El horror nuestro de cada día (XXII)

LA LEYENDA DEL JOROBADO DE TIERRAS NUEVAS


El horror nuestro de cada día (XXII)

La Crónica de Chihuahua
Diciembre de 2010, 19:01 pm

Por Froilán Meza Rivera

Ojinaga— En la celda donde “se suicidó” el jorobado, nunca encierran a nadie. Es curioso que, aunque los fines de semana se llene la prisión preventiva de la ciudad de Ojinaga, la celda número 1 se encuentra permanentemente vacía.

Ahí alguien colocó una sábana blanca colgando, como fantasma, y así es como la ven los detenidos y los propios guardias, como un fantasma silencioso en una celda silenciosa... ¿Por qué? El jorobado era un matón de alta peligrosidad, muy malvado por añadidura, y a más de 60 años de su muerte continúa aterrorizando a los ojinaguenses, y aquéllos que caen en la cárcel municipal se rehúsan a compartir el encierro con un fantasma maldito...

Aseguran los custodios y los policías, que en el pasado, quienes fueron encerrados en la celda del jorobado, fueron estrangulados, y se sabe que por lo menos dos personas estuvieron a punto de perecer por asfixia, cuando sintieron que unas garras les apretaban fuertemente el cuello.

En la administración municipal de Octavio Ramos Carrasco (1942-1943), el jorobado “se suicidó”, curiosamente colgándose del cuello con un alambre que “amarró” al techo mientras tenía las manos atadas a la espalda. ¿Quién lo hubiera creído?
Francisco Chávez, el jorobado, llegó a la región de Ojinaga en 1939. Venía huyendo de los Rangers de Texas, quienes le seguían los pasos por no se sabe qué faltas o delitos. Se pasó, pues, de este lado de la frontera, y le gustó para quedarse en un ranchito en Tierras Nuevas. Francisco Chávez continuó de malhechor, y aparte de ser asaltante, cuatrero y robavacas, acá nunca le faltaron trabajos de matón a sueldo.

En Cuchillo Parado, en Coyame, en San Antonio, Pilares, La Esmeralda, en todas partes mató gente, golpeó, amedrentó y robó. Sus tropelías robando vacas, hicieron leyenda. Era el jorobado hombre de figura encorvada, de mirada fría, y cuentan que los brazos le caían hasta que le rozaban las rodillas.

Traficaba por senderos de La Loma de la Juliana, según me platicaba don Roque Hermosillo.

Dicen que siempre traía lista su escuadra 45, nomás para desenfundar y matar, que era un rayo para manejarla, y en sus tiempos se especulaba que había hecho cinco muescas en el pavón de la pistola, aunque cinco se les hacían muy pocas rayas... Le gente le llevaba la contabilidad: Había matado a Tomás Salazar en las afueras de La Esmeralda; asesinó, dicen que por encargo, a su compañero de correrías y cómplice, Justo Martínez, con quien pasaba becerros y animales con los gringos.

Pero tenía el jorobado una lista de los enemigos que le faltaba despachar al otro mundo: iba a matar a Francisco Jiménez, a Paz Luján, Anastasio Baeza, Toribio Molinar, Antonio Corrales, y a otros.

Previo a que se le terminaran las andanzas al jorobado, dicen que Justo tuvo un altercado con un gringo por problemas del contrabando de animales robados, y que este gringo recurrió precisamente a su compañero Francisco Chávez el jorobado, para que lo asesinara.

El día que mató a su compadre Justo por el rumbo de La Juliana, llegó el jorobado a la cantina de Gonzalo Muñoz, fanfarroneando con que “vengo de matar a un cabrón”. La gente ya lo sabía, y la noticia ya estaba en boca de todos. A esa hora no había clientes en la cantina, sólo estaba ahí Ceferino Alvarado, policía que andaba de civil en su día de descanso. En un descuido, Ceferino tumbó al homicida y lo inmovilizó en el suelo, gritando en seguida al cantinero para que fuera “de volada” a dar aviso a la Comandancia.

Por la noche, cuando llegó al pueblo el presidente municipal, quien andaba fuera, le informó el comandante que ahí tenían al jorobado porque se acababa de despachar a un cristiano. Pero había algo más: cuando lo registraron le encontraron entre las ropas una lista de personas a las que tenía pendiente matar, así como otras a las que ya había victimado, y a éstas ya las había palomeado. En la lista del cuatrero, abigeo, ladrón y asesino, estaba nada más y nada menos que el alcalde de Ojinaga Octavio Ramos, aunque todavía no tenía su palomita.

Al otro día, el jorobado amaneció “ahorcado por propia mano” en su celda, “suicidado” con un alambre en el pescuezo, curiosamente con las manos atadas a la espalda.

Y ahí nació la leyenda negra del fantasma de la celda número 1.