El trovador, una digna puesta en Bellas Artes

**Muy digna puesta en escena en el recinto más importante de México, gracias sobre todo a un elenco sólido y a una bien dirigida orquesta al mando de Federico Santi.


El trovador, una digna puesta en Bellas Artes

La Crónica de Chihuahua
Junio de 2013, 19:19 pm

El Trovador (Il trovatore) es la primera obra en la era Ramón Vargas al frente de la Ópera de Bellas Artes como su Director Artístico, de la cual hasta el momento está saliendo bien librado; muy digna puesta en escena en el recinto más importante de México gracias sobre todo a un elenco sólido y a una bien dirigida orquesta al mando de Federico Santi. La dirección de escena, de Mario Espinosa, sin ser mala deja todavía que desear. La buena noticia es que el barco navega.

Ramón Vargas estuvo presente este domingo en Bellas Artes junto con su familia, pendiente de la buena marcha del espectáculo, ya que la lesión que sufriera en días pasados en una rodilla le impidió participar como cantante en el papel de Manrico y su lugar lo debió ocupar Walter Fraccaro, un tenor italiano de buena hechura al que Vargas recomendó ampliamente.

La del domingo 23 de junio fue la segunda función con un lleno total, señal de que el gran tenor mexicano empieza con el pie derecho como funcionario en esta difícil tarea que es la ópera, que algunos mexicanos se empeñan en hacer aún más difícil y apuestan por el fracaso del proyecto.

El trovador es una ópera sombría, un tanto triste y de extrema dificultad narrativa, de las más complicadas de Verdi (al igual que Simone Boccanegra) y que, no obstante, posee bellas melodías que la han hecho una de las favoritas del público. Es una ópera que requiere de cantantes de muy buen nivel. Al respecto, Enrico Caruso (Osborne, 2007) mencionó que todo lo que se necesitaba para una puesta en escena exitosa de Il trovatore era contar con “los cuatro mejores cantantes del mundo”.

Esta vez tuvimos en el escenario al tenor Walter Fraccaro (Manrico), a la soprano Joanna Paris (Leonora), a la mezzosoprano Edinéia de Oliveiras (Azucena) y al barítono Jorge Lagunes (Conde de Luna), sólo por mencionar los más importantes papeles.

Walter Fraccaro tiene una sólida trayectoria internacional, es un tenor que se maneja con soltura en el escenario y que hace gala de vena actoral y presencia; dominador del repertorio verdiano, de voz agradable, con atractivo timbre, con un buen manejo del legato y facilidad para los agudos.

De esto quedó constancia en su serenata “Deserto sulla terra” (“Solo en esta tierra”) y en los dúos y tercetos en los que intervino. Joanna Paris es una soprano elegante, que proyectó sobre el escenario a una Leonora convincente, un personaje que ama, que es leal y capaz de morir por amor.

Tiene una voz de ricos matices y buen manejo de su columna de aire. Su “Tacea la notte placida” (“Callaba la noche plácida”), lo mismo que “D’amor sull’ali rosee” (“En las rosadas alas del amor”) y “Miserere”, fueron formidables.

Edinéia de Oliveiras (Azucena) posee una voz oscura y recia personalidad, atributos apropiados para el papel de la gitana, quien encarna a un espíritu malvado; nos regaló una estupenda “Stride la vampa” (“Flamean las llamas”).

Jorge Lagunes es dueño de una voz potente, rotunda; además sabe pisar el escenario con aplomo y derrocha carisma. Su “Il balen del suo sorriso” (“La luz de su sonrisa”) resultó impresionante.

Todos los cantantes fueron muy bien recompensados con aplausos, pero Walter Fraccaro y Joanna Paris se repartieron las ovaciones más atronadoras de la noche. El coro trabajó bien, simplemente estuvo a la altura de las expectativas.

Dado lo intrincado de la narración, esta ópera debe contar con una muy hábil dirección escénica. Los nombres de las cuatro partes que la integran dan una clara idea de la trama: “Il duello” (“El duelo”), “La zingara” (“La gitana”), “Il figlio della zingara” (“El hijo de la gitana”) y “Il supplizio” (“La ejecución”).

Mario Espinosa (director escénico) hizo una extraña lectura de El trovador (cuya trama está nucleada por la venganza y el amor como sacrificio), del cual pretende ajustar con calzador conclusiones apocalípticas. Por eso la puesta en escena “se ubica en el futuro, después de que el mundo ya se ha extinguido” (su concepto de mundo es incorrecto). Visión que hace coincidir en el “futuro”: vestidos medievales, espadas, condes, brujas, uniformes de fuerzas especiales, en un lugar que no es la Tierra. Lo más raro es que todo termina en un choque planetario que Verdi no imaginó.