El horror nuestro de cada día (V)

EL NIÑO QUE SE PERDIÓ EN EL MONTE


El horror nuestro de cada día (V)

La Crónica de Chihuahua
Noviembre de 2010, 21:11 pm

Por Froilán Meza Rivera

Por encima del chirrido de su carreta y del traquetear de las ruedas contra las piedras del camino, don Ventura escuchó una vocecita que le llamaba: "¡Llévame contigo!"

Paró la marcha, volteó hacia los pinos, se incorporó en el pescante y esperó, pero nadie aparecía.

"Lo imaginé", se dijo, y reemprendió su camino.

Pero apenas había recorrido unos 50 metros, y de nuevo: "¡Llévame contigo!" El mismo pedido en la voz de un niño, claramente articulada.

A pararse de nuevo y a esperar, pero otra vez la ausencia del niño invisible. Tres veces más el hombre escuchó el "¡Llévame contigo!", pero igual nadie se apareció.

Y a Ventura se le terminó el camino en el pueblo y acabó sentado en la cocina de la casa de adobes, donde entre sorbos a su café, contó a su hermana el extraño episodio que lo inquietó al regreso de recoger leña.

La mujer, sin dudarlo, dijo a su hermano mayor: "¡Fue el niño que se perdió en el monte!"

Al viejo minero le vino entonces a la memoria el caso más trágico y angustioso que hubieran vivido los pobladores de Sierra Mojada en toda su historia. Don Ventura enfermó de la impresión y así estuvo varios meses, sin levantarse de la cama, triste, conmocionado.

LA HISTORIA DEL NIÑO PERDIDO

Pero ¿qué historia era aquélla del niño que se perdió en el monte?

Apenas tres años antes de la enfermedad de don Ventura, vivió en Sierra Mojada un señor, ya viejito, que pastaba unas chivas y unos burros que la gente ponía bajo su cuidado. Este señor, quien gozaba de la aceptación general de los lugareños por su bonhomía, buen humor y por su carácter responsable, se había ganado también el cariño de una familia que vivía junto a su jacalito.

Un chamaquito de esta familia, quien tenía unos 7 años, solía acompañar al pastor mientras cuidaba del ganado. Y aquella tarde lo llevó consigo a petición de la madre del niño, quien se ausentó para cumplir una diligencia en el pueblo.

A eso de las 5, el cielo se oscureció con una serie de nubes rápidas que invadieron la atmósfera, y al mismo tiempo sopló un vendaval salpicado de gotitas de una lluvia inminente. Ante el arribo repentino del mal tiempo, el viejito decidió llevar los animalitos a resguardo, y empezó a juntarlos.

Pero una partida de chivas se había alejado mucho del rebaño, y el viejo dijo al niño: "Tú vete al corral con estos animales, vete por el camino, no te detengas por nada y yo te alcanzo al rato, déjame juntar aquellas chivas".

El hombre salió en pos de las cabras, en tanto que el chaval emprendió la bajada por la vereda, con las ráfagas de lluvia azotándole el rostro y queriéndole arrebatar el sombrerito.

Aquello era ya declaradamente una tormenta, con vientos y remolinos, y el cielo estaba cubierto con espesa capa de negras nubes.

En eso, dos chivitas, asustadas, se le desbalagaron al muchacho, y éste salió a perseguirlas. Cuando el viejo llegó al rancho, la madre y el padre del muchachito estaban ya esperándolos, y al preguntar el pastor por su ayudante, todos cayeron en la cuenta de que se pudo haber extraviado.

Esa noche, y los siguientes días, muchas personas del pueblo salieron en partidas organizadas a la búsqueda del niño perdido.

Todos, sin excepción, culpaban al viejo pastor de la desgracia que ya intuían.

Cuando, al cabo de siete días, la esperanza sólo se conservaba en los padres y en el viejo culpado, éste encontró un rastro. Iba el pastor oteando en busca del niño, cuando a lo lejos creyó oír el ladrido de un perrito, tan débil, que dudó si había sido real. Aguzó los sentidos y, en efecto, allá, dentro de un hueco en el tronco de un añoso y rotorcido encino, yacían el niño y su perrito.

Ambos estaban vivos, pero débiles después de una semana sin comida y sin líquido. El padre cogió al desfallecido infante en sus brazos, y éste les contó con su vocecilla apagada, que la tormenta lo había sorprendido después de que desobedeció la orden del pastor de irse derecho al corral.

Por esta declaración del muchachito, el viejo se sintió aliviado de la culpa que todos echaron en su espalda.

Pero en ese momento a todos se les cayó el mundo encima, porque a la madre se le ocurrió dar tragos de agua al deshidratado chamaco, quien murió de shock a consecuencia del exceso de líquido. Todos sabían, menos ella, que se le debieron suministrar sólo pequeños sorbitos.

Desde entonces, más de un arriero asegura haber escuchado en el monte, una vocecita que clamaba: "¡Llévame contigo!".

"¡Lévame contigo!", siguen oyendo los caminantes en Sierra Mojada, Coahuila.