El horror nuestro de cada día (XCV)

LAS ALMAS TIERNAS DEL PINABETE


El horror nuestro de cada día (XCV)

La Crónica de Chihuahua
Marzo de 2011, 21:00 pm

Por Froilán Meza Rivera

Rosales, Chih.— Rosalinda vio venir el bulto y apenas alcanzó a esquivar el golpe. El susto tremendo que sintió por esta agresión, le arrancó un grito estridente, agudo, que atrajo a todos los demás en el campamento. Aquella sombra le pasó rozando y se perdió entre la arboleda del otro lado del senderito.

“¡Aaaaaaaahhh!”

La desagradable vocalización parecía no terminar. Todavía gritaba ella, pataleaba en el suelo, presa de un evidente ataque de nervios, cuando llegaron sus compañeros y, sin atreverse a tocarla ni a encararla, éstos sólo la rodearon, expectantes.

Cuando la vieron un poco menos alterada, Adán su esposo y la hermana de él la tomaron en los brazos y la ayudaron a levantarse del suelo polvoso.

“Rosalinda, ¿qué pasó? ¿qué tienes? ¿Por qué gritabas así?”

“Rosita, nos asustaste tanto, ¿te salió algo, un animal?”

Con la voz todavía alterada y con palabras entrecortadas, la mujer contó el suceso que la tenía así. “Son los niños del pinabete, son ellos, yo los vi”.

¿Los niños del pinabete? ¿Qué, es que no se trata sólo de una leyenda de los vagos del rumbo? Así se preguntaron los presentes.

Ya más tranquila, pudo expresarse. Dijo a sus amigos y esposo que salió ella a caminar por la vereda que lleva al río bordeando las nogaleras, y que al llegar a la cortina de árboles en el filo de las tierras, reconoció el paraje. “Fui a salir exactamente a los pinabetes donde dicen que están enterrados los fetitos y los niños que murieron al nacer... lo reconocí por los letreros que están grabados en los troncos”.

El grupo de Rosalinda, sus familiares y amigos, se encontraba en esos momentos pasando la noche en una especie de fiesta a la que los invitó el dueño de la huerta de nogales.

Todos conocían la leyenda del “pinabete de los fetitos”.

Se relataba en el pueblo que un par de mujeres con fama de brujas, llegaron a esta villa en los años cuarenta del siglo Veinte. Las lenguas largas aseguraban que una de ellas se embarazó de un lugareño casado, y que tuvo un hijo de él pero que lo perdió y lo fue a enterrar al pie de uno de aquellos árboles que la gente conoce en esta región como pinabetes. Un pinabete es lo mismo que el pino salado de las Californias, y su nombre técnico es tamarisco o tamárix.

Es fama que los pinabetes pueden crecer en suelos salados, de ahí su otro nombre de “pino salado”. Y es fama también de que atraen a las brujas, no se dice por qué.

El caso es que la otra mujer también se embarazó un poco después que su compañera, pero abortó. El segundo cuerpecito fue llevado al mismo lugar que el del otro niño, al pie de aquel pinabete.

El lugar quedó marcado por la tradición como maldito, y se cuenta con insistencia que allá van las mujeres que no pueden concebir, para pedirle favores a los espíritus de los niñitos que nunca nacieron o que murieron al ver la luz.

Durante muchos años, todos los bebés malogrados, cada accidente que mató a un feto, se dice aquí, llevaba a las adoloridas madres al sitio marcado, donde se entregaban a curiosos rituales diseñados, se dice también, por las brujas para evitar que en futuros embarazos murieran los niños.

Esa connotación era propia del pinabete de los fetitos.

Pero la gente comenzó a ver cosas allá: alguno sintió que al pasar por el sitio le jalaron los cabellos; otro aseguró que de la tierra, que es la supuesta tumba de los niños fallecidos, salían chorros de sangre. Alguien más relató que un bulto negro que salía del tronco del pinabete, lo había envuelto y lo trató de asfixiar.

“Yo no lo creía, pero ahora sé que este lugar está maldito y que estas pobres almitas de los niños están atrapadas por algún espíritu maligno”, le dijo Rosalinda a su marido al día siguiente del incidente, mientras le informaba que había abortado de un embarazo del que el marido nada supo hasta ese momento.