El horror nuestro de cada día (CXLI)

LA OUIJA ENFURECIDA


El horror nuestro de cada día (CXLI)

La Crónica de Chihuahua
Abril de 2012, 20:48 pm

Por Froilán Meza Rivera

Salaices, Chih.— Esta es una historia real que le sucedió a toda una familia y a sus vecinos y que tuvo como testigos incluso a personas que pasaban por el lugar donde todo esto aconteció.

Las consecuencias de haber hecho enojar a un espíritu al que se invocó irresponsablemente, fueron el despoblamiento de un sector del pueblito de Salaices, y un terror que marcó a esta gente de por vida.

Hace cosa de un año, el mecánico que tiene su casa y su taller enseguida de la Secundaria Técnica número 4 en Salaices, municipio de López, solía jugar con su esposa, y a veces con su ayudante, al juego de consultar los espíritus por medio de la tabla Ouija. Fue en un viaje que hizo a Camargo, cuando el mecánico vio el objeto en una tienda de regalos. Cuenta don Pedro López, que él nunca antes había tenido en sus manos un juguete de éstos, pero que en esa ocasión “se me fueron los ojos con los dibujitos que había en el estuche y que me recordaron un juego de mesa que tuve en mi niñez, que se jugaba con dados y con pirinolitas de ésas como matatenas”.

Pedro, pues, compró la Ouija, y sin darse cuenta en ese momento de lo que estaba llevando, ya de vuelta en el pueblo la presentó ante sus hijos y su mujer como un regalo: “Miren nomás lo que les traje de Camargo, para que luego no digan que no me acuerdo de ustedes”.

La mujer, recelosa porque ella sí había escuchado que la tabla era para comunicarse con los muertos, pasados unos días se incluyó también con entusiasmo a las partidas en las que se embarcaba toda la familia por las tardes.

Alegremente, aquellas gentes sencillas preguntaban todo tipo de cosas a la Ouija, como si se tratara de una persona.

En la primera sesión empezaron con “¿cuántos años tengo?”, a lo que el puntero contestó recorriendo las letras una por una: “siete”.

“¿Me voy a casar?” —cuestionó la hija quinceañera. Con la presión de cuatro dedos, el puntero recorrió rápidamente la distancia de donde estaba, hacia la palabra “sí”. Así transcurrían las tardes, en ausencia o en presencia del mecánico, dependiendo de si había carros para arreglar, pero incluso en caso de tener trabajo, don Pedro se daba tiempo para “jugar” un rato después de comer. “¿Cómo se llama el novio de mi hermana?”... “Nepo”... “¿Y la quiere?”... “Sí”.

“¿Quién es ella que va entrando?” —se cuestionaba al llegar una visita... “prieta”. En efecto, era “La Prieta”, una amiga de la hija mayor.

Consciente de que se trataba de un vehículo para entrar en contacto con los muertos, doña Lupita se atrevió un día a pedir que acudiera con ellos su madre, quien tenía varios años de haber abandonado el mundo de los vivos. La difunta “vino” en efecto a contestar las preguntas de Lupita, que eran por lo demás, cosas sabidas por todos los presentes, como la fecha de su muerte, o cosas que todos imaginaban como lógicas, tal como “¿estás en el cielo o en el infierno?”... “en el cielo”.

Y se abrió así una puerta que nunca pudieron ya cerrar.

Pronto, la familia del mecánico y otras personas que se congregaban alrededor de “la tabla de los muertos”, como la empezaron a llamar ellos mismos, invocaban ya a todo tipo de espíritus de muertos conocidos. La afición creció y se convirtió en una adicción difícil de parar. Estaban ya, desde el niño de sexto, la muchachita de primero de secundaria, la quinceañera, la madre, el padre, el ayudante y los vecinos, encarrerados en un verdadero vicio.

Un día “bajó” el espíritu de alguien llamado “Natas”, que tomó control del tablero de la Ouija y que cuando los dedos no llevaban el apuntador lo suficientemente rápido a las letras, lo tomaba él mismo y lo empujaba con frenesí. Todos sintieron la diferencia y se miraron unos a otros en muda interrogación.

“Natas” les empezó a contar una serie de crímenes, con todo detalle de cómo secuestraba a sus víctimas, de cómo las sometía y drogaba, y cómo después las descuartizaba. Los detalles hicieron que la audiencia se sobrecogiera de espanto.

Cuando Pedro gritó nervioso “¡ya basta!”, todos se separaron de la tabla de un salto, y ahora el apuntador corría solo por letras y números, y cuando quisieron guardar el “juguete” en su estuche, a sus espaldas volaron todas las tazas del juego de té que estaba guardado en la vitrina. El mismo cristal de la vitrina explotó con estruendo al mismo tiempo que tazas, vasos, platos y jarras se estrellaban y deshacían en la pared de enfrente.

De la Ouija salió entonces una ronca voz que, con furia, insultó a los presentes, los maldijo y lanzó la predicción de que terminarían todos en el manicomio, “de lo transtornados que los voy a dejar”.

A los gritos y al alboroto acudió un vecino que, con un hacha en las manos, destrozó la maléfica tabla Ouija, pero cuando la voz cambió su ubicación, el hacha volvió a caer, ahora sobre un sillón de la sala. Jugó la voz aquella con el juicio de los aldeanos, tanto, que la sala y el comedor completos quedaron hechos trizas hasta que la voz de “Natas” quedó satisfecha de venganza.

“Es que dicen que nunca puedes interrumpir una sesión de Ouija”, advirtió tardíamente el vecino del hacha, quien también descubrió que “Natas” es “Satán” al revés...

Nadie quiso hacer frente al horror, y después de quemar la tabla, la familia de Pedro el mecánico se fue a refugiar en la casa de su suegra durante casi un año. Otras cuatro casas, también contiguas a la vieja y ya desaparecida Normal Rural que alberga ahora a la secundaria, se fueron también del lugar. El acceso de la misma secundaria fue cambiado para que los alumnos no tuvieran que pasar por la casa del mecánico.

Apenas hace unos cuatro meses que la gente empezó regresar al lugar.