El modelo neoliberal convierte todo en mercancía

Por Abel Pérez Zamorano


El modelo neoliberal convierte todo en mercancía

La Crónica de Chihuahua
Febrero de 2016, 22:02 pm

(Abel Pérez Zamorano es un chihuahuense nacido en Témoris, Doctor en Desarrollo Económico por la London School of Economics, miembro del Sistema Nacional de Investigadores y profesor-investigador en la División de Ciencias Económico-administrativas de la Universidad Autónoma Chapingo.)

Aunque sea lugar común, vale recordar que el capitalismo es una sociedad productora de mercancías, obviamente, para su venta. Mercado y mercancías son dos categorías fundamentales de la economía de nuestro tiempo. Pero los fenómenos no surgen súbitamente en su forma acabada, sino que evolucionan desde situaciones embrionarias, y la transformación de los simples productos en mercancías es, también, un hecho histórico: ocurre progresivamente con el correr del tiempo; primero unas y luego otras, las creaciones del hombre adquieren esa calidad, y esta absorción por el mercado va indicando el desarrollo de la economía capitalista. Durante siglos la tierra estuvo casi excluida del mercado; poco se vendía y se compraba, pues era más bien fuente de poder, conservada celosamente por la aristocracia terrateniente. Antes, en la comunidad primitiva ni siquiera se había convertido en propiedad privada por lo que su venta era inconcebible: junto con los hombres formaba una unidad natural. En México durante la Reforma, específicamente con la Ley Lerdo de 1856, se planteó la necesidad de incorporar la tierra al mercado, intención frustrada por la Guerra de Reforma y la Intervención francesa. Así, no el mercado, sino el despojo fue lo que imperó. Pero paulatinamente, aunque con muchas restricciones y de manera irregular o mediante el arrendamiento, la tierra entra en el circuito mercantil.

Creaciones humanas como el conocimiento se han trocado también en mercancías, mas no en beneficio principalmente de los científicos creadores, quienes normalmente viven en condiciones muy modestas, sino de las grandes empresas que se apoderan de las innovaciones. Desde la escuela misma, los estudiantes son educados en la idea de que su conocimiento es una mercancía que vale y hay que saber venderla: “hay que saber venderse”, les dicen, lo más caro posible, so pena de incurrir en un desperdicio; inconcebible para este enfoque mercantilista sería el compartir el conocimiento, incorporarlo al patrimonio social, al servicio de la colectividad. Como se ve, los grandes intereses sociales no cuentan, no obstante que es la sociedad la que sostiene las universidades. A su vez, los llamados derechos de propiedad intelectual se salvaguardan en la ley, supuestamente para asegurar al científico la recompensa a sus esfuerzos, pero en realidad para garantizar a las grandes empresas su uso monopólico durante mucho tiempo, es decir, el derecho exclusivo de producir un bien, medicinas, por ejemplo, y con poder de monopolio fijar precios en detrimento del bienestar social. Durante miles de años la fuerza de trabajo, la energía de los trabajadores, no fue mercancía; en el esclavismo y el feudalismo no se intercambiaba por un salario porque esclavos y siervos no eran sus dueños: pertenecía, con la corporeidad del trabajador, al terrateniente. Será precisamente su transformación en mercancía, ya como propiedad del trabajador libre, la característica de la sociedad actual.

Analizando el fenómeno en su devenir, vemos que en el capitalismo incipiente perduran aún muchos servicios o bienes que escapan al pantagruélico afán devorador del mercado. Pero ya en su fase madura la celeridad con que todo se vuelve mercancía es vertiginosa: el capital, cual rey Midas, convierte en oro cuanto toca, y le quita su esencia de satisfactor de necesidades; maravillosa alquimia moderna que trueca las cosas más disímbolas en el metal dorado, en valor puro. El neoliberalismo es precisamente el paso más violento y avasallador del capitalismo hacia su forma plena, y por lo tanto, agotada. Cosas que antes se tenían por indispensables, derechos humanos básicos y cuya dotación era creada individualmente por los propios productores, o en casos más complejos por el Estado, en el nuevo modelo han sido transformados en mercancías y ya no pueden crearse directamente o ser recibidos como beneficio social; esto último fue convertido en un atavismo al que peyorativamente se llama populismo y paternalismo, fomento del parasitismo y la indolencia. Antes, el Estado asumía, ciertamente en forma limitada, la función tutelar de velar por la salud social, y para ello, sobre todo en el período del “Estado de bienestar” creó instituciones como el ISSSTE y el IMSS y las ubicó en todo el país; con el neoliberalismo el Estado se desentiende más y más de esa tarea y abandona las instituciones hospitalarias públicas hasta dejarlas en su ruinoso estado actual, y así abre espacio y crea “oportunidades de negocios” para que el sector privado ofrezca el servicio, claro, como mercancía.

Igual sucede con la educación. Las escuelas públicas se han abandonado con arreglo a una estrategia económica, deteriorando su calidad a niveles ínfimos, hasta prácticamente inutilizar buena parte de las escuelas, empujando así a las familias a buscar en las instituciones privadas la alternativa forzosa para que sus hijos encuentren una mejor educación, claro quienes tienen para pagar. El deporte está completamente dominado por el mercado y ha perdido su calidad de satisfactor y derecho humano. Igual ocurrió con el mandato constitucional de una vivienda digna para cada familia, convertido en letra muerta, responsabilidad trasladada a las desarrolladoras de vivienda, que ofrecen remedos de casas “de interés social”, como Mefistófeles, a cambio del alma de los pobres que caen en sus garras. En resumen, con el neoliberalismo el Estado renunció a su responsabilidad de velar por el bienestar social y pasó a ser un simple protector de las empresas. Ya no hubo dinero para atender necesidades e instituciones básicas, aunque, eso sí, la gente siguió pagando impuestos.

Un último ejemplo. En el campo, principalmente desde el cardenismo casi todos los agrónomos eran contratados por el Estado y enviados a realizar extensionismo agrícola a los poblados más apartados, con los campesinos más humildes y sin educación para ofrecerles asesoría técnica gratuita. Con el neoliberalismo, esta fundamental tarea fue delegada a empresas consultoras privadas, prestadores de servicios profesionales, que cobran en grande por aconsejar a los agricultores, fundamentalmente a grandes empresarios capaces de pagar por el servicio. Se ha limitado al mínimo la contratación de científicos de la agricultura y se deja en el abandono a los productores pequeños incapaces de pagar asesoría privada.
Los anteriores son sólo ejemplos de cómo el modelo convierte todo en mercancía en detrimento del bienestar social, guiado por el fundamentalismo de mercado que inspira las políticas públicas, para el cual la ley de la oferta y la demanda, las “fuerzas del mercado”, determinan cantidad y precio de lo que se ofrece y se adquiere, y el consumo social. El gran problema es que la mercantilización total excluye a quienes no tienen para pagar, toda vez que el acceso a los satisfactores es posible sólo a través del mercado, dominado además por estructuras monopólicas con poder para fijar precios y cantidades ofrecidas, con el agravante adicional de una reducción de los salarios reales. Asimismo, el modelo neoliberal ha ocasionado que cada día en nuevos sectores los corporativos extranjeros se adueñen de la oferta y que el aparato productivo caiga bajo control de las grandes empresas globales, con la consiguiente pérdida de soberanía económica, y política. Una vez absorbida por el mercado, la producción y el mercadeo pasan inexorablemente a ser dominadas por las empresas más grandes, capitalizadas y competitivas, o con más respaldo político desde los grandes centros de poder mundial.