El horror nuestro de cada día (XXXI)

SUFRIENTES FANTASMAS DEL HIELO


El horror nuestro de cada día (XXXI)

La Crónica de Chihuahua
Enero de 2011, 21:17 pm

Froilán Meza Rivera

Los susurros y los toquidos a media noche, que se producían en períodos de plena calma, irrumpían en nuestros nervios y en los ánimos. Y terminaban por sumergirnos en una especie de poza profunda de miedo permanente.

Era harto frecuente, casi cotidiano, el hecho repetido de que en horas en que ya no estaba el personal administrativo, de adentro de la oficina nos tocaran la puerta. Yo me fui, como se dice, con la finta, la primera vez que escuché los dichosos toques en la madera. Ya iba a abrir la oficina con las llaves que guardaba el velador, pensando en que quizás alguien hubiera dejado encerrada a la secretaria sin querer... pero don Panchito me detuvo.

“¡No, joven! ¡No abra, véngase, aléjese de esa puerta, ni se le ocurra abrir a estas horas!” Me dijo el viejo que eran los fantasmas del hielo, y que él ya tenía muchos años oyéndolos y viéndolos incluso.

Pero había más.

De los dos cuartos fríos, en las noches, salían de repente inexplicables ráfagas de viento frío que agitaban hacia fuera las tiras de las cortinas plásticas. Y fuertes golpes que no producía ningún ser vivo conocido. En la fábrica de hielo Del Desierto, en la calle Nogal de la colonia Las Granjas, sufrí yo un largo período de terror que sólo terminó cuando renuncié a mi empleo ahí. Supongo que los fantasmas que me persiguieron a mí y a mis compañeros, continúan atemorizando a los que quedaron y a los nuevos, porque no veo razón para que no lo sigan haciendo.

“Escuche bien, joven —me atraía don Panchito al exterior, donde nos sentábamos en la seguridad de unas piedras junto al arroyo—, escuche lo que le voy a decir”. Y me contaba el anciano velador que a él en una ocasión se le apareció uno de aquellos fantasmas, y que él le vio cara de sufrimiento.

Esos relatos me parecieron tétricos, fúnebres incluso, porque me los revelaba ahí, en el paisaje siniestro de aquel arroyo que corre en dirección sesgada a la avenida Vallarta.

Proseguía: “Era una cara de tristeza, se veía que estaba sufriendo... yo no le puedo decir si en vida fue ése un joven o un viejo, porque la aparición fue muy borrosa, pero sí le digo que era un rostro de alguien que sufría”. Acto seguido, en cuanto el viejo tuvo al espectro borroso frente a sí, en medio de la neblina de los vapores que salían del cuarto frío, éste le extendió una mano. “Y me dijo algo que no alcancé a comprender, porque hablaba como si tuviera hinchada la lengua, o como cuando, usted sabe, alguien anda borracho”.

Era definitivamente una súplica lo que le dirigía el espectral sujeto al velador, aunque éste nunca entendió qué era lo que deseaba de él aquel ser de ultratumba. “Se me desaparecía de repente, y de repente se me aparecía también, casi siempre detrás de uno de los camiones y adelante de los cuartos fríos”.

Así me relataba el abuelo sus experiencias, pero yo tuve las mías propias.

Además de los toquidos, en una ocasión en que ya nos íbamos, escuchamos el ruido inconfundible de cuando se apagan los motores del hielo.

Eran tres motores, correspondientes a cada uno de los cuartos fríos en donde se cuajaba el producto, y como no podíamos dejarlos apagados, regresamos al tablero de control. Se debía encender uno por uno, y así lo hicimos, pero cuando ya nos retirábamos por segunda vez, volvieron a apagarse los motores. Debo explicar que el apagado se podía hacer sólo manual, levantando la palanca de la corriente, y eso era lo inexplicable:

¿Quién o qué fuerza era la que levantaba las tres palancas?

“Son los fantasmas”, me respondió Cuco mi compañero. Por fin nos pudimos ir, una vez que reencendimos los motores del hielo y que esperamos un rato para estar seguros de que así se iban a quedar.

A todos ahí en el Hielo del Desierto nos tocó, y supongo que les sigue tocando, lidiar con las apariciones visuales de un hombre, de un niño y de una mujer, así como con los toquidos que llegan de adentro de la oficina, de los cuartos fríos, y con los murmullos y susurros que invaden todo el lugar en la noche, antes de que se vaya todo el personal.

Son los sufrientes fantasmas del hielo, atrapados en este lugar, y quienes, según la gente que vive en la ribera del arroyo La Galera, se trata de personas que han perecido ahogadas en las aguas crecidas que, en ciertas temporadas de aguas, cobra la vida de alguna víctima.