en el interior de aquel salón cuando la mirada del hombre se cruzó con la de ella. De repente, el semblante de la mujer apache se distendió y se convirtió, de mueca de disgusto, en rostro sereno.

“Desamárrenla”, ordenó “Chico” Sandoval a los vendedores, al tiempo que depositaba las monedas de plata que habían pedido éstos a cambio de la esclava.

“No. Te va a matar. Es mejor que la ahorquemos en la plaza”, dijo uno de los cazadores. Pero ante la insistencia del comprador, terminaron por aflojar sus ataduras con mucha cautela. Todos los temores resultaron infundados porque, de la manera más dócil, la india apache se dejó llevar del brazo de aquel hombre que la quería de compañera en su propio hogar.

Francisco Sandoval la hizo su esposa y tuvo con ella varios hijos, que se sumaron a la escalerita con que el hombre contaba ya, porque era viudo. La india apache resultó una madre ejemplar no sólo para los propios hijos, sino para los hijos del viudo y de su difunta esposa, así como una buena esposa y ama de casa.

El único “pero” que le pusieron fue que nunca más volvió a hablar.

Cordero Lurueña refiere a un Martín Sandoval, quien es nieto vivo de la mujer apache. Y se sabe que otros nietos de ella y de don “Chico” viven hoy en día en Colorado.