El horror nuestro de cada día (XIV)

¿QUÉ HACÍAIS EN EL PANTEÓN A LA MEDIA NOCHE?


El horror nuestro de cada día (XIV)

La Crónica de Chihuahua
Diciembre de 2010, 18:33 pm

Por Froilán Meza Rivera

¿Qué hacíais en el panteón a la media noche? ¿Acaso os atrajo el espíritu del general vestido con traje de gala, que dicen que tienta a la gente a la orilla de la carretera con la promesa de llenarla de oro?

¿Os atrajo, por ventura, la mujer de blanco, quien de dama seductora e irresistible, termina mostrándose ante el galán improvisado, como un esperpéntico cadáver a medio momificar?

¿Y qué es eso que habéis obtenido en las fotos? ¿Qué son esos ojos brillantes que se mueven en pares por detrás del hombre del sombrerito?

La respuesta es muy sencilla. Fuimos al panteón de Santa Eulalia, a la media noche, en busca de algo menos misterioso. Acudimos allá, con cámara de visión infrarroja, película de grano muy grueso, y reflectores de flashes poderosos, para atrapar, en fotografía, a las aves menos conocidas y menos comprendidas de la región, a los chotacabras.

Un chotacabras es, literalmente, un chupacabras (goat suckers, les llaman en inglés), pero como dije antes, es un ave incomprendida. Tanto su nombre común como el científico, caprimulgus, hacen referencia a una falsa creencia que decía que chupaban la leche de las ubres de las cabras. La preferencia por cazar insectos cerca de zonas con ganado debió propiciar que se las asociara con dichas prácticas tan alejadas de la realidad. Hasta las leyendas negras acompañan tanto a chotacabras como rapaces nocturnas.

Sin embargo, aquí ni siquiera se les conoce, o se les confunde frecuentemente con los búhos.

Pues esa fue la razón por la que nos presentamos de noche en el panteón de Santa Eulalia.

Nos colocamos en dos equipos, con cámaras y potentes flashes listos para registrar toda actividad nocturna en el aire. Todo movimiento activaría de manera automática el equipo de filmación y de fotografía, pero de hecho no hubo en ningún momento de la noche, animal alguno que activara el mecanismo. Tan solo una lechucita, pequeña y de color claro, voló desde su hueco en una barda de adobes.

En un momento dado, Mauricio se situó frente a la cámara, para comprobar que servía el sensor automático de movimiento, y sí, en efecto, todo se activó en cuanto el técnico pasó por el frente. Ésa fue la secuencia fotográfica en la que obtuvimos las luces misteriosas.

“Aquellas del fondo, las pequeñitas que se mueven en diagonal y que desaparecen en seguida, son sin duda las luces de un automóvil que salió de una brecha y tomó el camino del cementerio, pero que desapareció en el recodo por el que se va al basurero”. Así lo diagnosticó el mismo Mauricio al día siguiente en nuestro laboratorio.

“Pero éstas no son luces, son brillos de luz en un par de ojos... mira bien: al ampliar la imagen, y manipulando la claridad al extremo, se aprecia que es el cuerpo de un ser humano, la silueta de una persona, con sus ojos reflejando la luz del flash”.

El misterio se elevó a su máximo, cuando obtuvimos en la computadora un patrón del movimiento de la “persona” que se movió a espaldas del técnico en la fotosecuencia. La trayectoria resultó ser una curva que empezó a treinta metros de distancia, que se acercó a metro y medio del ingeniero y que subió bruscamente a la derecha de la cámara para perderse en el cielo.

Todos nos preguntamos: ¿Qué fue eso que tenemos en las imágenes? ¿Un fantasma? En efecto, un fantasma, una de las muchas apariciones de las que hablan las leyendas y los cuentos en el viejo pueblo minero de Santa Eulalia.