El horror nuestro de cada día (CXX)

¿BRUJAS? ¿ALUCINACIONES?


El horror nuestro de cada día (CXX)

La Crónica de Chihuahua
Julio de 2011, 22:02 pm

Por Froilán Meza Rivera

Me llevaron un atardecer a una de las cacerías más fascinantes en que haya participado en mi vida. Ibamos a buscar brujas, en una zona en donde, según dice la tradición, existe la mayor concentración de éstas en el país.

El día cayó y cedió su lugar a una noche tranquila en la que el aire apenas se movía. Nos encontrábamos cerca del tiro de una de las minas de plata más antiguas de Sierra Mojada. Al fondo, el espejo de agua de una pequeña ciénega reflejaba la luna que asomaba por el horizonte, justo después de la puesta del sol. Una tenue burbuja de luz empezó a tomar forma por encima de las aguas y formó imágenes increíbles, como de un vapor en ebullición, pero al cabo de un momento, aquello ya era una bola de fuego que destacaba su resplandor azuloso contra el negro creciente de la noche joven. Como un globo que subiera y flotara a unos tres metros del suelo. Después de varios minutos, los azorados mineros y yo vimos cómo no era ya sólo una, sino que decenas, cientos de bolas de luz se paseaban entre los 5 metros y el ras del suelo, juguetonas, intercambiándose el éter y transmutándose unas en otras, otras absorbiendo a las vecinas.

El juego de luces, que nos tenía asombrados, llenaba algo así como una media hectárea, y su centro estaba en el estrecho pantano al que los animales no se acercaban por temor a envenenarse. Los propios mineros habían marcado con un letrero rojo aquellas aguas: “Peligro. Veneno”.

“Son fuegos fatuos”, dije, con toda seguridad, a mis compañeros de aventura.

“Son brujas”, me contestó Miguelito.

“Son brujas, que se pasean por las noches después de estar encerradas en sus cuevas en el día, y buscan a los hombres para seducirlos”, afirmó, seguro también de lo que decía, aunque su voz se notaba trémula de miedo.

Y fue entonces como, con el corazón encogido de pavor, me fue contada la historia del carretonero que se opuso a la voluntad de una de estas brujas de fuego.

Cuentan los lugareños en Sierra Mojada, que las brujas de fuego se pasean por toda la sierra, y que se aparecen de repente a los caminantes, y que incluso han provocado accidentes a vehículos de motor cuando han llegado a pasar, raudas, por enfrente del chofer. Un día, como cada más o menos tres meses, venía a este rincón de Coahuila un buhonero, es decir, un comerciante de bienes secos, no comestibles, que lo mismo traía juegos de vasos, vajillas, sartenes y otros instrumentos de cocina, que hilos de colores, hilazas, estambre, agujas para todo tipo de labor, así como peines, peinetas, perfumes, talco, desodorantes a base de petrolato y de sosa, y, en fin, todo aquello que hoy se considera como mercaderías propias de una mercería, de una talabartería, de una perfumería y de una ferretería juntas. Pues bien, ese individuo efectuaba su periplo por algunos valles y páramos del norte de Durango, del sur de Chihuahua y del oeste de Coahuila, y más o menos le tocaba tocar Sierra Mojada cada tres meses.

Al carretonero no le importaba la forma de pago, puesto que bien podía recibir pepitas de oro y plata, o hacer trueque con gallinas y hasta marranitos a cambio de sus géneros.

Era ya octubre cuando se aproximaba, era de noche y esperaba arribar a las goteras de la cabecera municipal a eso de las nueve, directo al zaguán de una familia que lo albergaba siempre, a él y a su mula.

Dicen que una bruja le salió al paso, en la forma de una bellísima mujer vestida con un larguísimo vestido negro tachonado de motitas blancas que resaltaba las curvas de su figura. La mujer se le insinuó, pero él estaba demasiado sorprendido por la aparición tan insólita, que lo último que quería era tener sexo con una desconocida salida de la nada.
La sensual aparición insistió, y se arrimó al buhonero, y se le resbalaba frente a los pantalones, y se frotaba contra él, en la más directa de las exigencias.

Pero el comerciante nunca pudo superar el sobresalto inicial y, por el contrario, estaba cada vez más asustado, al grado de que subió a la carreta y azuzó a la mulita y se disparó por el camino hacia abajo, hasta que vio las primeras luces del poblado. Sin embargo, la bruja, dicen, se convirtió en bola de lumbre, que es como ellas viajan siempre, y a muy alta velocidad le pasó por la nariz al pobre buhonero y le quemó los bigotes, cejas y pestañas, y le dejó un olor muy fuerte como de azufre.

El susto, dicen, no se le ha quitado al pobre en más de 40 años, y si está muerto ahora, en la tumba se ha de estar acordando de la bruja y del susto que le metió allá, en Sierra Mojada.