El horror nuestro de cada día (XII)

SANGRE EN LA PIEDRA MOLIDA


El horror nuestro de cada día (XII)

La Crónica de Chihuahua
Diciembre de 2010, 19:56 pm

Froilán Meza Rivera

Un velador fue el primero que vio la figura aquella, impensable en las alturas, increíble a tales horas, erguida en la pasarela y a un lado del barandal, allá en la boca de la tolva.

Recreando la atmósfera de aquella primera vez, hay que decir que se trataba de una de esas noches de luna en creciente, ni tan luminosas ni brillantes, ni tan sombrías.

Era la silueta de un hombre que se recortaba negra contra el resplandor del viejo satélite plateado, a veinte metros sobre el suelo. De eso hace ya casi veinte años, y don Rosendo recuerda que la empresa de materiales triturados para construcción, estaba “en la merita orilla”, donde no había nada más que llanos llenos de hierba, arroyos pedregosos y vacas pastando. “No que ahora, que por un lado están esos fraccionamientos de Los Minerales, y por el otro la colonia ésa que le llaman ‘cartolandia’, de casitas bien jodidas”. Se refiere el anciano velador a la colonia Ampliación Nuevo Triunfo.

La mencionada torre es la estructura metálica elevada de un molino de piedra, que recibe los materiales que le llegan con una banda y que caen en la tolva en la parte más alta, desde donde se precipitan a un recipiente en la parte media Este recipiente es propiamente el molino triturador que, accionado por motores poderosos, mueve una especie de eje de metal que quiebra la piedra contra las paredes también metálicas. El producto: gravilla, granzón y otros, caen por gravedad.

La torre tiene acceso por una escalera que zigzaguea hasta la cumbre, y allá cuenta con un barandal para protección de los obreros que suben para supervisar la caída de la materia prima.

Pues allá en las alturas, la figura misteriosa llenó de asombro al velador, aquella noche. “Yo le grité: que quién era, que se identificara, que se bajara de ahí, le decía yo... que era propiedad privada, pero la mera verdad, ni yo hubiera querido que se bajara para no enfrentarlo, ni él parecía que escuchara nada de lo que yo le decía”.

Don Rosendo no le quitaba la vista de encima, intrigado inicialmente, y aterrado después. “Y no que yo me sintiera mal porque se pudiera enterar el patrón... yo estaba seguro de que en ningún momento había descuidado la vigilancia... si yo no voy a dormir al trabajo, yo voy a vigilar, a velar, como buen velador”.

Y sucedió entonces.

“Pero yo creo que fue en un parpadeo cuando lo perdí. Solamente que se dejó de ver, y nunca bajó... es como si hubiera desaparecido... ahí yo me tranquilicé, ya que no tenía entonces que enfrentar la furia del patrón, porque sólo se trataba de un fantasma”.

En otra ocasión, en invierno, todavía no oscurecía, cuando uno de los obreros distinguió la misma silueta de un hombre parado en el barandal allá arriba. Pero aquél, que era un trabajador joven y ágil, subió corriendo por la escalerilla cuando el de arriba no hizo caso a sus gritos. Subía con la intención de traerse de las greñas al transgresor, que él suponía que era algún mocoso vago.

Pero cuando llegó al barandal, ya no encontró nada ni a nadie.

Pronto se propagó el rumor de que había un espectro fantasmal. El fantasma de la torre, le llamaron los trabajadores, y un día recibieron una suerte de explicación de parte de su supervisor, un ingeniero civil al que ellos apodaban “el silente” porque era excesivamente parco para hablar.

Los reunió en la oficinita a todos, y les dijo el ingeniero: “Ése que han visto ustedes, yo lo veo todos los días desde hace muchos años... era mi amigo y trabajaba aquí como todos nosotros, pero en una ocasión en que subió a colocar una lámpara nueva, tuvo un accidente cuando perforaba el fierro para anclar la lámpara... pisó mal y se enredó los pies en el cable del taladro... cayó a la tolva en un momento en que estaba andando el molino, y no quedó nada de él... sólo una parte del granzón salió abajo, pintado de rojo con la sangre de mi amigo”.

A todos invadió una repentina y profunda tristeza porque se imaginaron a ellos mismos cayendo a la tolva por un accidente como aquél, algo que nadie podía descartar que volviera a suceder.

Desde entonces, aquellos obreros miraron con otros ojos a la figura y la sombra sobre la torre.