El horror nuestro de cada día (No. 202)

BOLAS DE LUMBRE Y LECHUZAS


El horror nuestro de cada día (No. 202)

La Crónica de Chihuahua
Septiembre de 2014, 23:57 pm

Por Froilán Meza Rivera

Tanto repetía aquella joven mujer la descripción de las apariciones que estaba viendo, que las gentes del ranchito terminaron por creérselas, y se hablaba ya de que en los ranchos de las inmediaciones veían también pasar “bolas de lumbre” y lechuzas que terminaban por aterrizar acá.

Esto sucedió en el caserío que quedaba en frente de Las Merceditas, donde vivíamos nosotros, allá por 1958. Para más señas, eran éstas unas tierras privilegiadas que se utilizaban para el cultivo de la vid, cuando en Delicias se hacían no sólo vinos, sino buenos vinos. Estábamos en lo que hoy en día son la planta Termoeléctrica y las colonias circundantes.

Jesús, el hijo de don Guillermo “El Peludo”, se había “robado” una muchacha (así se acostumbraba cuando el novio era pobre, para acelerar el casamiento), una tal Rómula. Era ésta una chavala de carácter difícil, caprichosa y chillona, que le trajo al tal Jesús muchos quebraderos de cabeza, y a la comunidad la puso, como dicen, “a parir chayotes” con una serie de historias espeluznantes.

Resulta que la mujer de Jesús hacía un berrinche cada vez que el marido se iba a jugar cartas a la tienda. Y no es que el muchacho se fuera a gastar el salario allá, porque no jugaban con dinero sino con frijolitos, sino que salía a las cinco de la labor, y como en verano anochece hasta casi las ocho y media de la noche, a él la parecía muy buena hora para recrearse.

Al principio, Rómula se tragaba el coraje, y le reclamaba al esposo al llegar éste al rancho, pero después lo que hacía era que comenzaba a gritar como loca hasta que llegaban las gentes del rancho, y entonces les decía, con la vista perdida, que tuvieran cuidado con las “brujas”, con las “bolas de lumbre” y las “lechuzas” que ella veía.
Beto, el cuñado de la muchacha, hermano menor de Jesús la catalogó públicamente de “¡Pinche vieja loca!”, y se lo dijo en su cara, para luego alejarse al patio. Las señoras se le quedaron viendo y, dudando de lo que ella decía, echaron un vistazo alrededor, pero no vieron nada.

Cada tarde, correspondiendo a las veces en que el Chuy se ausentaba para jugar con sus amigos, la Rómula salía con gritos similares a los que ya tenía acostumbrados a sus parientes y vecinos. “¡Aquí estás las brujas, las bolas de lumbre, las lechuzas!” “¡Cuidado, gentes, que se va a quemar aquel jacalito!”

La tal Rómula se quedaba largo rato gesticulando, señalando con la mano la trayectoria de aquellas pretendidas bolas de lumbre, o bien, se plantaba debajo de un nogal gigantesco que había entre los dos ranchitos, y dirigía la vista hacia las ramas, donde había, según su dicho, un nido de lechuzas.

¡Cuánto influyó este espectáculo cotidiano en los ánimos de aquellos campesinos!
Bien pronto, la suegra de Rómula comenzó a ver los mismos espectros, y una prima mía también. Y luego, el argüende se extendió a toda esa zona de los viñedos, y eran ya varias personas las que aseguraban que, con sus propios ojos, habían presenciado las evoluciones aéreas de las “bolas de lumbre” y de las brujas en la forma de lechuzas.

Un día, sin embargo, todo se cortó de tajo.

Venía don Guillermo apodado “El Peludo” cargado con un haz de leña de vid, y lo alcanzó mi señor padre y le preguntó por la nuera, a quien ya todos creían embrujada. “Pues está igual, don José, igual, ya ve que todas las tardes llegan las brujas y la posesionan”.

“Espéreme tantito, don Guillermo, bájeme aquí esa leña y préndale fuego, que yo regreso al rato cuando se hayan hecho brasas”. Así lo hizo mi padre, y le indicó a las gentes de la familia de don Guillermo que trajeran a la muchacha poseída y que la bajaran sobre las brasas.

“¡No sea salvaje, don José, se nos va a morir quemada!”

“No se preocupe, señora”, le dijo mi padre a la dueña de la casa, “a su nuera no le va a pasar nada, es más, ni siquiera le va a doler, porque la que se va a quemar va a ser la bruja que le tiene puesto el trabajo a esta muchacha”.

Y, milagrosamente, cuando ya traían a la Rómula para echarla en las brasas, ésta se curó de manera tan repentina, que gritó: “¡Es un milagro! ¡Ya me abandonaron las brujas, estoy curada! ¡Milagro!”

Mi papá volteó a ver a don Guillermo “El Peludo” con picardía, le guiñó un ojo y se retiró satisfecho a Las Merceditas, donde le esperaba la cena.

Desde aquella noche, a Rómula ya no la persiguieron las brujas, y del horizonte desaparecieron aquellas “bolas de lumbre”.