El horror nuestro de cada día (IV)

EL TESORO DEL NOGAL CIMARRÓN


El horror nuestro de cada día (IV)

La Crónica de Chihuahua
Noviembre de 2010, 20:47 pm

Por Froilán Meza Rivera

Jiménez, Chih.— Doña María de Jesús García, Chuchita, se llevó el susto de sus días la noche de un 6 de agosto, cuando regresaba de la feria que se hace en esa fecha en honor del Santo Cristo de Burgos, patrono del pueblo. A la doña le salió un tenebroso fantasma que se empeñaba en acosar a la gente en las noches, y que era la aparición más temida por los jimenenses hace más de 40 años.

Es que al dejar la calle Hidalgo y tomar uno de los callejones por los que la gente se abría paso entre las huertas, no pudo dejar de divisar ella a un individuo que primero fue una sombra. Ni luna había para que le diera tantita luz y protección. Conforme caminaba, aquella silueta negra se metía en su camino, con el evidente propósito de estorbarle, y llegó un momento en que la mujer mejor se regresó.

¡Cómo no esperó a su marido! -se lamentaba. “Pero aquél se había quedado emborrachándose con sus amigotes en la carpa de la variedad, y ni cómo traérmelo a fuerzas”.

En compañía de una vecina suya y de los hijos pequeños de ésta que venían por el mismo rumbo, se fue Chuchita por otro lado para tomar el callejón más adelante.

“Los más viejos nos acordamos de que, del lado sur de la calle Hidalgo, las casonas que había ahí a la orilla de la calzada, tenían casi todas unas huertotas grandes, pero además, algunas de esas fincas eran verdaderas granjas, con sembradíos de alfalfa y verduras, a más de las nogaleras”, platica doña María de Jesús. “Aquí pasaba, fíjese, una acequia que traía agua desde el mismísimo Ojo de Dolores”.

Pero la maniobra para evitar a la “sombra” no les valió a los caminantes: más allá, también los persiguió tercamente. Decidieron enfrentarlo, envalentonadas las mujeres por un machete que por ventura había traído uno de los chiquillos. Armados de grandes piedras, del machete la vecina de Cuquita, y de una resortera bien tensada el varoncito, siguieron la senda que los llevaría a sus casas del otro lado de Jiménez.

¡Macabra sorpresa!

Casi a bocajarro, el aparecido se les reveló como una criatura espantosa, porque resultó que ellos no le vieron boca ni nariz, sólo unos ojos que le brillaban con luz propia. Cuando ya estaban más dispuestos a correr que a defenderse, la silueta, la sombra del fantasma se fue y los dejó ahí, a media vereda, muertos de miedo y temblando con la resortera, las piedras y el machete en las manos...

“¡Ay, comadre! ¿Qué nos está pasando? ¿Por qué diosito nos manda estos desfiguros? ¿Qué tan dealtiro somos así de pecadores para que nos castigue así?”

Pero el fantasma se aparecía no sólo a Cuquita y su amiga. En el pueblo era fama aquella aparición, y se rumoraba que se trataba del espíritu guardián de un gran tesoro que estaba enterrado en aquel atajo. De hecho, un buen día uno de los vecinos del pueblo se fue a vivir ahí mismo, en el callejón entre las granjas, donde edificó una modesta casita de block.

“Yo ya no me acuerdo cómo se llamaba el señor, pero de tan fregado que estaba, pronto se le vio con mucho dinero, puso una farmacia, arregló la casa bien bonita, y todos empezaron con las maledicencias: quesque había desenterrado el tesoro del callejón, quesque el tesoro había estado siempre al pie de aquel nogal cimarrón”.

El nogal cimarrón ya no existe, y tampoco existen las huertas y las granjas anexas a las casonas que tenían su frente por la calle Hidalgo. Todo atrás de las casas del lado sur de la Hidalgo, ya fue fraccionado, pero la leyenda del aparecido y de su tesoro fabuloso, y del vivo que pactó con él, se conserva como una de las más célebres en Jiménez.